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Los hechos frente al relato

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La semana pasada la difusión de una conversación privada entre el hasta entonces presidente del Directorio del Partido Nacional Pablo Iturralde y el exsenador Gustavo Penadés desató una polémica pública que culminó con la renuncia del primero a su cargo. La inmediatez de una noticia, su impacto brutal y su difuminación posterior son parte de la dinámica política a la que nos hemos acostumbrado en los últimos años, lo que no quiere decir que sea buena cosa. Muchas veces, por el contrario, lo que se instala es un relato que bien mirado es sustancialmente distinto a la verdad de los hechos. El ejemplo de la semana pasada es prototípico al respecto.

Miremos los hechos descarnados. Los chats de la polémica traslucían la preocupación de Iturralde sobre la situación de la Fiscalía, algo sobre lo que debería estar preocupado cualquier ciudadano bien informado. En efecto, en los últimos años, especialmente desde la sesgada gestión de Jorge Díaz como fiscal general, hemos visto cómo se ha partidizado un órgano clave en el proceso judicial. Ni más ni menos. Debemos reconocer esta falencia de nuestra Justicia, con su coletazo de operadores mediáticos, para comenzar a enmendar el error, pero lo cierto es que existen y han existido en el pasado recientes fiscales nítidamente partidizados con influencia notoria en el desenlace de algunos casos.

La preocupación de Iturralde, por tanto, era razonable en vista de una acusación contra un senador del Partido Nacional del que todos presumían su inocencia ante la primera acusación de la que fue objeto. La fiscal de la que habla bien en los mensajes, Alicia Ghione, ha demostrado ser una funcionaria imparcial y profesional. Lo ha reconocido el propio presidente del Frente Amplio y lo demuestra su actuación, especialmente en el mismo caso Penadés, en el que fue decisiva para su procesamiento.

En todo caso, las opiniones de Iturralde sobre Fiscalía fueron públicas y las realizó por la prensa, teniendo por tanto el mismo grado de injerencia que cualquier ciudadano que se pronuncie sobre estos temas en la opinión pública. Nunca existió ningún otro tipo de gestión, por lo que la acusación de que pretendió incidir indebidamente en la Justicia es falsa a todas luces.

Por otro lado, los antecedentes importan. No estamos hablando de un político desconocido. Todo el país conoce a Pablo Iturralde desde hace tres décadas y se ha destacado a lo largo de toda su actuación como jerarca público, legislador y líder partidario por una trayectoria impecable, una honestidad incuestionable y una lealtad a sus convicciones y a su partido a prueba de balas.

Si algo lo define es ser (porque sin dudas lo seguirá siendo) un militante político de los que enaltecen a la actividad, lejos de los oportunismos y cabildeos que ensombrecen una tarea tremendamente noble cuando se despliega defendiendo el bien común. Pablo Iturralde siempre fue y sigue siendo un político que ha honrado su profesión.

¿Por qué renunció entonces a la presidencia de su partido? Claramente no porque estuvie- ra haciendo una mala gestión, todo lo contrario. Es evidente que recogía una enorme aprobación de todo su partido por el enorme trabajo que venía realizando para cuidar la unidad partidaria, el relacionamiento con los demás partidos y la proyección electoral de los blancos.

Decide renunciar precisamente por amor a su partido, para cuidarlo en medio de una controversia infame y sin sentido. Su renuncia inmediata apenas desatada la insólita polémica responde a que podrá haber personas igual de blancas que él, pero seguramente no se encuentre a nadie más blanco que Pablo Iturralde. Su sacrificio, cuando bien podía haber esperado a que se disipara el polvo de los titulares y se apreciara que los hechos no lo comprometían en lo más mínimo, habla de su hombría de bien antes que de cualquier otra cosa.

En definitiva, bien mirado el caso nos encontramos con una operación sí, pero de quienes utilizan información que no debería ser pública con fines políticos. Un “carpetazo” como lo llaman en la vecina orilla. Analizados fríamente los hechos Iturralde simplemente opinó por los medios de comunicación diciendo su verdad, para la que no le faltaban argumentos de peso. El paso del tiempo, cuando ponga las cosas en su lugar, dejará ver que la política que pretende ensuciar a quien no se puede ensuciar tiene tiro corto y nadie cuestionará que Pablo Iturralde renunció a su cargo simplemente por su enorme integridad y amor al partido que sirvió ejemplarmente toda su vida.

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