Los rayos del sol se detuvieron por primera vez en lo alto de una Torre. Allá abajo, hidalgos futbolistas luchaban por la medalla de oro y, de tanto en tanto, cuando la acción lo permitía, levantaban la vista para contemplar el esplandor que emergía con la fuerza del pasado y con la misma vivacidad que supo tener en un templo antiguo. Ninguna llama iluminó como ella. Nasazzi, Scarone, Petrone, Urdinarán, Cea y Mazali, entre otros, dieron la vuelta olímpica bajo uno de los mantos sagrados que recién comenzó a convertirse en un símbolo de los Juegos Olímpicos de la Era Moderna en Amsterdam 1928.
Uruguay ahí, presente. Siendo parte de la rica historia deportiva, uniéndose a un acontecimiento que perduró a lo largo del tiempo. Porque la interpretación más terrenal de la mitología griega, en la que Prometeo robó el fuego sagrado a los dioses para llevarlo a los mortales, comenzó de la mano de un inspirado arquitecto. Fue el propio ejecutor del Estadio Olímpico de Amsterdam el encargado de evocar el pasado mitológico. Jan Wils, un holandés nacido en Alkmaar, incluyó en su obra la construcción de una torre para colocar encima de ella un pebetero. Ahí se encendió la llama que se mantendría prendida durante todos de los Juegos. Y no habrá ninguna igual como esa. Aunque el fuego que ardió en los estadios olímpicos fue tomando mayor cuerpo y más significado, ninguna otra podrá alcanzar el tiempo de duración que tuvo esa llama: tres meses.
El Barón Pierre de Coubertin se encargó de empujar con la fuerza de una carroza la idea de Wils. "Que la Antorcha Olímpica siga su curso a través de los tiempos para el bien de la humanidad cada vez más ardiente, animosa y pura". Quizás ese fue el punto de partida para que el encendido del pebetero se constituyera en la representación más tradicional y sagrada de la fiesta inaugural de los Juegos Olímpicos.
Su encanto, además, creció con la misma potencia con la que algunos procuraron utilizar a los Juegos para mandar mensajes de poder. Tan es así, que la historia de la llama sedujo al mismo Adolf Hitler. En Berlín 1936, el Führer recogió con agrado la idea del jefe del Comité Organizador, Carl Diem, quien creyó que los antiguos griegos eran antecesores arios de la Alemania nazi. Nació ahí, el viaje de portadores de antorcha para traer el fuego olímpico y todo basándose en la ceremonia de los Juegos griegos de la antigüedad, donde había una carrera hacia el Altar de Zeus en la que el vencedor recibía el derecho a encender el fuego sagrado.
El paso del tiempo permitió que cada sede organizadora de los Juegos fuera agregándole mayor simbolismo al acontecimiento. La ceremonia, incluso, ya tiene un regreso más evocativo del pasado. Porque es en Olimpia, y frente a las ruinas del templo de Hera, donde actrices que representan a las sacerdotisas de Hestia colocan una antorcha en la concavidad de un espejo parabólico que concentra los rayos del sol. Como sucedía en la antigüedad, así se enciende la llama que marcará el inicio de los juegos deportivos de la Olimpíada.
Pero, además, la emoción ha ido en aumento. Y aquello que comenzó siendo una simple labor de un empleado de la empresa eléctrica de Amsterdam (fue el encargado de encender el primer pebetero olímpico) terminó destinándose a grandes figuras del deporte, a ejemplos de la humanidad o utilizándose como herramienta fundamental para fomentar la unión entre las naciones.
Helsinki 1952 tomó la posta y concedió el honor del encendido del pebetero, como último portador de la antorcha, al excampeón Paavo Nurmi. Tokio 1964 fue un poco más allá que sus antecesores y otorgó tal privilegio a Yoshinori Sakai, uno de los ciudadanos que nació en Hiroshima el día de la explosión de la bomba atómica.
En México 1968 Enriqueta Basilio dio otro gran paso en la era moderna de los Juegos, porque se convirtió en la primera mujer en tener la responsabilidad de colocar el fuego olímpico. Y hubo más y más acciones con alta carga emotiva. Como la de Montreal 1976, cuando Stéphane Préfontaine y Sandra Henderson, representantes de los anglo y francocanadienses, simbolizaron la unión del país al encender de manera conjunta el pebetero.
Lo que también fue aumentando es la expectativa y hasta el secreto del acto. Con la tecnología llegó el lujo y la sorpresa. Cada ciudad organizadora de los Juegos pone mucho acento en este tema.
