Última noche en Suecia, en una reunión con otros uruguayos y uruguayas que ya viven ahí desde hace décadas. Entre el grupo que visita el país nórdico, una joven pregunta por cómo es vivir entre suecos y suecas. Una uruguaya, Susana, responde medio en broma, medio en serio:“La verdad, no te sabría decir. Ya no vemos muchos suecos últimamente. Hay demasiados inmigrantes”.
Ese “demasiados” resuena en mi memoria. Cuando vivía ahí, lo escuché varias veces, siempre de suecos que se quejaban por lo que entendían una presencia exagerada de los “cabezas negras”. Pero esta vez era una uruguaya —ella misma una inmigrante— la que expresaba ese malestar. ¿Qué había pasado?
Mientras me hacía esa pregunta, recordé que un día antes había ido a un supermercado a comprarme algunas especias para llevar a Uruguay, sabores que para mí eran típicos de ahí y que quería volver a sentir. Fueron unos minutos de desconcierto, porque me costó encontrar lo que buscaba como típicamente sueco entre tantas latas, frascos y bolsas dedicadas a tradiciones culinarias tailandesas, chinas, mexicanas, españolas y un largo etcétera. “Claro, ella debe sentir lo que yo sentí en el supermercado:lo ‘sueco’ parece estar retrocediendo ante un aluvión migratorio”.
Lo que para Susana había pasado era que “demasiados” inmigrantes habían llegado a Suecia en los últimos años, y la fisionomía de la cultura a la que ella se había acostumbrado había cambiado. Menos rubios y más morochos, en pocas palabras. Esa percepción tiene cierto correlato con la realidad. De acuerdo al equivalente sueco a nuestro Instituto Nacional de Estadística (SCB, por sus siglas en sueco), en 2023 se constató que algo más de 20% de la población radicada en Suecia había nacido en otro país.
Pero ese indicador (20%) no nos dice, por ejemplo, de qué países son los inmigrantes, ni tampoco el género o las edades. Solo que uno de cada cinco residentes en Suecia nacieron fuera de ese país. Tampoco dice si y cómo esa proporción entre suecos e inmigrantes ha cambiado a lo largo de los años.
En la web de SCB, además, se puede ver que en los años que van de 2000 a 2023, la curva de inmigración —si bien es de una tendencia aumentativa— ha tenido caídas bastante bruscas; que el año que más ingresaron migrantes a Suecia fue 2016 (más de 100.000 personas) y que —atención— durante la mayor parte de ese período la cantidad más grande de personas que ingresaron a Suecia nacieron ahí (o sea, suecos que retornan), con la excepción de un lapso de cuatro años (2014-2018), en el cual el mayor grupo de personas que migraron a Suecia provenían de Siria.
¿Quemar un libro sagrado es un delito o incita al odio?
A pesar de que en términos generales la sociedad sueca es tolerante y cosmopolita, siempre hay ovejas negras. Curiosamente, en este caso no se trata de provocadores con apellidos que terminan en “sson”, rubios y de ojos celestes. En cambio, se trata de dos hombres de origen árabe que el año pasado quemaron ejemplares del Corán en público.
Aun cuando son étnicamente árabes, Salwan Momika y Salwan Najem, son de fe cristiana, lo cual puede explicar algo de su ofensiva acción. Lo mismo ocurrió en Dinamarca y varios países que se identifican con el Islam, a través de diferentes instituciones, protestaron contra esas provocaciones. El hecho y sus derivaciones provocaron un cambio de legislación en Dinamarca, donde ahora está prohibido la quema de textos “sagrados” en público. En Suecia no hubo cambio legislativo, pero la Fiscalía pública decidió imputar a los provocadores por “delitos de odio”.
La creciente presencia de personas "no suecas" en Suecia
Con una mano en el corazón, ¿cuántas personas tienen en su memoria a corto plazo todas las salvedades y matices que entran en ese fenómeno multicausal que es una determinada corriente migratoria? Y... no muchas. Como en tantos otros casos, acá la percepción es reina.
Mi propia percepción coincide con la de Susana. No recuerdo una presencia —en comparación con la actualidad— tan marcada de personas “no-suecas”. Y si mientras vivía ahí buscaba afanosamente todo tipo de estímulo cosmopolita que contrastara con el Estado de Bienestar socialdemócrata azul y amarillo, ahora añoro algo de esa uniformidad igualitaria. Sospecho que unos cuantos suecos albergan sentimientos parecidos, porque la idealización del pasado es un hecho.
Sobre esa percepción de retroceso de lo típico y avance de los nuevo fue que se montaron los fundadores del partido Sverigedemokraterna (“Demócratas Suecia”, de aquí en más SD), que comenzaron a militar por la causa nacionalista a partir de 1988 y que actualmente se autodefinen como “el movimiento popular de más rápido crecimiento en Suecia”, según su web oficial.
Eso suena a eslogan pero lo cierto es que el partido no solo creció desde sus comienzos sino que hoy integra la coalición de gobierno. Se trata de un partido que las ciencias sociales suecas denominan populista. También le cabría la definición de partido single issue (tema único).
Desde su irrupción en la política sueca, SD siempre ha estado asociado, casi exclusivamente, a una actitud refractaria a la inmigración, en particular a aquella que consta de personas con bastante melanina, que provienen de países en vías de desarrollo y —por último y muy especialmente— musulmanes. Se estima que estos son aproximadamente 800.000 personas (ver recuadro más abajo). Aunque para muchos migrantes SD sea visto desde una actitud defensiva, también entre algunos de estos han recogido apoyo, al menos implícito.
