En Buenos Aires.
Ay.
En 8.8: El miedo en el espejo, el mexicano Juan Villoro, uno de los cronistas en español más importantes del mundo, narró con precisión el momento en el que, estando en Chile, un sábado de febrero de 2010, la tierra se abrió bajo sus pies. Lo cito, así comprenden su nervio y de paso disfrutan la traza de su escritura:
“A las 3:34 de la madrugada, una sacudida me despertó en Santiago. Dormía en un séptimo piso; traté de ponerme de pie y caí al suelo. Fue ahí donde en verdad desperté. Durante unos minutos eternos (siete en el epicentro, un lapso incalculable en el tiempo real del caos) el temblor tiró botellas, libros y la televisión. Oí un estallido, hubo chispas. El edificio se cimbró y escuché las grietas que se abrían en las paredes. Algo cayó del techo y sentí en la boca un regusto acre. Era polvo, el sabor de la muerte. Los muebles se cubrieron de yeso. Una naranja rodó como animada por energía propia”.
Ay.
Villoro estaba, en aquel momento, en la capital chilena participando de un congreso de literatura infantil. Yo estoy ahora mismo, en este octubre 2023, en la capital argentina, donde el sismo es político, económico, social. Cambiario. Le escribo al Uruguay desde un país que se encuentra en estado de estremecimiento. No estamos por entrar al terremoto argentino, ni estamos al otro lado de él: estamos parados sobre su justo epicentro sin noticias acerca de cuándo acabará. Como si se estuviera abriendo la tierra bajo nuestros pies, como si estuviéramos viendo por las calles de Buenos Aires, de Córdoba, de Rosario, del Norte y de la Patagonia, de Cuyo y del Litoral, un sinfín de naranjas rodando, animadas por energía propia. Ay.
Lo político.

El 25 de mayo de 2003, Néstor Carlos Kirchner fue elegido presidente de la Argentina. Solo dos años más tarde, en 2005, el ingeniero Mauricio Macri fundaba Propuesta Republicana, el Pro, un sujeto político que lideraría, con acento propio, la oposición. Es decir, llevamos 20 años de una cartografía política bifronte, organizada en un espacio y su contrapunto, y es la curva de esa misma organización lo que está concluyendo, lo que está terminando. El tema es que lo está haciendo de manera implosiva, lastimando a todo el mundo, dejando heridos por todas partes. Las placas tectónicas de la grieta en la que nos habíamos acostumbrado a vivir durante estas últimas dos décadas, eso es lo que cruje.
Volvamos a Villoro:
“En 1985, el sismo de la ciudad de México demostró que la especulación inmobiliaria y la amañada construcción de edificios públicos eran más dañinas que los grados Richter. Los terremotos son inspectores de la honestidad arquitectónica”.
En estos días de campaña electoral, los argentinos tuvimos que ver al jefe de gabinete del gobierno de la provincia de Buenos Aires y primer candidato a concejal de Lomas de Zamora en la lista de Sergio Massa, bronceándose en un yate bajo el sol de Marbella, acompañado de una modelo inverosímil, en trance de fornicación elocuente, entre relojes Rolex y carteritas Louis Vuitton.
Tuvimos que escuchar los audios contrabandeados del economista en jefe de la candidata Patricia Bullrich queriendo, durante su presidencia en el Banco Nación, seducir a una empleada en frágiles condiciones para resistir la embestida. No nos queda, de esos audios, la idea de que la sedujera con sus capitales personales, sino más bien con la fuerza prepotente de su cargo.

Y quedamos atónitos cuando, en pleno debate presidencial, a Javier Milei lo acusaron de tener corruptos en sus listas y la respuesta de Milei no fue negarlo sino sugerir que no era el único que los tenía. ¿Qué?
Si los terremotos físicos miden la honestidad de los constructores, los terremotos políticos miden la honestidad de los hombres de Estado. Ay.
