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Alejandro Cichero, el discípulo de Hugo de León que le ganó la titularidad a Lugano y da cátedra en Boston River

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ENTREVISTA

"Nos mudamos de Venezuela por la realidad que se vivía en ese momento. Es un país rico en todos los sentidos, pero pobre en la educación política", aseguró el exfutbolista de Nacional.

Alejandro Cichero junto a Lionel Messi. Foto: AFP.
Alejandro Cichero junto a Lionel Messi. Foto: AFP.

"Si estará mal el fútbol uruguayo que traen a un defensa venezolano”, fueron las palabras de Jorge Da Silveira cuando Nacional, allá por el 2004, anunció la contratación de su nueva apuesta: el robusto Alejandro Cichero, hoy coordinador y entrenador en las divisiones juveniles de Boston River.

El zaguero, que antes había estado en Cerro, era, para ese momento, un fijo en la selección de su país y había llegado como una pieza clave para reforzar a la defensa. En cuestión de meses, y a prueba de rendimientos, consiguió verter la opinión del periodista y, además de ganarle el puesto a Diego Lugano, fue convocado para jugar la Copa América de ese año. “Cuando entré al Estadio Centenario jugando con Nacional me acerqué con respeto y le dije al Toto: ‘Mire, escuché su nota en la radio y le voy a demostrar, no con palabras sino con hechos, que con lo que usted dijo se equivocó’. Gracias a Dios, tuve un excelente campeonato y él mismo después reconoció no solamente que era un buen jugador, sino una excelente persona”, relató a Ovación.

Discípulo de dos históricos que lo apadrinaron -primero fue alumno de Santiago Ostolaza y más tarde quedó referenciado por Hugo de León- se nutrió de los consejos de dos entrenadores que, por haber compartido posición, sabían al detalle cómo y cuándo tenían que hablarle. Incluso, aunque renegara con el estilo de juego del fútbol uruguayo.

Al principio tropezando contra su esencia, pero luego amoldándose a buen ritmo, Cichero se supo ganar rápidamente el respaldo de sus superiores. Pese a que muchas veces chocaba con la idea de jugar en largo, supo ingeniárselas para, por ejemplo, convencer a Ostolaza de que su característica de juego era otra y al poco tiempo logró entenderse casi que de memoria con De León. “Tuve la oportunidad de tener técnicos que jugaron en mi posición. Con Hugo de León me entendí muy bien. Su característica de juego era del estilo de un jugador elegante, que no le tenía miedo a la pelota. Y yo venía con ese estilo de juego, que se implementaba en la selección de Venezuela. El Vasco me decía: ‘Viste que acá los centrales son más fuertes, más de pelotazos, tené cuidado...’. Y yo le decía: ‘Tranquilo Vasco, cuando la pierda vos gritame de afuera. Mientras yo siga generando pases a un compañero y gire...’. No se trataba de aprender, sino de que te dieran la libertad necesaria para hacer lo que tú sabías”.

A Nacional llegó nutrido de su primera experiencia en Cerro, donde compartió plantel con Diego Godín, Adrián Romero, Pablo Melo, entre otros destacados jugadores que mencionó en diálogo con Ovación. Ese primer período de aprendizaje fue “espectacular” desde todo punto de vista, recuerda. “Cerro es un equipo que está en mi corazón porque fue el que me catapultó para llegar a Nacional. Teníamos un gran cuadro. Éramos como las hormigas: tirábamos todos para el mismo lado. Nadie se quejaba. No había egos. Y nos fue muy bien”.

Alejandro Cichero. Foto: Estefanía Leal.
Alejandro Cichero junto a su hija, a quien proyecta como la futura "Miss Universo". Foto: Estefanía Leal.

El propio Cichero reconoce que su vida en 45 años ha sido de “trotamundos”. Italia, Portugal, Bulgaria, China y Colombia fueron otros de sus paraderos en el exterior. Pero nada como Uruguay, el lugar donde encontró la tranquilidad que buscaba y al que finalmente eligió para quedarse desde 2018, confiesa.

Muy distinta era por entonces la realidad que vivía en su país, ya retirado, donde la crisis social y económica azotaba hasta a aquellos ciudadanos de buen pasar económico.