Aunque Barcelona se lleva las palmas por la carga de adrenalina que tuvo aquella flecha que cruzó el estadio para aterrizar (o no) en el pebetero, Sydney y Beijing fueron lo suficientemente creativos como para provocar impacto y admiración.
A nadie escapa que la labor del arquero paralímpico Antonio Rebollo Liñán, se colocó en lo más alto del podio olímpico. Polémicas al margen, cuando Rebollo tensó el arco se pararon los corazones de 2.000 millones de personas (se estima que eso era el número de televidentes de Barcelona 92) y cuando la flecha hizo su parábola en el aire, el mundo rezó para que diera en el blanco.
Sydney dejó a todos pasmados con el ascenso del pebetero que estaba oculto. Y sobre todo con esa cascada de agua que fue cayendo alrededor de Cathy Freeman, la atleta australiana que se encargó de encenderlo. Beijing dio un paso más alto. Y bien alto, porque el triple campeón de gimnasia en Los Ángeles 1984, Li Ning, voló por el techo del Nido de Pájaro para encender un pebetero que estaba muy escondido.
Hoy, de la misma manera que antes sucedió en China, la vista no entrega la imagen de ningún pebetero. Y los integrantes del Comité Organizador aseguran que la torre Arcelor Mittal Orbit, una escultura roja de acero retorcido, que parece una montaña rusa enredada, no es la estructura del pebetero. No queda más remedio que esperar para revelar el secreto mejor guardado de Londres.
1936
BERLÍN
El ingeniero y medio fondista Fritz Schilgen fue el elegido para llevar la llama olímpica hacia el pebetero. Aquí nació el recorrido de la antorcha. Fue desde Olimpia hasta Berlín y de ello se ocuparon más de 3.075 atletas. El recorrido fue a través de 3.187 kilómetros.
1952
HELSINKI
En Helsinki empezó a demostrarse que el encendido del pebetero era de un enorme significado. El gran Paavo Nurmi fue el primer campeón encargado de llevar la antorcha hasta el pebetero que estaba dentro del estadio.
1964
TOKYO
Japón procuró darle un valor emocional muy grande a sus juegos. Por esa razón, Yoshinori Sakai, estudiante nacido en Hiroshima el día en el que se arrojó la bomba atómica, llevó la antorcha hasta el pebetero.
1968
MÉXICO
Norma Enriqueta Basilio Sotelo, también conocida como "Queta Basilio", marcó otro hito histórico en los Juegos. La atleta mexicana fue la primera mujer que portó la antorcha olímpica y, naturalmente, la primera que encendió el pebetero. Subió por una larga escalera para llegar hasta el lugar señalado.
1992
BARCELONA
Polémica al margen, de si la flecha cayó o no en el centro del pebetero, Antonio Rebollo Liñán, un atleta paralímpico madrileño, fue protagonista de una ceremonia espectacular. Unos 2.000 millones de personas se asombraron con la majestuosa imagen de la flecha volando hacia el pebetero.
1996
ATLANTA
Estados Unidos optó por uno de los míticos deportistas para cumplir con el ritual del encendido del pebetero. Mohamed Alí prendió con dificultades, por la enfermedad del Parkinson, una llama que recorrió un cable.
2000
SYDNEY
La atleta australiana Cathy Freeman, y con mucho suspenso porque el sistema se trancó por algunos minutos, encendió el pebetero que estaba muy oculto. Había sido instalado sobre una cama de agua que emergió por encima de la deportista y fue ascendiendo. El ascenso se produjo en medio de una catarata de agua que caía por los costados. Freeman levantó su brazo y lo encendió.
2004
ATENAS
Tras 108 años de espera, los Juegos Olímpicos regresaron a su cuna. El navegante griego Nikolaos Kaklamanakis, medalla de oro en Atlanta 1996, llegó tranquilamente al centro del estadio y prendió una gran antorcha con forma de obelisco. Esperó al comienzo de una escalera y nadie imaginaba dónde estaba el pebetero, que descendió hasta él. Fue un momento emotivo.
2008
BEIJING
El triple campeón de gimnasia en Los Angeles 84, Li Ning, suspendido en el aire y tras recorrer la cornisa del estadio "Nido de Pájaro" encendió el pebetero de color rojo, que simbolizaba un rollo de papel de pergamino. Ning recorrió los últimos metros sobre una alfombra virtual alrededor del estadio, mientras lo perseguían imágenes de algunos relevos en todo el mundo.