El doloroso, traumático, dramático cambio de piel que la Argentina está experimentando en estos días puede quedar dicho, condensado, en el siguiente detalle: en 2022, la película Argentina 1985 vendió, en la era Netflix de las plataformas audiovisuales y el streaming, 1,1 millón de entradas a los cines. Las funciones terminaban con Ricardo Darín, en la piel del fiscal Strassera, diciéndole a los jueces que, una dictadura militar, Nunca Más. Y las salas reventaban de aplausos. En 2023, por primera vez en 40 años de democracia recuperada, la abogada Victoria Villarruel, candidata a vicepresidente por la lista de Javier Milei y actual diputada nacional, organizó un acto en la Legislatura Porteña que formalmente se presentó como de “homenaje a la víctimas por los ataque de grupos guerrilleros”, pero blanqueó la existencia de lo que hasta ahora había sido una manifestación más o menos subterránea: el negacionismo argentino. Borges visitaba con frecuencia un concepto: el de lo inconcebible. El inconcebible universo, la inconcebible Argentina. Estamos delante de un país (o, ay, dentro de él) que se está reconcibiendo.
Lo económico.
Escribe Villoro:
“Los mexicanos tenemos un sismógrafo en el alma, al menos los que sobrevivimos al terremoto de 1985 en el Distrito Federal. Si una lámpara se mueve, nos refugiamos en el quicio de una puerta”.
Los argentinos también tenemos un sismógrafo en el alma, solo que es un sismógrafo cambiario. Si el dólar se mueve, salimos corriendo a comprarlo y nos refugiamos en el quicio de su valor para no perder capacidad de ahorro, de compra de alimentos, de sobrevida, conservando los pesos deprimidos con el que nos pagan en nuestros trabajos.
En la semana que acaba de terminar, tuvimos en la Argentina fuertes réplicas en el mercado de cambios y la inestabilidad telúrica de nuestro piso monetario alcanzó nuevas e increíbles cotas: el miércoles 11, una corrida incendiaria llevó al dólar a perforar el techo de los mil pesos argentinos por unidad, lo que, por primera vez (en la Argentina hay primeras veces de todo, todo el tiempo) el rectángulo de papel billete nacional de mayor denominación, el de mil pesos, quedó empatado con el rectángulo de papel billete de menor denominación que se usa para las transacciones del mundo, el de un dólar. Uno de mil y uno de uno siendo la misma cosa, valiendo lo mismo, en el mismo país, en el mismo día de la misma época. Ay.

La corrida cambiaria se precipitó luego de que Javier Miliei, el candidato más votado en las elecciones primarias, las que definen el primer posicionamiento electoral, dijera que el peso argentino tiene el valor del “excremento” y que le aconsejara a los ahorristas sacar sus pesos de los plazos fijos de los bancos y comprar cuanto antes moneda estadounidense. La sugerencia tuvo el efecto que tendría, en un terremoto, ponerse a hacer fracking.
La reacción del gobierno fue una denuncia en la justicia federal, hecha por el presidente Alberto Fernández, por los cargos de intimidación pública. Milei respondió que cuanto más alto esté el precio del dólar, más fácil le resultará a su futuro gobierno dolarizar la economía argentina que, junto con la libre portación de armas y la apertura de un mercado para la venta de órganos, han sido sus propuestas más feroces, luego reguladas por el propio Milei, pero que quedaron en el centro del debate público como quedan silbando en el aire los estremecimientos de las palabras alguna vez dichas.
La estampida cambiaria tuvo una noticia anterior, la publicación del nuevo índice de pobreza que (por primera… bueno, ya saben) cruzó el techo del 40 por ciento, afincándose en el 40,1. Y una noticia inmediatamente posterior, que fue la publicación de la inflación correspondiente al mes de setiembre: 12,7 por ciento, lo que supuso un incremento con respecto a septiembre 2022 del 138,3 por ciento. Hay que decir que, según Chequeado, la agencia de verificación de datos y combatiente de las fake news, por cada punto que la inflación le roe al poder adquisitivo se suman 230.000 nuevos pobres.
Que los argentinos tenemos un sismógrafo cambiario en el alma significa que vivimos en un país que admite uno, dos, tres, más de 15 cotizaciones diferentes con sus nombres y sus dinámicas. Hay un dólar oficial, al que se accede pagando un 65 por ciento de impuestos, pero solo se pueden comprar 200 y tampoco nadie puede, o casi. Un dólar Blue, absolutamente ilegal y completamente legitimado por el uso y la costumbre, fuente del Derecho, el dólar que todos usan. Un dólar Soja para liquidar exportaciones; un dólar Qatar, para hacer viajes fuera del país; un dólar Coldplay, acordado entre el gobierno y los productores de espectáculos; un dólar Futuro, que se pacta en el presente a una fecha futura; uno Contado con Liquidación o dólar Liqui, para el sector financiero; un dólar Cripto para la compra de moneda digital; un dólar Lujo para la compra o el alquiler de bienes suntuarios (un yate, por ejemplo). Y algunos otros más o menos técnicos y más o menos, vamos de vuelta: inconcebibles.
