The Economist
Se han gastado miles de millones de dólares, se construyeron estadios impactantes y la mayor terminal aérea del mundo. Se movilizaron cientos de miles de policías, soldados y voluntarios para la seguridad. Beijing se preparó para los Juegos Olímpicos y los líderes del país para un enorme desafío político. Para ellos el evento se centra en cómo una potencia emergente va a ser juzgada por un mundo escéptico.
En un país que aún debe lidiar con las necesidades de millones de sin hogar y ciudadanos desolados después de un mortal terremoto en mayo, y donde brotes de disconformidad aparecieron en algunas ciudades, el liderazgo declaró que conseguir unos buenos juegos es su "prioridad número uno". Funcionarios del Partido Comunista y de todo nivel del gobierno saben que sus carreras están en riesgo si pasa algo que enturbie los juegos en sus áreas de responsabilidad
Los vigilantes organizados por el gobierno con sus gorras de béisbol y sus camisetas en las que se lee "Buena suerte Beijing" patrullando las calles en busca de posibles agitadores podrían parecer un paso atrás hacia una era en la nadie estaba a salvo de la mirada entrometida de los espías del vecindario. Pero a pocos parece molestar su presencia o la retórica oficial optimista sobre un evento que ha alterado las vidas de cientos de miles. Muchos en Beijing incluso parecen orgullosos de recibir a los Juegos Olímpicos.
El partido alienta un nacionalismo en libros que retratan a la China de comienzos de siglo XX como un país ridiculizado por los extranjeros como "el hombre enfermo de Asia". El fundador espiritual del movimiento olímpico chino, un educador precomunista llamado Zhang Boling, es citado diciendo que "una gran nación primero debe fortalecer la raza, una gran raza debe primero fortalecer el cuerpo". Las autoridades intentan restarle importancia a las perspectivas de medallas para los chinos, pero la meta es ganar más medallas que Estados Unidos y borrar lo que quede de esa etiqueta de "hombre enfermo".
Ese nacionalismo es valioso para el partido (ayuda a fomentar su sentido de legitimidad) y una complicación en sus esfuerzos de convencer al mundo que el crecimiento chino no amenaza los intereses occidentales. Un funcionario chino dijo, en privado, que le preocupó que un "choque de civilizaciones" emergiera entre China y Occidente a raíz de los disturbios en Tibet en marzo.
Los líderes chinos preferirían que los extranjeros se concentren en cuánto cambió el país y lo mejor que está con el mundo. El slogan oficial, "Un mundo, un sueño" refleja eso (aunque con un disimulado toque de la conformidad ideológica maoísta). Pero también hay problemas.
Las protestas en ciudades occidentales en abril en contra del pasaje de la antorcha olímpica, aumentó el recelo chino de que eso pueda ocurrir durante los juegos. Para mantener alejados a los potenciales alborotadores, se endurecieron los trámites de visa. Sin citar ninguna evidencia, funcionarios chinos dicen que estos juegos se han vuelto un blanco para terroristas, como nunca ante en la historia olímpica. Los diplomáticos occidentales no están tan seguros. La anunciada presencia de dignatarios extranjeros, incluyendo George W. Bush y Vladimir Putin, en la ceremonia inaugural significa un obvio riesgo. Pero hay sospechas de que China está exagerando la amenaza para justificar la seguridad y prevenir que los seguidores del Dalai Lama (y otros disidentes) tomen las calles.
En 2001, un jerarca chino prometió que ser anfitriones de los juegos "beneficia el futuro desarrollo de la causa de los derechos humanos". Autoridades del Comité Olímpico hicieron las mismas predicciones. Pero Amnistía Internacional, dijo en un informe publicado la semana pasada que hubo un "constante deterioro" de la política de derechos humanos. Menciona medidas represivas adoptadas para asegurar unos juegos ordenados: arresto de disidentes y un uso más liberal del método de castigo conocido como "reeducación a través del trabajo".
Entre esos detenidos está Huang Qi, un activista on line de Chengdu, cerca de la zona del terremoto. Huang había sido un prolífico propagador de noticias sobre derechos humanos en internet; recientemente había intentado ayudar a los padres de los niños que murieron en el terremoto. Se lo acusó de obtener secretos de estado, un cargo que, a menudo, tiene pena de prisión. El año pasado, la Policía arrestó a un activista en Beijing, Hu Jia, quien le había dicho a una audiencia parlamentaria de la Unión Europea, que China no había cumplido sus promesas olímpicas en derechos humanos. Fue condenado a tres años y medio por "incitar la subversión".
El gobierno se preocupa por la clase de acusaciones que hace Amnistía, a pesar de que las rechaza. El 23 de julio declaró que tres parques públicos en Beijing podrían ser usados para protestas durante los juegos (normalmente no se tolera ninguna demostración, a no ser muy excepcionales marchas anti-japonesas y anti-occidentales). Pero igual se necesitan permisos y es poco probable que los consigan los críticos de las políticas chinas en Tibet, Darfur, Xinjiang (donde los musulmanes uighurs tiene diferencias con el dominio chino), o la prohibida secta budista, Falung Gong. Además esos parques están lejos de los lugares olímpicos. Muchos chinos, sin embargo, no están ni sorprendidos, ni particularmente desilusionados con el hecho que los juegos no ofrezcan una mejor oportunidad de expresarse.
