UNA SELFIE QUE SE CONVIRTIÓ EN TRAGEDIA
Georgii Samoilenko llegó a Montevideo en un barco pesquero que partió de Crimea. Se suponía que pasaría apenas un par de noches en nuestro país, pero mientras intentaba sacarse una foto en la escollera Sarandí se golpeó con un roca. En la emergencia del Maciel le diagnosticaron paraplejia.
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Nunca habían visto a un hombre tan solo, ni con tanta mala suerte. En 231 años de funcionamiento, cientos de vidas pasaron por las 300 camas del Hospital Maciel, pero las autoridades, los médicos, enfermeros y voluntarios no recuerdan otra historia que los haya conmovido tanto como la de Georgii Samoilenko.
-Mirá lo que era.
Eso es lo que dice Fernando Penone, adjunto a la dirección, cuando muestra las pertenencias que trajo consigo: un celular roto, varios pasaportes de países asiáticos, documentos de identidad escritos en ruso, una plancha de fotos carné que lo muestran vigoroso, alto, fornido; un rostro joven con el pelo castaño, ojos claros, sonrisa seria. Uno de esos hombres que no se rompen.
Eso fue un año atrás.
La suya es una historia sufrida, como la de los protagonistas de las tragedias rusas. Empieza el día en que el barco pesquero que lo trajo desde la península de Crimea -territorio que Rusia y Ucrania se están disputando- atracó en el puerto de Montevideo. Él era el cocinero. Bajó de la nave, visitó la escollera Sarandí, y cuando intentaba sacarse una foto cayó sobre una roca. Tras el golpe, quedó parapléjico. Eso se supo rápidamente, luego de los primeros exámenes que le realizaron en la emergencia del Maciel.
Allí lo vio por primera vez Penone. Ahora, lo visita varias veces al día en una sala para pacientes que se mantienen en aislamiento. Lleva más de 12 meses en el hospital de un país en el que debía quedarse apenas un par de noches.
Ya antes de ingresar al sector de internación fue derivado al Círculo Católico y al Instituto Nacional de Ortopedia y Traumatología, su accidente se convirtió en un rumor en los pasillos del Maciel. Cuando finalmente llegó, el personal ya sabía quién era y lo apodaron el “Ruso”.
Le siguió el rastro la hermana Emilia, una monja española que es su apoyo más cercano y pasa a verlo distintos días de la semana. Dicen quienes los ven interactuar que a ella le permite tocarlo, abrazarlo y darle la bendición. No es la única que lo visita. También lo hacen enfermeras que lo conocieron en otras salas -una va por la noche a hacerle masajes-, y pacientes que compartieron habitación con él en las distintas instituciones por las que pasó. Otra de sus referentes es Isabel, una maestra jubilada que integra el servicio voluntario Manos Solidarias. Le escribe cada noche por Messenger para saber cómo está.
Es tanta la protección que logró a su alrededor, que Penone dice que nunca vio tanta solidaridad con un paciente.
En diciembre pasado, el “Ruso” había superado la etapa aguda de su enfermedad. Estaba en condiciones de viajar y volver a Crimea, donde lo aguardan sus padres y una hermana. Sin embargo, por razones que se explicarán más adelante en este informe, la ilusión le duró lo que lleva el viaje de ida al aeropuerto: no le permitieron subirse al avión.
Los médicos dicen que el regreso al hospital lo destruyó. Contrajo dos infecciones y las secuelas fueron terribles. Perdió el esófago.
Los nombres técnicos de sus dolencias son largos y complejos, pero lo que se ve cuando uno entra a la habitación de Samoilenko -la más cómoda del Maciel- es a un hombre débil, flaco, largo, que no puede comer ni beber. Una traqueotomía le impide hablar. Únicamente puede mover los brazos y las manos.