Cuando yo era chico -y fui chico en el final de los setenta, principios de los ochenta- existía en Buenos Aires un célebre parque de diversiones que mi generación recuerda como el Italpark. Allí uno podía encontrar toda clase de juegos mecánicos, pero había uno especialmente divertido: el ShowBoat. Se trataba de una construcción fija que simulaba un barco del Mississippi, siglo XIX, con su rueda y su barandal blanco de maderitas. Los tripulantes, niños de 8 a 12 años, entrábamos e inmediatamente el piso se movía bajo los pies. El juego te desafiaba a completar el recorrido atravesando pasillos con listones que se hundían al pisarlos o a cruzar un inmenso barril giratorio sin caer de culo en el intento. Salíamos riéndonos, mareados, abrazados a los amigos y queriendo volver a entrar. Claro, era un juego, no un país.
Lo social.
Acá estamos todos, los 46 millones que somos, delante de nuestros televisores, asistiendo como romanos al espectáculo tremendo de nuestro propio circo sangrante, sabiendo a quién vamos a votar, no sabiendo a quién vamos a votar, queriendo votar, odiando tener que hacerlo, repartidos en la trama de una diversidad que la chifladura de este momento y de estas elecciones acentúa con fuerza. Hola, uruguayos. Bienvenidos a las elecciones más locas del mundo.
Hay un candidato que recorre el país con una motosierra encendida. Y que les pide a los que vayan a apoyarlo que lleven su propia motosierra. Si no la tienen, les sugiere dulcemente que lleven un machete. No es un chiste de mi nota, ojalá lo fuera: un machete, es literal.
Hay una candidata, en riña constante con la noble lengua castellana y las oraciones bimembres, a la que arteramente le vienen señalando su pasado montonero, y no tan arteramente su vínculo con el atentado a la actual vicepresidenta mediante las conexiones inexplicables que ha tenido su exmano derecha, Gerardo Milman. También la tachan de alcohólica. Es un asunto de ella, pero no ayudó en nada que el 21 de septiembre, día del estudiante, haya saludado a los jóvenes argentinos con un video en donde les dice: “Tomate un vinito”. Le está hablando a los pibes. Y sin embargo.
Ya dijimos que la inflación argentina araña el 140 por ciento interanual. Que cuatro de cada 10 argentinos viven sus vidas bajo la línea de la pobreza. Que un dólar son mil pesos moneda nacional. Ojo, no crean: HAY un ministro de economía que administra ESTA economía. En cualquier país del mundo, iría de su casa al ministerio y del ministerio a su casa, dentro de un auto con vidrios polarizados y no saldría a la calle, sino disfrazado. En la Argentina ese ministro es candidato, pero paren, paren, hay un dato más: es un candidato con chances de ganar. ¿Alguien me la explica?

El 22 de Octubre se vota. Una de estas tres personas será la elegida, ganará los comicios y ocupará el sillón de Rivadavia en la Casa Rosada. Una de estas tres personas será nuestro próximo presidente. Ay.
Yo argentino.
Alguien va a leer esta nota y va a sospechar. Dirá (les juro que dirá, mil veces se los juro) que fui imparcial, que por qué no conté que Milei habla con sus perros muertos, y que su hermana le hace de medium. Que Patricia, siendo ministra de Trabajo en el gobierno de la Alianza, le bajó los haberes a los jubilados. Que Massa arremetió contra los ñoquis de La Cámpora, contra el kirchnerismo entero arremetió, y ahora es su candidato. El enunciado, redes mediante, en la Argentina (probablemente en el mundo, pero yo no soy un ciudadano del mundo, soy uno de este país) se ha vuelto un enunciado imposible. Decir es someterse. Yo creo que, igualmente, hay que decir.

Cataclismo, terremotos, maremotos, tsunamis. La tierra que habitamos de golpe se revela. Y se rebela. Si ponemos tierra con mayúscula, Tierra, estamos hablando del mundo. Si no, tierra, estamos hablando de la parcela pequeñita en la que permanecemos de pie. La venecita donde estamos parados con los nuestros ahí, alrededor.
