El viernes fui con mis hijos al Parque Prandi -un estadio pequeño, pero muy prolijo y donde se nota el amor que le pusieron a las instalaciones- para ver el partido entre Plaza Colonia y Wanderers.
Al ir con dos pequeños de seis y siete años era imposible no llevar una mochila; no me percaté de que había dejado un desodorante y, cuando me controlaron en el ingreso, el guardia de seguridad me dijo amablemente -casi con vergüenza- que lo tenía que dejar, que no estaba permitido.
Bien por el trabajador, que hizo correctamente su tarea y lo que le indicaron, a pesar de que claramente se dio cuenta que la intención no era entrar un desodorante para generar algún tipo de disturbio o usarlo como proyectil. Imagínense el ambiente que había entre un Plaza - Wanderers una noche de verano en el oeste, con poco más de 1.000 personas en las gradas y con dos de las hinchadas más tranquilas del país.
Evidentemente en los partidos de mayor convocatoria, este tipo de controles están fallando y así se explica cómo se puede ingresar una petaca de vidrio al estadio y lanzarla sin ningún tipo de reparos. Después del clásico entre Nacional y Peñarol hablé con varios hinchas tricolores a los que no les habían revisado sus pertenencias.
Y esto no es cuestión del Gran Parque Central, pasó también en el Campeón del Siglo y en el Estadio Centenario. No es argumento que sea un hecho aislado, hay que atacar las causas, para achicar lo máximo posible el margen de error. Así, como pasó en Colonia.