El gobierno de Yamandú Orsi, en estos meses de gestión, viene tropezando más de lo que camina en una diversidad de frentes llamativa. En los siete meses que ya transitamos su administración exhibe señales preocupantes de desorientación, improvisación e ineficiencia. En lugar de consolidar un rumbo claro, se acumulan los errores, las marchas atrás y la percepción de falta de panes claros de reformas para el país.
En materia de seguridad, los datos de los últimos meses son elocuentes: los homicidios están creciendo con fuerza y el crimen organizado avanza a una velocidad preocupante. El atentado contra la casa de la fiscal de Corte, Mónica Ferrero, fue un mensaje que demuestra hasta qué punto el Estado ha perdido capacidad de disuasión.
Frente a eso, el Ministerio del Interior parece un barco a la deriva, con un ministro inoperante, sin estrategia y sin equipo. A eso se suma la presión interna del Frente Amplio, que pretende desarmar los logros de los últimos años: quieren quitarle a la Policía el respaldo político que tuvo durante el gobierno anterior y el respaldo legal que le dio la LUC. Esa combinación -incompetencia política y hostilidad ideológica hacia las fuerzas del orden- está resultando letal.
En infraestructura, el panorama no es mejor. El gobierno de Orsi anunció un plan de inversiones que equivale a menos de la mitad de lo ejecutado en el quinquenio anterior. Las comparaciones son contundentes: mientras el gobierno de Luis Lacalle Pou concretó un programa de obras viales de casi 3.800 millones de dólares, el actual apenas proyecta poco más de 2.000 millones.
Las consecuencias serán inevitables: deterioro de la conectividad, menos desarrollo en el interior y una pérdida de dinamismo que afectará directamente la competitividad del país. No hay planificación ni prioridades claras; solo anuncios vagos y promesas que se postergan.
Tampoco la economía parece tener timón. El ministro Gabriel Oddone, un economista con trayectoria y prestigio como asesor, se muestra sorprendentemente poco ejecutivo al frente de la conducción económica del país.
El proyecto de ley de Presupuesto es una muestra preocupante de improvisación: errores técnicos, inconsistencias en las proyecciones y un optimismo sin fundamento que debilita la credibilidad del gobierno. Las idas y vueltas con el impuesto mínimo global y el secreto bancario están resultando difíciles de entender por los operadores económicos locales y de fuera del país.
Tras anunciar medidas que generaron una previsible reacción adversa, el Ejecutivo reculó sin admitir el error. Fue una marcha atrás en diagonal que hace dudar de la consistencia del análisis que estuvo detrás de los anuncios. En política económica, improvisar cuesta caro, y este gobierno parece dispuesto a pagar ese precio con demasiada frecuencia, para el poco tiempo que lleva a cargo.
La Cancillería, algo fundamental en un país pequeño como Uruguay, se ha convertido en un espectáculo tragicómico: cada declaración del ministro de Relaciones Exteriores genera desconcierto y daña la imagen del país. Ahora el ministro dedica tiempo y quiere dedicar recursos a recatar a unos inadaptados que toman con frialdad lacerante el conflicto en medio oriente y se tomaron un crucero por el mediterráneo pautado por las guitarreadas y el esnobismo.
En Vivienda, la parálisis es total: la propia bancada oficialista reconoce que no hay propuestas, que la gestión está ausente y que se perdió el impulso que traía el plan de realojos y soluciones habitacionales de la administración anterior.
En primera infancia y medio ambiente, los temas brillan por su ausencia; ni siquiera hay un discurso articulado. Y no articulado tampoco.
El Frente Amplio se acostumbró a vender eslóganes. Sus pasacalles que proclaman “El país tiene rumbo” son el mejor ejemplo de esa desconexión entre el relato y la realidad. Esos carteles recuerdan a quienes repiten sin cesar que son humildes o que son honestos: cuando alguien necesita recordarlo todo el tiempo, lo más probable es que no sea ni lo uno ni lo otro.
Uruguay necesita gobierno ejecutivo y pragmático, no pasacalles para que la gente se ría. Precisa rumbo, no eslóganes vacíos. Precisa decisiones valientes sobre los temas vitales para la calidad de vida de los uruguayos, no excusas ni pasos en falso.
Llevamos apenas siete meses de gestión, y el gobierno tiene chance de encaminar el buque. A nadie le sirve que le vaya mal. Pero es urgente enderzar el buque.