En marzo pasado se publicó el libro “Luis Alberto de Herrera: un liderazgo político” de Carolina Cerrano y José Antonio Saravia. Se trata de una excelente aproximación a la biografía política de ese personaje tan importante del que mañana se cumple 152 años de su nacimiento.
El libro deja muy claro lo que fueron las enormes disputas que tuvieron lugar entre Herrera y su sector político, con el diario El País. Cuando en 1932 el Partido Nacional entra en un tiempo de divisiones muy importantes, por ejemplo, el libro narra cómo los adversarios de Herrera acusaron a los herreristas de robar documentos y reliquias históricas de la sede partidaria del Club Nacional. El País publicó una imagen satírica en la que se mostraba a Herrera, Otamendi (representado con ancas de rana) y otro de sus seguidores, vestidos como atracadores y sosteniendo revólveres en sus manos. Lo de las ancas de rana también forma parte de los agravios de aquel tiempo: “ranas” eran aquellos seguidores de Herrera -por la fábula de Esopo y las ranas pidiendo un rey-, y “avestruces” eran sus oponentes, por ser de lomo negro y por tanto alejados del pueblo.
Eran épocas en los que los ataques furibundos y personales eran moneda mucho más corriente que lo que se ve hoy en día. Y queda claro de que aquello era muy distinto a lo de hoy, cuando se constata que hace más de dos décadas que esta página editorial de El País tiene abiertas sus puertas no solamente a grandes representantes del Herrerismo - sin ir más lejos, se publicaron aquí por años las columnas del expresidente Lacalle Herrera -, sino incluso a integrantes del Partido Colorado. Todo lo cual nos ilustra acerca de que es un profundo error guiarse en política siguiendo manuales añejos de pertenencias e identidades partidistas y sectoriales.
No se encuentra fácilmente en la literatura dedicada a Herrera una explicación tan buena sobre la ruptura de los años 1930- 1933 dentro del Partido Nacional, que costó hasta 1958 resolver, como en este libro. Tampoco se encuentran con facilidad en las historias nacionales que circulan hoy en día elementos de juicio bien descritos sobre la crisis política de esos años, que terminó en el golpe de Estado del presidente Terra de 1933: en particular, por ejemplo, los aprontes revolucionarios blancos de 1932, o el proyecto previo de reforma constitucional terrista en favor de un poder ejecutivo pluripersonal. En este sentido se trata de una biografía política bien organizada y que no omite tratar circunstancias difíciles para el país y, claro está, para el juicio que se puede hacer sobre el liderazgo de Herrera.
Una vida tan plena y sobre todo tan extensa -que va de los años 1890 a finales de los años 1950- es difícil de abarcar. Por eso mismo es tan pertinente cuando el libro se detiene en el eco de la muerte de Herrera en la prensa y entre sus adversarios. Y aquí importa, para calibrar la profundidad y los límites de las divergencias políticas tan potentes como estridentes de ese Uruguay del pasado, anotar algunas de esas repercusiones.
El País, a pesar de las diferencias radicales con Herrera, lo recordó como una figura positiva para el ámbito nacional. El Partido Colorado tuvo dos actitudes distintas. Los hijos de José Batlle, desde El Día, señalaron que eran “adversarios y no enemigos”, y recordaron también que Herrera había sido colaborador de esa publicación en una época lejana. El diario Acción de Luis Batlle, que formó a dirigentes luego tan importantes para los colorados como Jorge Batlle y Julio Sanguinetti, por ejemplo, señaló que Herrera había sido un “caudillo fuerte” y que había tenido una conducta destructiva en su quehacer político, “negándose en contradicciones ideológicas al punto de desconcertar a sus propios correligionarios”.
Importa este trabajo de Cerrano y Saravia justamente por esa amplia visión que no se guarda nada y que ofrece un perfil de Herrera hecho con gran honestidad intelectual: se trata de un rasgo que infelizmente ha faltado muchas veces en nuestra historiografía, tan teñida de partidismo y, sobre todo desde la izquierda, de subjetivismo anti- blanco.
Para nuestro tiempo que fija dos bloques políticos amplios en el que uno de ellos tiene al Herrerismo como principal protagonista, la lectura de este libro sobre Herrera es fundamental: con serenidad presenta su perfil; expone las circunstancias políticas que explican mejor algunos de sus discutibles posicionamientos personales; y arroja buena luz sobre una forma de liderazgo que sigue marcando mucho al Uruguay.