Hace varias décadas que distintos actores económicos y políticos de Europa y Sudamérica tienen expectativas puestas en que el Mercosur y la Unión Europea (UE) concreten un gran acuerdo de libre comercio que potencie los vínculos, ya de por sí estrechos, entre estos dos grandes bloques regionales. Parecía ser que con la firma del acuerdo en Montevideo el pasado 6 de diciembre el objetivo estaba muy cerca de lograrse. Sin embargo, los cambios geopolíticos de este año están poniendo un fuerte signo de interrogación al proceso.
Importa tener claro que los dos bloques deben aun ratificar el acuerdo para que entre en vigencia. Si bien para el caso de los cuatro países del Mercosur este asunto que pasa por sus parlamentos nacionales no debiera de ser algo muy complicado, el camino es mucho más complejo para la UE. En efecto, en pura teoría la autoridad de la UE con sede en Bruselas puede avanzar a nivel supranacional de manera de que ciertas partes comerciales más concretas sean implementadas prontamente, y que se deje para instancias posteriores las necesarias ratificaciones parlamentarias, a niveles nacionales e incluso en algunos casos regionales, de los distintos países de la UE.
Pero incluso en este esquema de ratificación rápida que asegure empezar a transitar la apertura comercial lo antes posible existen fuertes escollos políticos. Y es que hay países dentro de la UE que ya han mostrado su oposición al asunto, y en particular Francia: así como fue firmado en Montevideo, señaló su presidente Macron, el acuerdo es “inaceptable”. En este sentido es evidente que la fuerza de París es muy grande dentro de Europa: se trata de la segunda potencia económica de la Unión; la primera potencia militar; y el eje conformado por París- Berlín ha sido, desde 1957 con el pacto de Roma, el pilar a partir del cual se fue consolidando la UE durante décadas.
¿Es posible entonces avanzar en la implementación de este acuerdo del Mercosur con la UE si París se opone radicalmente? Hay una instancia diplomática clave que refiere al complejo mecanismo que abriría la puerta a la aprobación parcial más rápida a nivel supranacional, y que precisa que Francia encuentre aliados de cierto peso demográfico en la Unión para bloquear el proceso. Pero más allá del detalle de los juegos diplomáticos internos europeos, en los que países tan distintos como Irlanda o Polonia pueden terminar teniendo su qué decir importante, la clave está en que hay consideraciones políticas sustantivas que de hecho se están poniendo arriba de la mesa con la ratificación de este acuerdo.
Por un lado, está lo que Macron ha señalado con total claridad: “no hay nada que diga que mañana los alimentos no se convertirán en un arma, así que nuestra responsabilidad es producir en nuestro propio suelo lo que necesitamos para alimentarnos y alimentar a nuestros hijos”. Aquí resuena la enorme competencia que se abrirá para los productores de alimentos europeos con la apertura sobre todo hacia Brasil y Argentina si el acuerdo se ratifica; y aquí se deja en claro que el comercio internacional no es una variable pura y teórica alejada de vaivenes y consideraciones estratégicas y de seguridad para los Estados.
Por otro lado, está el papel que querrá jugar la Alemania del canciller Merz en el nuevo escenario europeo. En efecto, la apertura hacia el Mercosur es en realidad una enorme oportunidad para el acceso de productos industriales alemanes a nuevos mercados que representan, por lo bajo, unos 150 millones de consumidores de clase media. Para Berlín, que busca reactivar su economía, el acuerdo es fundamental en este sentido. A su vez, un vínculo más estrecho con Mercosur permitiría a una UE completamente secundaria en el escenario geopolítico de Europa del este, en particular con las negociaciones Rusia- Estados Unidos en torno a la guerra en Ucrania, pasar a tener un protagonismo cierto y potente con un polo relevante de Occidente como es el bloque mayor que da al Atlántico sudamericano.
La pulseada entre la posición estratégica de Francia acerca de la protección de su sector agroexportador frente a la competencia del Mercosur por un lado, y la posición alemana de abrir un gran mercado sudamericano a productos industriales de calidad por el otro, no facilita una rápida ratificación del tratado. Además, operan como fuertes frenos los delicados juegos de políticas domésticas, con sus potentes votaciones de extrema derecha, en ambos países. El acuerdo Mercosur- UE estará pues, por mucho tiempo, en veremos.