LUIS CABRERA
El tatuaje ha estado ligado al deporte desde mucho antes de la explosión de popularidad que ha tenido el arte corporal en las últimas décadas. Sin embargo, el crecimiento que ha tenido ha sido con respecto a su alcance, pasando de actividades como el skateboard o el boxeo, a los deportes que más público atraen, como el fútbol y el basquetbol.
La década de los noventa produjo el salto del tatuaje -y su "pariente cercano", el piercing- a los lugares más visibles del escenario deportivo.
La NBA, con abanderados como Dennis Rodman o Allen Iverson, revolucionó la imagen del deportista en Estados Unidos. Sus integrantes, más visibles que los del fútbol americano, causaron impacto en la audiencia de la liga, en su mayoría blanca, simplemente trasladando a las canchas las tradiciones de sus orígenes barriales.
Aún así, el fenómeno del tatuaje no está atado a razas o clases sociales, y pronto encontró repercusión en el más popular de los deportes.
En el fútbol, el impulso vino dado tanto por la renovada cultura "hipster", que comenzó a tener representantes en el mundo del balonpie, como por la revalorización de la estética personal, consecuencia de la mayor exposición que los atletas tienen en los medios.
Los tatuajes tienen hoy un sinnúmero de aplicaciones para sus portadores, transmitiendo significados religiosos, de pertenencia, afectivos, culturales o simplemente un gusto estético.
Dentro de este abanico de posibilidades hay ciertas fascinaciones que se repiten, sin importar fronteras, como son las cruces, los nombres de familiares (en especial hijos) y las ilustraciones orientales.
Es muy común que los jugadores utilicen tipografías especiales -hay un gusto en particular por los caracteres chinos, japoneses o, cortesía de J.R.R. Tolkien, élficos- y se mantengan fieles a la tinta oscura. Las tintas de colores no suman tantos fanáticos.
En Uruguay aún no hay equivalentes a Djibrill Cissé, por citar a uno de los futbolistas que no dejó un centímetro de su piel sin decorar, pero el fenómeno crece y cada vez son menos los atletas que no se han visto seducidos por un fenómeno que crece sin parar.
Díganle Jesús
David Beckham ha optado por los tatuajes religiosos. Luce ángeles, cruces y, en su pecho, a unos querubines levantando a Jesús. "Me identifica", dijo.
Ella le gana
El NBA J. R. Smith luce tatuajes en brazos, piernas, torso y hasta cuello, pero aún así no le gana a su novia, Britanie Girard, quien es adicta a la tinta.
Puro boricua
El boxeador Miguel Cotto lleva símbolos de su Puerto Rico y, en su espalda, luce un homenaje a su padre, fallecido en 2010.
Liverpool tuvo a dos de los más grandes
Dos de los futbolistas que más tinta han volcado a su piel compartieron vestuario en Anfield durante la temporada pasada.
El luso Raul Meireles llegó a Liverpool y se trenzó en una guerra amistosa con el danés Daniel Agger, quien luce un impresionante dibujo vikingo en su espalda.
El portugués no se queda atrás con su dragón, pero admite que le falta para poder alcanzar a su hoy ex compañero.
"El primer lugar es de Daniel, por ahora", comentó Meireles. "Hemos hablado al respecto y voy a hacer lo posible para alcanzarlo", prometió.
Una infección que llevó a la prohibición
El último arte que el holandés Eljero Elía grabó sobre su cuerpo le costó 30 días de inactividad, producto de una infección, situación que puso en alerta a su club, Hamburgo, y al resto de los conjuntos de la Bundesliga.
Es por esto que el Werder Bremen tomó la decisión de prohibirle a sus jugadores realizarse nuevos tatuajes mientras estén bajo contrato. "Es un riesgo que necesitamos evitar", explicaron en el club.