Nos quejamos de quienes nos defienden. Esta semana, por ejemplo, El Observador relató el caso de un hombre al que le robaron el celular. Gracias al sistema GPS, el hombre pudo en todo momento saber dónde estaban los ladrones. Y le pasó los datos a la Policía. Y la Policía los anotó en un papelito. Por esas quedó el asunto. Con casos así es fácil quejarse y exigir más compromiso, más trabajo, más horas, más efectivo, más de todo. Pero hay otra realidad que siempre se escapa: la motivación. Quizás a un policía no le motive salir a buscar delincuentes que, quizás, solo estén unas horas presos mientras él sigue cobrando el mismo sueldo de siempre. A veces viviendo en asentamientos. O, como lo señala la nota de tapa de este número, quizás a un soldado solo lo motive irse a trabajar a Haití porque así se asegura poder tener una casa propia (un sueño que aún parece tan disparatado). La motivación es importante. Y eso también se puede aplicar para los que trabajan en la enseñanaza o en los museos, otros dos temas de los que hablamos en este número.