Entre grupos de inmigrantes latinoamericanos, a menudo con décadas en Suecia, la presencia musulmana genera algo de cautela o sospecha. En aquel colectivo de uruguayos reunidos antes de mi regreso, había comentarios cargados de estereotipos, pero también con conocimiento de causa. La propia Susana diferenciaba claramente el perfil del musulmán árabe del persa, por ejemplo.
Los comentarios más frecuentes, sin embargo, eran los que generalizaban: “No se adaptan al nuevo país”; “sus costumbres y culturas son muy distintas a las nuestras y a las de los suecos”; “los suecos se cansaron de sus exigencias, como que en las escuelas y liceos quieren comer ciertas cosas y otras no”.
Entre otras cosas, esos comentarios daban cuenta de algo que es frecuente en muchos países que acogen migrantes:la aglomeración en ciertos barrios. En Francia, por ejemplo, en los llamados banlieues, que tiene un equivalente en sueco: Förort. En rigor, la palabra significa “suburbio”, pero ha adquirido una connotación similar a la de gueto. Uno de estos barrios —Bredäng, en las afueras de Estocolmo—, fue calificado por la Policía como zona “vulnerable”; 46% de las personas que viven ahí nacieron fuera de Suecia, y 64% es de ascendencia extranjera.
Ser inmigrante es una experiencia pendular. Los descubrimientos y sorpresas que gratifican —un nuevo sabor, un nuevo aprendizaje— alternan con las experiencias opuestas.
Mis primeros tiempos en Suecia, en la década de 1980, también fueron en un barrio predominantemente “extranjero”, y durante un período fue reconfortante saber que podía salir de mi casa y encontrarme con gente que era parecida físicamente y hablaba español. Pero también fue liberador, más tarde, mudarse hacia otro barrio, tener más vecinos suecos y empezar a adentrarse en los recovecos y los pliegues de esa cultura, en su sentido del humor, en las maneras en las que expresaban sus sentimientos y las costumbres que más valoraban.
Todo eso está mutando hacia algo que aún no parece tener contornos muy definidos, y es comprensible la incertidumbre que muchos sienten ante el aparente retroceso de ciertas marcas de identidad y señales sociales que fueron las que imperaron durante gran parte del siglo pasado.
Sin embargo, no habría que subestimar el poder de absorción de una sociedad que tiene muchos siglos de historia. Como me dijo un sueco al que reencontré en uno de mis recorridos:
—Pero escuchame, cuando los uruguayos llegaron a este país, ¿no tuvieron problemas de adaptación? ¿No se quejaban de cosas de la sociedad sueca, a veces de manera problemática?
—Sí.
—Pero luego se adaptaron, echaron raíces y hoy se sienten parte de Suecia. Va a pasar lo mismo con los que llegaron después.
Los nuevos chivos expiatorios del Estado de Bienestar nórdico
Desde hace años impera la imagen de Suecia como un país receptor de migrantes, en particular los que llegan a ese país corridos por guerras o golpes de Estado. Y como siempre hay alguna guerra o golpe de Estado en algún lugar del mundo, el arribo de migrantes a Suecia no parece que vaya a amainar.
De las distintas colectividades que golpean la puerta de la nación escandinava en busca de una mejor vida, aquellos que profesan la fe islámica son a menudo retratados por parte de la sociedad sueca como un potencial peligro o amenaza. Esas sensaciones son el sustento político y electoral del partido Sverigedemokraterna o SD, que se presenta como una alternativa al “caos” propiciado por lo que llaman “políticas socioliberales”. En su web oficial, hay un apartado denominado “Lo que queremos”. Y lo que quiere ese partido está acotado a cuatro temas:una política de migración “seria”, agravamiento de penas para delincuentes, combustibles más baratos y un estado de bienestar —de nuevo— “serio”. No habría por qué dudar de las intenciones del partido en cuanto al combustible, la política de seguridad o las políticas sociales, pero lo que los llevó a poder formar gobierno junto a otros partidos de derecha suecos es el tema de la inmigración, en particular la musulmana. Y su prédica no ha caído en saco roto.
En mayo de este año, por ejemplo, la viceministra de Estado (equivalente a nuestra vicepresidencia) Ebba Büsch, quien no pertenece a SD sino al partido Demócratas Cristianos, dijo que “los musulmanes tienen que adaptarse a los valores europeos” si quieren permanecer en Suecia. También dijo que “si a uno le parece bien tirar a homosexuales al vacío de un edificio, o lapidar a un mujer porque no lleva velo, entonces que regrese a Irán o Sudán”. Cuando el periodista le señaló que esos eran delitos y le preguntó qué tiene que ver eso con cuestiones de fe, Büsch respondió que es una cuestión de “valores” de la fe musulmana.
Un integrante del Parlamento Europeo por Suecia, Abir Al-Sahlani, le respondió a Büsch en una columna en el medio ETC: “Las declaraciones de Büsch alimentan las teorías de conspiración que SD y otros partidos de extrema derecha usan para una campaña de propaganda del miedo. La gran mayoría de musulmanes que llegaron a Suecia no lo hicieron para imponer nada, sino para ser iguales ante la ley”.
-
El pequeño país que es un reino de "unicornios" tecnológicos y le marca el camino de la competitividad a Europa
El uruguayo que lidera la innovación espacial en Suecia; se fue en 2001 y repartía diarios por la noche
El Parlamento Europeo aprobó la polémica reforma de su política migratoria
Migración: los muros que dividen a Europa