Tercerismo y progresismo

CUANDO nadie se pone de acuerdo en definir qué es la izquierda y qué es la derecha —al punto que muchos analistas políticos niegan su existencia real— surgen nuevos términos que se derivan de aquellos. Así, quienes no quieren ser confundidos con ninguno de esos extremos, pero se sienten más inclinados a uno de ellos, dicen que son de centroizquierda. Y no faltan, por supuesto, quienes pretenden ser considerados de centroderecha, por las mismas razones, aunque de signo contrario, que los anteriores.

Este planteamiento, entre semántico y político, cobra actualidad en virtud de la reciente Cumbre Reformista realizada en un suburbio londinense y organizada por el primer ministro Blair. A la misma asistieron 14 jefes de Estado o de Gobierno que parecen tener cierta unidad en lo referente a la equidad social e, incluso, a las reglas que rigen el mercado pero no en cuanto a la política propiamente dicha.

No cabe duda que la moderación es la característica sobresaliente de los mandatarios sudamericanos integrantes de la mencionada Cumbre. El presidente Lagos, por ejemplo, de filiación socialista, tiene ideas modernas y renovadoras dentro de esa corriente ideológica. Por su parte, el presidente "Lula" da Silva, encarna una nueva forma de hacer política fruto de haber sido un dirigente gremial, sin antecedentes académicos, protestatario y revolucionario como opositor pero sorprendentemente equilibrado y realista como gobernante. En cuanto al presidente argentino Kirchner, aún no ha puesto todas sus cartas sobre las mesa pero su orientación general es la de centroizquierda.

COMO era de esperar, los gobernantes sudamericanos bregaron por mejoras en el comercio, en la distribución de riquezas y en las inversiones favorables a la infraestructura de nuestros países, antes que a la simple ayuda económica. Estos principios generales pueden ser suscritos por cualquier país en desarrollo —y Sudáfrica, representada por su presidente, el abogado Mbeki, es uno de ellos— y están dirigidos a las naciones reformistas, o de la "tercera vía", que participaban en la Cumbre (Gran Bretaña, Alemania, Suecia, etc.) que tienen capacidad de concretar en hechos las proclamas de solidaridad y de justicia social.

Aunque el término sea el mismo, el tercerismo de hoy se diferencia del tercerismo de la época de la Guerra Fría: el primero se presenta como una opción para superar los extremos de capitalismo y marxismo, y gusta llamarse progresista; el segundo, en cambio, era una reunión de países "no alineados" que no querían embanderarse, aparentemente, ni con Estados Unidos ni con la Unión Soviética.

Y decimos aparentemente porque tanto Cuba —que ocupara la presidencia— como Yugoslavia y Libia formaban parte de esa entidad.

También ahora, en la Cumbre Reformista, Estados Unidos es un punto de referencia obligado ya que su invasión a Irak —contra un régimen que había ultimado a 300.000 iraquíes— fue apoyada y secundada por el Reino Unido y repudiada por Alemania, dos de los principales integrantes de la Cumbre Reformista.

El tercerismo del presente milenio es más auténtico, está mejor inspirado y es más coherente que el de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, el mismo Blair advirtió que sería "un terrible error proclamarse antiestadounidense" porque, en definitiva, la superpotencia americana sigue siendo la primera y la última garantía en favor del mantenimiento de las libertades en el mundo —tal como lo fue durante el período de confrontación con la Unión Soviética— aunque no sea ése, necesariamente, un objetivo desligado de la defensa, como es lógico, de sus intereses nacionales esenciales.

CONVIENE tener presente —para poder emitir un juicio justo sobre esta cuestión— que el antiamericanismo es la resultante de una mezcla de esnobismo intelectual, de la incomprensión de la mentalidad americana y de sus raíces históricas, del resentimiento por el pasado intervencionista de Washington, de los resabios de la Guerra Fría y de las culpas propias de los gobernantes de los Estados Unidos (entre ellas: inhabilidad para tratar con "el otro", falta de cintura política, pretendida superioridad del "american way of life", vanidad emanada de sus resonantes éxitos en todas las actividades humanas y estrecha vinculación de su política exterior con sus expectativas electorales y, desde luego, como sucede con todos los países, con sus intereses económico-financieros).

Pero mientras el tercerismo perimido de los países "no alineados" era políticamente antinorteamericano e ideológicamente prosoviético (con matices, en algunos casos particulares), el tercerismo actual es ideológicamente socialdemócrata y, por tanto, liberal, y políticamente mantiene, a través del Reino Unido especialmente, fuertes vínculos con Estados Unidos.

FALTA por ver si este progresismo, básicamente europeo, influirá positivamente, y ayudará a evolucionar, a los autollamados progresistas de otras latitudes, sobre todo en la nuestra, donde un socialismo estancado, conservador y desconectado de los cambios revolucionarios del mundo de hoy puede, quizá, asumir la responsabilidad de gobernar nuestro país. Pero para que nuestros "progresistas" tengan alguna analogía con los movimientos similares de otros países desarrollados, o en tren de serlo, habrá que desbrozar mucha maraña, habrá que eliminar mucha mala hierba y habrá que esperar a que surja una nueva clase dirigente, seria y bien capacitada, afecta al conocimiento y no a los eslóganes.

Sólo así podrá el Uruguay transitar por una "tercera vía" que, por otra parte, cada vez se inclina más hacia la tradicional vía occidental y cada vez se justifica menos como una opción válida.

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