Sociedad, Estado y mercado

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Cada vez existen más manifestaciones en distintos países del mundo de que la sociedad civil experimenta cambios veloces que la política sigue de atrás con dificultad, si es que logra seguirlos. La manifestación más patente es la desaprobación de los gobiernos de turno, que puede tornarse disconformidad con los partidos políticos existentes, cuando no con el mismo sistema. Es una tendencia que vale la pena analizar, porque, aunque en Uruguay estos temas siempre nos parecen lejanos y nuestros partidos políticos parecen más firmes que los de otros países, haríamos mal en confiarnos en nuestra excepcionalidad.

Las demandas de la sociedad cada vez son más vertiginosas y diversas, lo que vuelve más compleja la respuesta desde las políticas públicas. Es difícil para la política y desde el Estado, que por definición representa al poder de coerción y una dirección unificada desde arriba hacia abajo, poder conocer y responder a esas demandas. El Estado al crecer en su tamaño, en sus funciones y en las formas en que interviene en la economía, tiene rendimientos decrecientes, vale decir, cada vez es menos eficaz y eficiente para resolver problemas de políticas públicas.

Ya no es un tema simplemente del tamaño del Estado o cuál debe ser su rol, por su propia naturaleza cada vez le cuesta más cumplir el rol de articulador de la sociedad que les gusta a los socialdemócratas. Si a eso le sumamos las comunicaciones instantáneas y los reclamos que surgen de un momento para otro, y de la misma forma puede desaparecer, vemos con claridad que estamos ante un problema de fondo.

Parte de su respuesta, seguramente, es que el Estado debe tener menos funciones de las que le hemos asignado en las últimas décadas largas, ya que el mercado, también por su propia naturaleza es más apto para proporcionar las respuestas que espera la sociedad. El mercado, al ser la interacción libre y voluntaria de cientos, miles, millones o cientos de millones de personas en que cada una procura responder a las demandas de la sociedad de la mejor forma posible en beneficio propio, tiene una velocidad de respuesta que el Estado no puede ni soñar. Mientras se inicia un expediente en una gris oficina pública una persona ya ideó cómo resolver un problema y está implementándola.

Si a eso le sumamos que el mercado puede responder al mismo tiempo a millones de demandas puede apreciarse con claridad la diferencia entre una forma de atacar las necesidades de las personas y la otra. El viejo debate entre Estado y mercado se vuelva mucho más claramente en favor del segundo en un mundo de demandas volátiles y mucho más diferenciadas que en el pasado.

Si esto es así, las sociedades contemporáneas deberían contemplar cada vez con peores ojos las respuestas uniformes y lentas del Estado y con mejores ojos las más efectivas del mercado y, aunque no haya sido lo más natural en el último siglo. Los políticos tienden a pensar, como es bastante lógico, en políticas públicas en dónde ellos tomen las decisiones y es más difícil que implementen alguna en que se dé más libertades a las personas. Por cierto que a los políticos que han ido por el camino de darle mayor libertad a sus votantes han tenido buenos resultados económicos y electorales, pero han sido una clara minoría.

Los países con escaso crecimiento económico están particularmente expuestos a los problemas de demandas sociales cada vez más iracundas, especialmente cuando chocan las expectativas con una magra realidad. El caso chileno viene rápidamente a la mente pero no es el único; por el contrario, en distinta medida esa insatisfacción la vemos repetida en los más diversos rincones del mundo.

Cuando las demandas sociales se dirigen directamente a un gobierno con escaso arsenal de respuesta, los problemas pasan a ser del sistema de partidos o directamente de la democracia, como lamentablemente también estamos viendo en demasiados países. Evidentemente el problema es complejo y responde a múltiples causas (como todo problema complejo) pero el asunto desarrollado en estas líneas no es de los más visitados para atender a la presente coyuntura.

Si vivimos tiempos con problemas nuevos las respuestas ciertamente no serán las mismas que fracasaron en el pasado, agregándole un mayor gasto o un pretendido mejor diseño. Se requiere cierto grado de originalidad y coraje, o la sociedad buscará las soluciones en quien se las ofrezca, más allá del precio que haya que pagar.

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