El bochornoso escándalo de corrupción que protagoniza por estas horas el gobierno socialista español -al que dedicamos ayer este mismo espacio- da para todo.
Lo más reciente es una columna de opinión firmada por la periodista de ese país Marta Nebot en la plataforma Público, que emplea un argumento revelador para defender lo indefendible: “La izquierda tiene estándares morales superiores. Eso nos contamos una y otra vez y tiene sentido. No es lo mismo creer en el bien individual liberal, que en el bien colectivo. No es lo mismo robar cuando se cree en el sálvese quien pueda, que hacerlo cuando se defiende la justicia social para tod@s” (sic).
La columna se titula “¿Jaque mate?” y puede leerse en publico.es. Su autora -que en España es muy popular como panelista de televisión- inaugura una nueva definición de la ética: robar puede estar bien, dependiendo del partido político al que pertenezca el ladrón. No es una curiosidad: se trata de un pensamiento muy extendido en una izquierda que sigue agitando paradigmas obsoletos a más de 30 años de la caída del muro de Berlín. Una izquierda que basa su discurso proselitista en adhesiones emocionales y prejuicios vaciados de significado.
Ante la perspectiva de una rápida convocatoria a elecciones, la articulista opina que “la realidad política de este momento sigue estando ahí, pongamos donde pongamos nuestros estándares éticos o morales y también es lícito preguntarse qué será del país, qué será de todos nosotros si se tira la toalla de golpe”. Porque para ella, “la realidad suele tener algo de sucia. La pureza es pura entelequia. La realidad mancha. El teatro siempre es más feo que las musas”.
Aceptación de la propia decadencia ética como inevitable: “la realidad mancha”. Alarma al borde de la desesperación ante la perspectiva de perder el manejo del poder: “qué será de todos nosotros”.
La corrupción es un cáncer que puede instalarse en cualquier grupo humano, sea político o de otra índole. La clave está en saber extirparlo con la mayor severidad y rapidez. No debería haber coartadas emocionales que lo soslayen. El hecho de que existan y se esgrimen, revela el deterioro democrático de una nación. Porque si bien el ejercicio de la libertad de expresión habilita que cualquier persona -aun desde la ignorancia o la mala fe- defienda lo que quiera por más disparatado que sea, la cosa cambia si esa conducta es ejercida desde el poder o desde los militantes que lo sostienen.
Cuando esto ocurre, las democracias garantistas devienen en populismos irracionales, como el de esas izquierdas occidentofóbicas que reavivan el dislate de que el fin justifica los medios, y en un gravísimo momento del choque civilizatorio que se está viviendo a nivel mundial, juegan del lado de los enemigos de la libertad.
En esta misma semana, un episodio doméstico que pasó indebidamente desapercibido fue el de la alocución del frenteamplista Felipe Carballo en la media hora previa del Senado de la República, instando al gobierno nada menos que a pronunciarse contra una sentencia de la Suprema Corte de Justicia argentina. El legislador no se expresó improvisadamente sino que lo hizo leyendo, lo que revela que midió muy bien sus palabras antes de compartirlas en cámara. Dijo que la situación de Cristina Fernández de Kirchner instala “un escenario que compromete derechos democráticos esenciales, que tensiona la institucionalidad democrática, la justicia y los derechos fundamentales de América Latina”. Definió la condena por corrupción a la exmandataria como “una proscripción política, justo antes de las elecciones, y generando serias dudas sobre las garantías del proceso judicial”, por lo que reclamó al gobierno de Yamandú Orsi “un rechazo contundente a este oscuro capítulo de la democracia latinoamericana y un gesto de fraternidad con el amedrentado pueblo argentino”. Para colmo, comparó este hecho con el de las proscripciones en Venezuela, una dictadura atroz donde hay cualquier cosa menos justicia independiente.
La lógica del senador es similar a aquella de la periodista española que absuelve a los socialistas del pecado de robar. Y la anécdota podría ser menor -proviniendo de un dirigente que llega a su banca más por acumulación de restos que por respaldo popular- si no fuera porque la bancada del FA en pleno apoyó su moción de que el reclamo se enviara al Poder Ejecutivo.
Es como decía aquella publicidad de detergente: para algunos, ensuciarse hace bien.