Como hay días en que el ánimo le falla y no permite que le realicen fisioterapia, tiene los dedos rígidos. Con los médicos, las visitas y su familia del otro lado del mundo se comunica usando una computadora que siempre está en una bandeja sobre su cama. No habla inglés ni español; la pantalla siempre muestra un traductor que él activa usando los nudillos.
Flavia, una de las enfermeras que lo asisten, cuenta que algunos días los pasa durmiendo y otros conectado a internet. Escucha música, mira películas de acción, y sobre todo está activo en Facebook. La mitad de sus contactos en esta red social son uruguayos que conoció en hospitales. En su muro compartió publicaciones que elogian al Maciel, sube fotos de Crimea y muchos videoclips y shows musicales de los más diversos estilos.
Quienes tratan con él insisten en que Samoilenko es un caso excepcional y por eso es un paciente difícil. “Demasiado joven para sufrir tanto”, repiten. No hay que hablarle del accidente, ni de cómo era su vida antes, ni de cómo será su vida después del Maciel, si es que logra irse.
Entramos a la habitación.
Penone hace las presentaciones.
Hablamos del clima.
Volver a casa.
Todos saben quién es el “Ruso”. Lo saben en la Embajada de la Federación de Rusia en Uruguay, en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en el Sistema de Atención Médica de Emergencia (SAME), en la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), en el Programa Nacional de Discapacidad del Ministerio de Desarrollo Social (Pronadis). Y todos están pendientes de que se concrete su repatriación.
Su retorno se convirtió, a esta altura, en una especie de causa nacional que podría implicar, incluso, el uso del avión presidencial.
Luis Ruso Martínez -hay casualidades que parecen guiños-, el jefe de cirugía del Maciel, explica que aunque el hospital es vecino del puerto y de las pensiones donde suelen alojarse la nueva oleada de inmigrantes, traumatismos de trabajadores extranjeros como el de Samoilenko son casos muy raros. Los marineros -cuenta- suelen tener seguros de salud privados. Aún así, todo el que llega a la puerta de emergencia recibe atención. “La asistencia médica jamás está en tela de juicio. Después se ve si el paciente tiene cobertura o no. Y luego se avisa a la embajada correspondiente”.
Aunque no hay un protocolo por escrito, cada vez que un paciente extranjero se encuentra en una situación de asistencia prolongada, el equipo legal del Maciel contacta a las embajadas. Juan Pablo Decia, abogado del hospital, asegura que, hasta el momento, las mismas “han respondido naturalmente”. Si no lo hicieran, o si el trámite presentara complicaciones, recurrirían al Ministerio de Relaciones Exteriores.
La atención de los connacionales está estipulada en la Convención de Viena y, según el derecho internacional, cada Estado debe hacerse responsable de repatriar a sus ciudadanos que así lo requieran. Sin embargo, Jorge Muiño, director general de Asuntos Consulares y Vinculación de este ministerio, aclara que Uruguay suele ayudar en la coordinación del retorno. Y si surgiera una respuesta negativa por parte de la embajada, podría solicitarle a algún organismo internacional que colaborara para efectuar el proceso.

El cónsul ruso Alexander Belousov también visita a Samoilenko. Mientras todavía podía comer, le llevaba alimentos frescos. También habla con su madre. Cuando el paciente necesita algo, llama a Penone y le dice cosas como: “Mamá Georgii dice que Georgii quiere agua”.
Por este tipo de cercanía, Ruso, el jefe de cirugía, dice que todos en el hospital creyeron que su estadía sería “una cuestión de días”. Pero no fue así. Ya se cumplió el año y el costo de esta internación -que está pagando el Maciel- superó los US$ 250.000.
¿Por qué tanta demora para repatriarlo? Las voluntades consulares a veces no pueden mover montañas. Muiño explica que son las aerolíneas comerciales las que tienen la última palabra. Se pueden reservar el derecho de embarcar a una persona que ellos entienden que no esté apta para viajar. “En los casos en que queremos traer a uruguayos accidentados en el exterior, las aerolíneas nos piden el alta médica del hospital en el cual está internado, asegurándose así de que el paciente no corre riesgo al viajar por vía aérea”.