El ancho mar, la patria en calma, nuestras fronteras, nuestros ríos que son nuestras fronteras. Nuestros países.Hace unos meses estuve en Colón, Entre Ríos, viendo a los uruguayos de Paysandú cruzar el puente para comprar un shampoo, una bolsa de papas fritas, y pagarla 70 por ciento menos que en su país. Los banqué. Los amé. Era gente queriendo vivir mejor, una astilla de vida, apenas, pero una astilla mejor.
Hay tres acepciones para la onomatopeya AY, según la RAE. A ver cuáles es tu favorita:
1. Interjección. Sirve para expresar muchos y muy diversos movimientos del ánimo, y más ordinariamente aflicción o dolor.
2. Seguida de la partícula de y un nombre o pronombre, denota pena, temor, conmiseración o amenaza. ¡Ay de mí! ¡Ay del que me ofenda!
3. Suspiro, quejido.
No sé ustedes, yo voy con la 3. La Argentina es un suspiro, un quejido. Pero también un amor.
No tengo idea con qué sociedad me voy a encontrar en un par de meses. Sé que me quedo. Sé que no me voy. Cito a Juan Villoro una vez más, la última vez:
“No pude bajar del séptimo piso durante el temblor y me resigné a quedarme en el cuarto 715. Mi suerte sería la del edificio”.
Tengo 52 años. Ya no puedo, y ya no quiero, irme de acá. De esta tierra loca y ensimismada. Comeremos pizza de Uggi’s. Reventaremos de Rivotril. Seguiremos leyendo a Martín Rodríguez y a Esteban Schmidt. Saldremos a las calles cuando se pueda. Correremos y nos correrán. Esperaremos a que Messi nos traiga la cuarta. Mi suerte será la del edificio en el que vivo. Y el edificio en el que vivo es este país.
Referentes de Milei, Massa y Bullrich explican el "sismo"
¿De qué se trata este sismo argentino? ¿Y qué hay al otro lado de él? Una pregunta es derivada de la otra. Y entre ambas componen presente y futuro de un cuerpo social. Aquí responden tres referentes de tres espacios.
Dice Diana Mondino, primera candidata a diputada nacional por la ciudad de Buenos Aires en la lista de Javier Milei: “Yo no lo llamaría terremoto, aunque sí creo que la Argentina está en estado crítico. Pero, antes que un sismo, lo que veo es una oportunidad ¿De qué? Bueno, de cambiar el curso de la Historia. Al otro lado de esta crisis lo que veo, o tal vez sea lo que deseo, es la mejora de un entorno, el de las familias, el del trabajo y el del país”.

El 27 de agosto pasado, entrevistado por Diego Sehinkman en el programa Una vuelta más de TN, Santiago Kovadloff, graduado en filosofía de la UBA, ensayista y poeta, asesor de los equipos de Patricia Bullrich, dijo, buscando completar una lectura del presente político y social de la Argentina, que “en 40 años de democracia, la gente no ha visto logrados los objetivos fundamentales de una democracia republicana: la equidad social, la educación pública, la salud, el trabajo, la estabilidad de la moneda. De manera que no debemos juzgar a la gente por su desesperación, pero tampoco creer que la desesperación es algo más que un síntoma”, y luego diagnosticó: “Milei es un capitalizador del desencanto con la democracia. Bullrich, en cambio, tiene que restituir la fe en la democracia y su tarea es más difícil, pero a la vez muy borgeana. ¿Por qué? Cuando Borges se encontró con Alfonsín en 1983, y yo estaba allí presente, Borges le dijo: señor presidente, usted nos ha devuelto el deber de la esperanza”.
Por su parte, Ricardo Forster, doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba e impulsor de la campaña de Sergio Massa, argumentó en un entrevista para el programa ATP de la televisión de la provincia de Santa Fe: “Hoy, una conjugación política performática ha logrado tocar a las zonas juveniles pauperizadas del electorado y ha convocado un masivo voto de rechazo que no necesariamente puede ser calificado como un voto de derecha, sino como una expresión más provocativa y más radical de enunciar una ofuscación, un enfado profundo con la situación estructural del país. Parece un voto rupturista, cuando en realidad la agenda de Milei lo coloca dentro de una línea política de las más tradicionalistas, como es el conservadurismo liberal”.