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La diferencia ideológica

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Con liviandad, algunos expertos opinan que el espectro político partidario del país se diferencia por matices, pero no exhibe grandes distancias ideológicas como en otras comarcas. Hay que reconocer que, más allá de las habituales proclamas anticapitalistas que se escuchan desde el FA y el Pit-Cnt, durante el ciclo de tres gobiernos frenteamplistas no hubo revolución socialista alguna. Más bien todo lo contrario: la conducción económica de esos tres lustros se preocupó por exonerar de impuestos a los grandes capitales que venían a invertir al país, mientras descargaba su voracidad recaudadora sobre trabajadores de clase media, micro y pequeños empresarios.

Como mucho, el gobierno de Mujica procuró que el Estado sostuviera artificialmente emprendimientos cooperativos de imposible viabilidad, aquellas “velitas encendidas al socialismo” que se tradujeron en experiencias fallidas y onerosas como Alas-U, Envidrio y tantas otras.

Lo que resulta indudable es la vocación expresada en esos gobiernos por fortalecer el dirigismo estatal en detrimento de la libertad de elección del individuo. Desde pequeñas empresas amigas que el contribuyente debía solventar en sus aventuras insustentables, hasta grandes inversiones estatales craneadas por políticos que jugaban a empresarios y llevaron a Ancap a la quiebra, entre otras genialidades.

Si algo caracteriza a los que se autodefinen como “progresistas” es la facilidad que tienen para despilfarrar recursos públicos y la rapidez con que recurren a la presión impositiva para financiarlo. No es casual el enojo de la oposición ante el anuncio del gobierno del pasado 2 de marzo. Participan de un esquema ideológico según el cual una minoría iluminada (heredera de la lejana revolución bolchevique) sabe en qué invertir la plata de la gente y no tiene reparos en expropiársela para lograrlo.

Vea el lector qué interesante lo que acaba de declarar al respecto el precandidato a la presidencia por el MPP, Yamandú Orsi: “Para repartir hay que tener, para tener hay que generar y para generar primero hay que invertir; pero si para invertir tenemos que esperar que vengan los gringos a meter plata, van a llevarse más de la que meten. Siempre tiene que salir de nosotros, y esto hay que entenderlo duela a quien duela: nadie nos va a regalar la prosperidad” (La Diaria, 20 de marzo). Se trata de una prístina declaración de principios, digna del manual del perfecto frenteamplista. Repite intacto el maniqueísmo ideológico de “Las venas abiertas de América Latina” del que su mismo autor, Eduardo Galeano, reconoció tardíamente estar equivocado. La plata para generar prosperidad la tiene que poner el Estado “duela a quien duela”, o sea: aunque le duela al contribuyente. Nunca un inversor extranjero ni un capitalista local, mala gente que lo único que quiere es enriquecerse. Desde la más elemental teoría económica, el argumento es tan infantil que genera escalofríos que quien lo pronuncia pueda llegar a convertirse en presidente de la República.

Lo mismo puede decirse de la otra precandidata del FA, Carolina Cosse. Después de la increíble boutade presupuestal del festival “Acá estamos”, en lugar de meter violín en bolsa y pasar a otro tema, publicó un video defensivo donde trató de justificarse. Allí dice en forma literal que ese evento “fue un derroche de talento, alegría y convivencia, pero no un derroche de dinero”. Sorprende que los asesores de comunicación de la intendenta se hayan atrevido a mencionar así la soga en casa del ahorcado. Dice además que “la cultura como política de estado no persigue la rentabilidad”, como si pagarle un cuarto de millón de dólares a Lali Espósito tuviera algo que ver con la cultura.

Son dos caras de la misma moneda. Por un lado desalientan la inversión privada con su viejo prejuicio contra “los piratas” y por el otro reivindican como un éxito el manejo arbitrario y extravagante de los recursos públicos.

Por eso debe entenderse que la diferencia ideológica entre el FA y la Coalición Republicana no es de matices. Es radical.

La Coalición está del lado de la austeridad republicana, de cuidar los dineros públicos y estimular la inversión productiva, como pasos inequívocos al mejoramiento de los niveles de empleo e ingresos de la gente.

El FA, del lado de quienes creen que gobernar consiste en acumular poder y ejercerlo con discrecionalidad, ocultándose detrás de eslóganes buenistas que en nada benefician al ciudadano de a pie.

Hay que asumirlo.

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