Christian Rodríguez, directivo de la cámara que nuclea a estas compañías, dice que cada empresa tiene sus normas: “Depende de si tienen los medios para transportarlos, de si el pasajero tiene las autorizaciones para viajar, de en qué situación debe viajar. La consulta debe hacerse empresa por empresa”, recomienda.
Mientras Samoilenko espera, su vida corre peligro.
Burocracia en las alturas.
En octubre del año pasado, la familia postiza del “Ruso” le festejó el cumpleaños en el hospital. Cumplió 34. Dos meses después, le hicieron una despedida porque estaba previsto que volviera a Crimea.
El trámite lo hizo la embajada. Según comentan en el Maciel, el viaje se frustró porque esta olvidó completar uno de los formularios exigidos por la aerolínea. Pero la versión del embajador Nikolay V. Sofinskiy es distinta: “La razón radica en la complejidad extrema del caso desde el punto de vista médico y los requisitos de las transportadoras aéreas que ello entraña. La aerolínea se negó a admitir a bordo al lesionado. No acusamos a nadie de ninguna manera por eso. Entendemos perfectamente la escala de la responsabilidad en casos como este”.

Tras su regreso a la sala de internación llegó la depresión. Y la extensión de la estadía le provocó las dos infecciones que le quitaron la poca autonomía que le quedaba. ¿Es perjudicial para él continuar esperando en una cama de hospital? “Decididamente sí, porque es un lugar de alta contaminación donde está expuesto a gérmenes que son más agresivos y resistentes a los tratamientos. Este hombre, si no lo sacamos, va a terminar infectado otra vez”, advierte el doctor Ruso.
Los comentarios que se escuchan en los pasillos ponen en duda que alguna vez logre marcharse. “Estamos permanentemente pensando qué va a pasar con este muchacho”, dice Brenda, una de las 35 mujeres que integran Manos Solidarias. Isabel, la voluntaria que está en contacto con él, dice que le ha dicho que él siente que le mienten y que no lo van a repatriar. “Yo siempre le pregunto si puedo ayudarlo con algo más y un día me escribió en su computadora: avión. Quedé destrozada”.
En el calendario del Maciel está marcado el 20 de julio como la fecha en que finalmente se concretaría el viaje. El embajador ruso asegura para este informe que su partida será en dos semanas, pero no es más preciso. François Borde, el director de SAME, el servicio de ASSE encargado de los traslados de emergencia, confirma que Uruguay se hará cargo de llevarlo -aún no se decidió si en helicóptero, en el avión presidencial, o en otra nave- hasta Buenos Aires, pero aguarda que la embajada rusa le notifique quién recogerá al paciente cuando aterricen. Según se supo para este informe, una aerolínea comercial turca habría aceptado transportarlo a Rusia.
¿Por qué se extendió tanto la espera? “Hay muchas razones. He recalcado el carácter sumamente complejo del caso desde el punto de vista médico. Durante mucho tiempo el paciente no estuvo apto para ser trasladado. Después surgieron problemas con la compañía de seguros. Se negó a pagar el transporte. Ni Samoilenko ni su familia poseen fondos suficientes para hacerlo. Aparecieron complicaciones de carácter financiero. Luego, ninguna de las compañías aéreas que realiza vuelos transcontinentales desde Montevideo se consintió en prestar sus servicios para realizar la evacuación del paciente. La embajada tuvo que resolver todas estas controversias y buscar soluciones alternativas”, explica el embajador.
Un equipo médico del "Zashchita", Centro Ruso de Medicina para casos de Desastre del Ministerio de Salud Pública de ese país, acompañará a Samoilenko durante la parte transcontinental de su vuelo hasta el territorio de Rusia (Crimea). Allí será internado en un hospital especializado, en régimen de urgencia, donde continuará el tratamiento.
