Las elecciones al Parlamento Europeo que se terminaron de realizar el 9 de junio pasado arrojaron resultados esperables para todos aquellos que ya seguían su actualidad política: un corrimiento hacia la derecha con fuertes opciones antinmigratorias y nacionalistas.
Hay que tener presente que por mucho que se trate de una elección continental que se produce desde 1979 y cada cinco años, la verdad es que la circunstancia política de cada país marca fuertemente el énfasis con el que se termina optando para la representación en ese Parlamento supranacional. En efecto, no puede llamar la atención, por ejemplo, que el voto esté dividido en España, con una derecha del Partido Popular (PP) apenas por encima de los socialistas en escaños; como tampoco puede ser una sorpresa que Fratelli d’Italia de la primera ministra Meloni sea el más votado de Italia; o que se ratifique una vez más que el partido de Le Pen sea el más votado de Francia. Con todo, lo relevante si se mira el continente entero es que efectivamente hubo un corrimiento importante de votos hacia la derecha. Una derecha que no es monocorde, sino que presenta varios polos. Y la clave es que los que ganan más peso son los que, en sus respectivos países, tienen una agenda más radical en cuanto a oponerse a la inmigración masiva extraeuropea (sobre todo de origen africano y de religión musulmana), y en cuanto a privilegiar los intereses nacionales antes que la actual construcción europea que es vista, críticamente, como muy federalizada y alejada de los verdaderos intereses populares de los europeos.
Así las cosas, Meloni en Italia, el partido de Le Pen en Francia -que junto con otros pequeños partidos de signo similar superaron el 40% del total de votos-, el AfD de Alemania, el FPÖ de Austria, el liderazgo ratificado en más del 40% del total para el partido del húngaro Orban, o Vox en España, por ejemplo, han ganado en legitimidad con relación a sus planteos y en representación en su grupo parlamentario europeo, en paralelo a grupos de derecha más clásicos como el PP español o los llamados Republicanos en Francia. Y ante este panorama tan contundente, hubo dos reacciones políticas importantes.
La primera fue una en Francia, que junto con Alemania es el corazón más relevante político de Europa: el presidente Macron decidió la disolución de la cámara de diputados y la inmediata convocatoria a elecciones para fin de junio, de manera de plantear una especie de frente republicano anti extrema derecha y forzar así la mano de una oposición que acaba de votar muy bien. La apuesta es fuerte, pero está a la altura de la circunstancia: con elecciones presidenciales recién para 2027, Macron apuesta a conservar por lo menos una mayoría relativa que le asegure mantener una legitimación en las urnas hasta el final de su mandato.
La segunda fue a nivel europeo: se planteó de parte de la actual presidenta de la comisión europea Von der Leyen, afín al grupo PP en Europa, construir una especie de “bastión contra los extremos” de izquierda y de derecha, de manera de for-talecer una alianza con los socialdemócratas que recibieron muy malos resultados en estas elecciones tanto en Francia, como en Alemania e Italia, que son las tres primeras economías de la Unión. En este sentido es evidente pues que no se debe hacer de esta elección un enorme terremoto institucional: la Unión Europea tiene su inercia administrativa por un lado, y por el otro es claro que el Parlamento que se acaba de conformar hasta 2029 no ha definido una mayoría contundente: tras el corrimiento general a la derecha, hay varias diferencias entre soberanistas, populares, conservadores y reaccionarios.
En cualquier caso, hay conclusiones que deben ser sacadas desde Sudamérica. En primer lugar, Europa no estará signada por un amplio espíritu aperturista: sus ciudadanos están viviendo de mala manera la marea de inmigrantes que están llegando al continente y los conflictos desestabilizadores que se multiplican en sus fronteras cercanas, tanto hacia el este de Europa como en Medio Oriente y al norte de África. No se abre pues un tiempo de esperanza de apertura comercial en bloques, como algunos comentaristas siguen insistiendo con el Mercosur.
En segundo lugar, es claro que tras esta votación surge un tema muy importante ligado a la identidad europea: la tesis de su multiculturalidad choca claramente contra esta contundente votación derechista. Los caminos futuros de Europa deberán respetar su esencia civilizatoria occidental y cristiana.