Cuando hablamos de seguridad solemos complicar las cosas más de lo necesario. En pocos temas los números son tan elocuentes. El Frente Amplio asumió en 2004 con 200 homicidios y 7000 rapiñas al año, y le dejó a Luis Lacalle Pou un país con casi 400 homicidios y más de 30.000 rapiñas al año. Todo esto en plena bonanza económica y con recursos económicos inéditos que ningún gobierno habría ni siquiera soñado. Una sutil duplicación de los homicidios y cuadruplicación de las rapiñas.
Dado el prontuario mencionado, no es que tuviéramos grandes expectativas con la política de seguridad para este nuevo gobierno que asumirá en 10 días. Pero hay que reconocer que el presidente electo Yamandú Orsi y sus lugartenientes Alejandro Sánchez y Jorge Díaz venían siendo extremadamente hábiles para manejar este tema. Habían borrado de la primera plana del Ministerio del Interior a cualquier resto del equipo del exministro Eduardo Bonomi. Nada escuchábamos de Charles Carrera. Y a otros amigos militantes como Gustavo Leal o Mario Layera los designaron en lugares fuera de la mira pública y dentro de la órbita, y el control de Presidencia de la República. En lugar de estos mariscales de la derrota aparecía la importación a la política de un fiscal amigo de extrema confianza de Díaz: Carlos Negro.
Sin embargo, por estas horas el ministro designado se encargó de despejar cualquier duda que pudiera quedar: el nuevo gobierno del Frente Amplio tendrá una política de seguridad igual a la de los gobiernos anteriores, nada nuevo hay que esperar. Negro declaró que “la violencia es un fenómeno cultural, por eso es que es tan difícil cortarla o decir 'en dos años vamos a bajar los homicidios en forma importante’. Eso es un discurso bastante arriesgado” y que “la guerra contra el narcotráfico está perdida”.
Como muy bien indica Nicolás Martinelli, no se puede abordar un desafío tan grande como la seguridad del Uruguay con esa mirada. ¿Qué podemos esperar de un ministro que entra a la cancha con este espíritu derrotista? Martinelli le va a entregar a Negro un país que tuvo en 2024, 17.480 rapiñas, 13.160 menos que lo que dejaron Eduardo Bonomi y Tabaré Vázquez hace cinco años.
Es cierto que en homicidios la baja es mínima: en 2024 hubo solo 17 homicidios menos que en 2019. Pero mirando la película completa la tendencia es clarísima, estamos en el primer quinquenio desde la recuperación democrática en que no suben los homicidios y baja todo el resto de los delitos.
Esto no es casualidad, es producto de una mirada muy distinta sobre la problemática, una mirada en la que prima el combate al delito y la confianza en la policía a diferencia de otra en la que se justificaba a la delincuencia y se horadaba la moral de la policía. Como cualquiera de nosotros que sale a trabajar, el policía uruguayo no lo hace igual si sabe que su jefe lo respaldará y defenderá si trabaja bien que si dice que la policía ya perdió con el narcotráfico.
Un capítulo aparte merece la incursión de Negro en las explicaciones culturalistas. La excusa de que los problemas no se pueden solucionar porque tienen una raíz cultural ya es un género literario en la izquierda uruguaya.
Uno que nos ha hecho mucho daño, una forma impresentable de eludir las responsabilidades que los gobernantes tienen. No importa si la tarea es bajar los homicidios o juntar la basura, el problema es “cultural” por lo que es muy difícil de solucionar. El fiscal Negro se suma a esta club de “no esperen mucho de mi gestión pero no será mi culpa porque esto es un problema cultural”.
Objetivamente, analizando los números, la gestión en seguridad de los 15 años del Frente Amplio es la peor de la historia. Niveles récord de violencia con niveles récord de actividad económica y recursos en manos del Estado. Los datos son elocuentes.
En estos cinco años que cerramos estamos lejísimos de haber solucionado el problema, siguen ocurriendo hechos terribles que nos erizan la piel como el del sábado pasado. Pero es notorio que existió otra impronta y la evolución de los delitos así lo marca.
Cualquier esperanza de profundizar un camino de sentido común que combata a la delincuencia y defienda sin complejos a las personas honestas acaba de desaparecer. Carlos Negro no será más que una cara nueva para la vieja política de seguridad del Frente Amplio: cuestionar a la policía, justificar a los delincuentes y buscar excusas para no hacerse cargo.