Lo que falta.
Para las autoridades del Maciel la historia del “Ruso” no termina con su retorno. La regla de oro -así la llama el subdirector, José Minarrieta- es atender a toda persona que lo necesite hasta que se encuentre una derivación adecuada. Pero el hospital necesita que el seguro, o eventualmente la embajada, cubran el costo de su asistencia. “Hemos tenido otros casos de pacientes extranjeros. Algunas veces podemos recuperar el gasto o parte de él, y otras no. Ahora estamos intentado cobrar este seguro”, dice.

Lo que sí dejó “el caso Samoilenko” es una lección aprendida para el sistema de salud. “Este país necesita rever su política de cuidados, porque hay un escalón muy grande entre el nivel de cuidado del paciente agudo y el del crónico”. En el medio está el convaleciente, que debe estar fuera de un hospital, pero su cuidado supera al que se le puede dar en un hogar.
Según confirmaron fuentes de ASSE, el sistema de salud no tiene una respuesta específica para ellos, y no hay ningún proyecto en camino. Los mayores de 65 años que consiguen una disposición judicial pueden entrar al Piñeyro del Campo pero, ¿qué pasa con los pacientes jóvenes convalecientes? Begoña Grau, directora de Pronadis, explica que cuando un paciente queda en situación de discapacidad con dependencia severa, existen dos centros gestionados por el Ministerio de Desarrollo Social donde podrán ser trasladados, pero ambos tienen pocos cupos y son de estadía transitoria. “Lo que hacemos es buscar una solución caso a caso”.
En algunas ocasiones, la salida es gestionarles una pensión en el Banco de Previsión Social e ingresarlos en residenciales de salud. Penone, que lidia a diario con el drama de los traumatizados en accidentes de tránsito, opina que los pacientes que no tienen recursos o familia terminan en lugares inadecuados. “Cuando estaban activas las colonias psiquiátricas muchos iban a parar allí, y eso era terrible”, cuenta.
La creación del Sistema de Cuidados tampoco abarcó a esta población: “Apunta a un nivel más bajo de dependencia técnica. Acá está faltando una política bien elaborada, que se invierta dinero, que se arme un marco legal que ajuste los niveles de cuidados. Esto es imprescindible porque en el mundo la tendencia de los cuidados es fuera del hospital. Tienden a tener cada vez menos camas, por una cuestión de hacinamiento, para evitar infecciones, para reducir los costos y por una cuestión socio cultural de integrar a esta persona a la vida de todos. La figura del hospital como figura de cuidado cada vez se limita más”, dice Ruso.
¿Y si algo sale mal y Samoilenko debe continuar en Uruguay? ¿Hasta cuándo podrá cuidarlo el Maciel? Ruso responde que hasta que se resuelva la situación legal para derivarlo. “Acá tenemos la obligación de asistir al paciente hasta que la muerte nos separe”.
Al “Ruso” todavía nadie le dijo que otra vez está prevista su partida. Temen generarle falsas esperanzas. Quienes lo visitan cuentan que hay días en que dice que no se quiere ir, pero al rato cambia de idea.
Junto a Penone, le hacemos esa consulta una vez más. Responde: “Irme”.
Escribimos en su computadora:
-Si te vas, ¿vas a extrañar a alguien?
Esta vez no teclea. Hace un gesto de despreocupación. Ya encontró la manera de sobreponerse a las distancias. Puede ser que él ya no pueda recorrer el mundo, pero sabe qué hacer para tenerlo un poco más cerca.
Tapa con un dedo el orificio de la traqueotomía y dice:
-Facebook.