“Nosotros ya teníamos planificado mudarnos. Yo quise traer a mi hijo (de 16 años) a que conociera un país netamente futbolero. Aquí, en Montevideo, no hay fútbol un sábado o domingo y pareciera que pasó un huracán. Pero no nos mudamos (de Venezuela) por el fútbol; fue por la realidad que se vivía en ese momento en mi país, un país rico en todos los sentidos, pero pobre en la educación política. No podíamos estar en un lugar donde el secuestro era el hábito número uno. Uno tiene que poder tener la libertad -como se tiene acá en Uruguay- de saber que si tu hijo se va en autobús, va a volver. En Venezuela, primero que mi hijo no se iba solo. Y segundo, que tú salías y no sabías si volvías”, explicó.

Volver a Montevideo fue, entonces, un volver a empezar. Esta vez, desde un lugar de menor privilegio y en un club como Boston River para ejercer como coordinador de juveniles. Las vivencias posteriores, de todas formas, barrieron cualquier expectativa previa. “Cuando vinimos a Uruguay le comenté a mi esposa: ‘Mira, este país creo que es la Suiza de Sudamérica. Es pequeño, súper costoso, pero tienes la tranquilidad de que es tranquilo, con gente noble y que los servicios públicos sirven”.

Cichero es un puesto cantado en el Boston desde 2018. Conoce de la A a la Z a cada jugador que integra alguno de los equipos juveniles. “Estoy con todas las categorías. Cuando me trajeron, me llevaron como subcoordinador. Yo ayudo mucho a todos los entrenadores, sobre todo en lo que es la metodología de juego, la parte defensiva. Otros me piden ayuda para la parte ofensiva. Yo estoy para hacer crecer al jugador, que para mí es lo fundamental”.

Alejandro Cichero en Boston River.
Alejandro Cichero en Boston River.

“Creo que soy el único entrenador que conoce a todos los juveniles. Cuando el de Sub 16 pasa a Quinta, yo ya lo tuve. No hay un juvenil que no conozca. Me aprendí casi 250 nombres”, agregó.

Dentro de esos jugadores en formación hay una joya venezolana que promete y que engaña con su físico. Es su hijo Alejandro Gabriel, de 16 años, que no solo comparte su apellido, sino también su altura: mide 1.95 metros. A diferencia de su padre, juega como delantero.

“Uno tiene que tener la pedagogía suficiente para entender que con un Sub 14 no se puede trabajar igual que a un Sub 19. Pero no solamente cambia el trabajo, sino también el modo de explicar. Considero que por tener un hijo de 16, otro de 15, uno de cuatro y una niña de dos me logro adaptar muy fácil a cualquiera de esas edades. Y también por haber tenido tantos años en el fútbol”, reflexionó Cichero, que además sumó: "Con los Sub 19 es con los que mejor me entiendo porque es como si ya estuviese hablando con un jugador profesional prácticamente”.

Cichero posa feliz junto a su hija pequeña. Foto: Estefanía Leal
Cichero posa feliz junto a su hija pequeña. Foto: Estefanía Leal

Adentrado en su rol como formador, el exfutbolista busca crecer como entrenador para ganarse -por qué no- la oportunidad de dirigir a Boston River algún día en Primera. Dice no estar apresurado, y menos ahora que el club anunció la llegada de su compatriota Daniel Farías, pero sí es algo que anhela conseguir pronto y forma parte de su “mentalidad ganadora”.

“En Uruguay quieren el fútbol de correr y meter, pero eso ya caducó. Creen que todo es correr y meter, pero hay que saber cuánto y cómo. Nosotros estamos en la fase de jugar un fútbol más asociado. Yo les trato de decir a los gurises y de dar el ejemplo. Yo me terminé de formar como jugador en Uruguay, pero con el fútbol venezolano de Richard Páez. Nosotros siempre tratábamos de salir con la pelota al pie. Y es cierto: un zaguero no sale dribbleando, pero sí genera un pase por abajo a un compañero, a la pierna correcta, en el momento correcto, que es una de las cosas que veo que acá no se enseñan. Si no tiene ningún tipo de presión, no le enseñan al zaguero a romper una línea. Entonces, juegas de un zaguero al otro. Creo que tenés que romper líneas para generar presión y que queden espacios libres. Las pelotas divididas son para la gente que no sabe”, concluyó.

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