Clyde V. Prestowitz (*), Newsweek
Todos los ojos están fijos en la capacidad militar de Estados Unidos y sus armas de alta tecnología. Menos atención se presta a un talón de Aquiles que podría quedar aún más vulnerable tras la guerra.
Si bien Estados Unidos es la mayor potencia jamás conocida, también es el mayor deudor del planeta, viviendo por encima de sus posibilidades y fuertemente dependiente de los préstamos extranjeros. Durante años, Estados Unidos ha estado importando más de lo que exporta. Ese déficit ha alcanzado un monto anual de 500.000 millones de dólares, o 5% del PBI y 50% más de lo que el país gasta en defensa.
Para cubrir la diferencia entre importaciones y exportaciones, Estados Unidos ha estado pidiendo dinero prestado. En este caso, el préstamo tiene que provenir de inversores extranjeros, porque las compras que generan el déficit son hechas en el exterior.
La deuda externa de Estados Unidos asciende a dos billones (millones de millones) de dólares, cerca del 20% de su Producto Bruto Interno. Si sigue creciendo así, podría llegar al 65% del PBI para el 2010. Incluso con tasas de interés de solo 3%, se necesitarían cerca de 200.000 millones de dólares anuales para financiarla.
El déficit se debe a que Estados Unidos ahorra menos que otros países, y la guerra hará empeorar esa situación. El economista Martin Wolf ha hecho una estimación conservadora, según la cual el costo de reconstruir Irak durante una década sería de entre 156.000 y 755.000 millones de dólares. Otras estimaciones han llegado hasta los tres billones. En la guerra del Golfo de 1991, otros países pagaron la mayor parte del costo. Esta vez, Estados Unidos tendrá que llevar la mayor carga. Si no se crean nuevos impuestos, esto podría aumentar enormemente su déficit presupuestal.
Durante largo tiempo, ha sido relativamente fácil para Washington conseguir dinero prestado, ya que los inversores extranjeros se abalanzaban a comprar bonos, acciones, propiedades y empresas estadounidenses. Durante la "burbuja" tecnológica de los 90, Estados Unidos se convirtió en el mercado elegido por los inversores de países con fuertes reservas internacionales como China, Taiwán, Japón y los de Europa Occidental. El flujo de dinero fortaleció la cotización del dólar y las acciones, permitiendo a los estadounidenses vivir por encima de sus medios, consumiendo más de lo que producían.
Más recientemente, sin embargo, ha habido un cambio significativo en el flujo de fondos extranjeros, tan crucial para la salud económica de Estados Unidos como el flujo de petróleo. En el último año, la inversión privada extranjera en Estados Unidos cayó dramáticamente. Y aunque ésta se vio parcialmente compensada por la compra de bonos del tesoro por parte de gobiernos asiaticos, otros gobiernos, como el de Rusia, han comenzado a cambiar la denominación de parte de sus reservas a euros en vez de dólares. Como resultado, la cotización del dólar cayó en un 25% ante el euro. Ese tipo de caída ocurre cuando los extranjeros deciden invertir su dinero en otro lugar que no sea Estados Unidos. Como la deuda externa está creciendo tanto, los inversores se ponen nerviosos acerca del futuro de sus propiedades y paran de comprar.
En consecuencia, la mayor víctima de la guerra con Irak podría ser la economía estadounidense. Un dramático aumento de la deuda podría desembocar en una caída del dólar que empeoraría el nivel de vida dentro del país y al mismo tiempo aumentaría significativamente el costo de proyectar el poder estadounidense en el extranjero. La única forma de evitar este escenario es aumentar los impuestos, algo que tambien haría caer el nivel de vida. O volverse más dependiente de inversores como China y Arabia Saudita.
* Presidente del Instituto de Estrategia Económica estadounidense y autor del libro Nación granuja.