Treinta y cinco mujeres que tienen entre 55 y 85 años trabajan de lunes a viernes en el servicio voluntario Manos Solidarias del Hospital Maciel. Llevan un cuarto de siglo brindando un servicio conocido como “cama vacía”. Cada día visitan las habitaciones e intentan solucionar las necesidades básicas de los pacientes y sus acompañantes. Reciben donaciones -libros, valijas, carteras, revistas, ropa, juguetes- que venden en una sala que tienen en el hospital. Con ese dinero proveen a quienes lo requieren de artículos de higiene personal, pagan boletos de ómnibus y pasajes interdepartamentales, y responden a las solicitudes de la dirección, que por lo general demanda vestimenta para pacientes. También entregan zapatos para personas con diabetes.
El personal del hospital las llama las “damas de azul”, porque recorren los pasillos luciendo una túnica de ese color. Isabel, maestra jubilada, no falta ningún jueves: “Yo siento que esto vale la pena”, dice. Conoció a Samoilenko cuando Emilia -la monja española- se acercó a pedirles un espacio en la heladera para guardar los alimentos que el cónsul le llevaba al paciente. Desde entonces buscó distintas formas para acercarse a él, hasta que lo consiguió. “Nunca le pregunté sobre el accidente porque es muy doloroso para él. Él en un momento te dice basta y yo sé que es porque le hace mal recordar. Hace un año que está postrado y será así siempre. Antes al menos podían transportarlo en silla de ruedas, pero con la pérdida del esófago no se puede hacer más. Él cada vez que voy me pide fisioterapia. Lo que pasa es que hay veces que vas y el no tiene ganas y se niega, y la prueba está en las manos, que ya las tiene rígidas. Hay un tema cultural también, porque los rusos son muy machistas y aquí no abunda el personal masculino. Pero una vez que te conoce te permite que trabajes con él y tiene un trato cordial”.
Cuenta que unos meses atrás, mientras estuvo aislado porque adquirió una bacteria resistente, ella se ponía un traje especial y entraba a la sala igual. La ayuda de Manos Solidarias fue esencial cuando a Samoilenko se le rompió la computadora: nadie quería tocarla porque había estado en contacto con la infección. Ese mismo día la agrupación le compró una computadora nueva. Finalmente lograron que un técnico usara guantes y tapabocas y que revisara la laptop personal de Samoilenko, que tiene el teclado en ruso, para poder recuperarla. Además de ellas, hay tres monjas que viven en el hospital y hacen lo que llaman “la recorrida de conversación”. Las monjas pueden tocar a los pacientes, pero las “damas de azul”, no. Por su seguridad, la dirección les pide que se coloquen a los pies de la cama y eviten el contacto físico. Isabel cuenta con felicidad que recibió un mensaje de Messenger de Samoilenko el día de su cumpleaños. “Mi mayor regalo sería que él pudiera volver a su país”.
Los traslados de pacientes por vía aérea: delicados pero frecuentes
La Administración de los Servicios de Salud del Estado tiene dos servicios que son para toda la población. Uno es la coordinación del servicio sanitario en las llamadas al 911; el otro es el traslado aéreo de pacientes. François Borde, director del Sistema de Atención Médica de Emergencia que coordina estos operativos, dice que llevar pacientes al extranjero en CTI armados dentro de helicópteros y aviones es más común de lo que se cree. “Hay un equipo de especialistas que está listo las 24 horas y todo el año. El proceso tiene ciertas particularidades porque hay cambios fisiológicos que se dan por los cambios de presión y de altura que hacen que no todos los pacientes puedan ser llevados”, dice. ¿Quién lo evalúa? “Un médico solicita traslado, vemos si se ajusta al protocolo y se coordina con el Ministerio de Relaciones Exteriores y con la Fuerza Aérea qué tipo de nave se usará”. La elección se ajusta a la disponibilidad del recurso y las características del paciente. El avión presidencial se usa para los viajes lejanos, ya que es el más rápido. Aunque Borde dice que no hay un límite de distancia, lo habitual ha sido llegar a localidades de Brasil y Argentina.