Algunos activistas como Huang Qi y Hu Jia pueden tener rencor, pero muchos intelectuales chinos sostienen que en los últimos siete años desde que China fue bendecida con los juegos, su capacidad para referirse a temas sensibles sigue creciendo. A pesar de que algunos fueron encarcelados, muchos, cuyos dichos podrían haberlos llevado tras las rejas en las décadas de 1980 y 1990, están libres. Los ciudadanos de zonas urbanas podrían decir que sus vidas han mejorado desde el comienzo de la década, no necesariamente por cambios en la política del partido, sino por la economía floreciente.
Andrew Nathan, de la Universidad de Columbia en Nueva York, co-editor de un libro a publicarse sobre cómo los asiáticos perciben la democracia, dice que de los ocho países y regiones encuestados, la mayor satisfacción pública con el régimen se da en la autoritaria China. Los otros sitios estudiados fueron cinco democracias nuevas (Corea del Sur, Taiwan, Filipinas, Tailandia y Mongolia), una no-democracia (Hong Kong), además del democrático Japón donde la satisfacción fue la más baja. Los autores no son optimistas de que China esté en el medio de un cambio hacia la democracia.
Eso puede desilusionar para aquellos que creían que la enorme atención internacional hacia China, a medida que se acercaban los juegos ayudaría a cambiar las políticas autoritarias. Cuando Beijing fue elegida como anfitrión, muchos se preguntaron si los Juegos, podrían tener un papel político similar a los de Seúl en 1988 y México, 20 años antes. En ambos casos, los juegos alentaron a los activistas pro-democracia. Acá no han aportado nada similar, excepto en Tibet.
Los cambios sociales y económicos recientes han tenido mucho que ver con esto. En 2001, China había recién completado su privatización de los inmuebles urbanos. El impacto de esto fue enorme. Estimuló la demanda por bienes de consumo y mejores soluciones habitacionales y le dio a la China urbana un gran peso en la preservación del status quo dominado por el partido desde que revoluciones anti partidistas podrían poner en peligro valiosos nuevos valores. También, crucialmente, alimentó el desarrollo de una sociedad civil no controlada por el partido y formada por propietarios de tierras, abogados independientes y grupos ambientales que han luchado por la protección de sus propiedades de la arbitrariedad del partido así como del impacto de la polución, que puede destruir su valor. Esto ha sido ayudado por la rápida penetración de la tecnología informática. El cuerpo oficial chino para el control de internet anunció esta semana que el país ha superado a Estados Unidos en convertirse en el país con mayor población de usuarios de internet.
Si hubo un impacto positivo de los Juegos por sí mismos en el cambio de la política china, ha sido en formas sutiles. Las tropas chinas en Lhasa prefirieron dejar que los activistas tibetanos se manifestaran durante dos días antes que moverse a detenerlos, temerosos que una escalada sangrienta pudiera llevar a un boicot de los juegos.
Un comentario del sitio web del gobierno llamó al terremoto de mayo, que mató a 70.000 pesronas, una "buena oportunidad" para mejorar la imagen de China ante los Juegos Olímpicos. A periodistas extranjeros y chinos (ambos normalmente manejados bajo cortas cuerdas por las autoridades nacionales durante los desastres naturales) se les permitió asitir.
Otro gran cambio en la China de los años recientes, sin embargo, ha sido la disminución del control del gobierno en los actos de los funcionarios locales. China, como sus defensores en casa suelen decir, ya no es más totalitaria. Es una mezcla de empujes burocráticos e intereses económicos que a veces empujan a los oficiales hacia el bandolerismo y otras veces hacia una mayor tolerancia. El gobierno central puede ser culpable de mirar hacia otro lado, pero algunos de los abusos a los derechos humanos que Amnistía describe son perpretados por los gobiernos locales.
Pero incluso cuando la seguridad está siendo controlada en Beijing por los juegos, el debate sobre las lecciones que pueden sacarse de estas revueltas continúa en los medios chinos.
Si hay una esperanza en el futuro próximo de una aceleración en el cambio político, el período luego de los juegos deberá ser analizado. Líderes y oficiales a todo nivel comenzarán a relajarse luego de meses, sino años, de preoupación por este evento. Las restricciones de seguridad para los juegos serán removidas. Los disidentes podrían alzar sus cabezas de nuevo. Los debates por las recientes crisis podrían estar menos restringidos.
Grandes interrogantes se desatarán en diciembre, durante los inicios del 30 aniversario del encuentro partidario que lanzó la política de reformas en el país. Liberales intelectuales dicen que China está más preparada por el próximo paso de las reformas, particularmente en sus políticas. El vigésimo aniversario, el próximo año, de las protestas de Tiananmen mantendrá el debate vivo.
Conflictos en el liderazgo, encubiertos por el bien de la unidad olímpica, pueden también aparecer más evidentes en los próximos meses. En octubre habrá una reunión del comité central del partido, la primera desde febrero, en la cual es probable que haya mucha reflexión. Un crítico enfoque estará en la economía. Con la presistencia de la inflación y el paso del crecimiento económico empezando a disminuir, habrá discusiones alrededor de este tema también.
Luego de la fiesta olímpica, muchos en China quizás se pregunten si todo realmente valió la pena. Wang Yang, miembro del Politburó y uno de los líderes más mediáticos (una raza exótica), pidió tolerancia para los reclamos de la población. El intento de suprimir la visión de la ciudadanía puede crear un "lento terremoto de opinión", ha dicho recientemente, refiriéndose a los inestables lagos que se fueron formando por deslizamientos de tierra luego del terremoto en Sichuan. Los líderes chinos harán bien en escucharlo.
Debate público
Nadie está abiertamente pidiendo una política de múltiples partidos en China, al menos no en la prensa. Pero mayor libertad de prensa, menos secretos gubernamentales y mayores esfuerzos para consultar al público son demandas comunes.