Tragaldabas es la persona muy tragona, y el término calza perfectamente a los dos gobiernos de izquierda que hace seis años conducen al país a su antojo, con mayorías parlamentarias absolutas. Trataremos de explicarles por qué.
La economía tiene sus particularidades. Cuando un país crece al ritmo sostenido que nos viene empujando desde hace ya ocho años, la bonanza puede tener sus problemas. Eso mismo fue lo que advirtió en su reciente visita el director del FMI, Dominique Stauss Kahn. La abundancia de dinero -que es consecuencia de varios factores, y en nuestro caso sumados al aumento de las exportaciones que ha dinamizado ese crecimiento del PBI- estimula naturalmente al mayor consumo. Hay más demanda que oferta, y ello provoca el aumento de los precios. A eso se le llama inflación. Por eso, los gobiernos prudentes se fijan topes que cuando son superados, hacen perder el poder adquisitivo a los salarios. Quienes pagan las consecuencias en definitiva, son los que ganan menos. Se dice, con razón, que la inflación es el impuesto más gravoso para quienes menos recursos tienen.
¿Cómo se hace para prevenir el riesgo de la inflación? La respuesta es elemental: se cuida el gasto, se ahorra. Un gobierno previsor tratará no solo de no excederse de la meta inflacionaria que se puso, sino que además procurará no agotar el gasto presupuestado en su mandato, y en lo posible, intentará tener un superávit fiscal neto. Pero eso no se va a conseguir si el gobierno se traga lo que le ingresa para aplicarlo en su totalidad al gasto. Eso es lo que les sucedió y sucede a los gobiernos del Frente Amplio. Se gastó y se gasta todo y se gastó y se gasta mal, se derrocha, se dilapida. Por poner un solo ejemplo, el presupuesto aumentó sensiblemente los recursos para la educación, la seguridad, y la vivienda. En los tres rubros, los resultados no han podido ser peores.
En la coyuntura del momento, ya el tope inflacionario se desbordó. Los gobiernos de izquierda son gobiernos tragaldabas, devoran todos los recursos con que cuentan. Se ha llegado al extremo de aumentar en dos meses un 16,2% el precio de los combustibles para compensar la suba del crudo y no se dispone de medios alternativos para ello, como pudo ser por ejemplo la rebaja del Imesi que impacta en un 40% en el litro de nafta, sencillamente porque no tienen margen para ello. Todo está comprometido, no quedó nada del maná que nos llovió del cielo. Acaba de confesarlo el Ministro de Economía.
No se necesitan mayores argumentos para comprender la escalada de aumentos que sobrevendrá como consecuencia de este tarifazo.
A ello se agrega un aumento de un 23% también en el precio de la carne, de lo que no tiene la culpa el gobierno, es verdad, pero que va a repercutir si no en el bolsillo, por lo menos en los hábitos alimenticios de los uruguayos.
Es tiempo entonces de comenzar a demoler mitos. En el crecimiento económico del país, un hecho sin duda positivo, no incidió mucho la gestión gubernamental sino que ha sido la consecuencia de factores externos que favorecieron a la región. Lo positivo se emparda y anula con la ausencia de políticas anticíclicas, además de una pésima calidad del gasto.
Vamos a cruzar los dedos y hagamos votos para que el volumen de las exportaciones se mantenga, para que las temporadas turísticas como ésta se sigan repitiendo, y para que no se modifiquen en un ápice las condiciones que podrían agravar la pérdida de nuestra competitividad, que ya ha sido afectada por la caída del dólar. Habrá que tener mucho cuidado también en el manejo de la política salarial. La aparición de corrientes sindicales radicales en el ámbito del Pit- Cnt no es tampoco una buena noticia, sino todo lo contrario. Posibilitar el dispendio para evitar la conflictividad es, en el peligroso contexto que estamos viviendo, dar pan para hoy y hambre para mañana.
La suerte que hemos tenido en estos seis años no se aprovechó con prudencia, y no se puede seguir jugando con fuego.