El desafío chino

Cuando se señala que gran parte de la estrategia del presidente Trump en Estados Unidos (EE.UU.) es enfrentar el enorme desarrollo chino de la última década, casi nunca se describe a cabalidad qué significa ese enorme desafío que está planteando Pekín al mundo. Importa tenerlo claro porque hace a una de las principales variables que todos, incluso nuestro país dentro de Sudamérica, deben tener muy presente.

Hace una década China lanzó un ambicioso plan de desarrollo económico que llamó “Hecho en China 2025”. Pretendía algo que parecía excesivo en aquel entonces, pero que hoy es una realidad: transformar a China de una especie de fábrica de bajo costo para el mundo, a ser líder en sectores de alta tecnología, reducir su dependencia de las importaciones para sectores estratégicos, y competir con las principales potencias industriales del mundo.

Hay ejemplos en este sentido que ya todos conocemos, como son los casos de los vehículos eléctricos hechos en China y como es el enorme desarrollo en el campo de las energías renovables, en particular en paneles solares y turbinas eólicas.

Pero además Pekín está a la vanguardia en ingeniería marina, con un rearmamento muy importante que pretende satisfacer su ambición de ser la primera potencia militar en la zona de Asia Pacífico, desafiando allí directamente a EE.UU. y a sus aliados como Japón o Australia: increíblemente, su capacidad de construcción naval es hoy cientos de veces mayor que la de EE.UU..

China es líder mundial en la producción de portacontenedores, graneleros y metaneros, y en esta década se ha convertido en un serio competidor de Corea del Sur y de Japón, que han sido los grandes actores asiáticos del rubro hasta hace unos años en lo que refiere a tecnologías navales avanzadas.

Lo mismo ocurre en materia de aviación, con una China que pretende con su producción de aviones de pasajeros C919 entrar en directa competencia con Boeing (estadounidense) y Airbus (europeo) en ese creciente mercado mundial, y con sus inversiones masivas en aviación militar para ser definitivamente autónoma y potente en su zona geopolítica de influencia asiática y quitar del medio al importante papel de hegemonía militar estadounidense en el Pacífico.

En materia estrictamente económica y en áreas que nos son muy importantes, China es el principal mercado de maquinaria agrícola y se ha transformado en potencia mundial en la producción en ese rubro, con el desarrollo, por ejemplo, de tractores autónomos y de drones dedicados a la agricultura de precisión.

En un campo que parecería empezar a interesar más en nuestra región como es el de la inversión en energía nuclear eficiente, la potencia asiática se decidió a avanzar rápidamente con tecnologías de reactores muy avanzados que compiten directamente con los mejores de Occidente y colaboran en proveer de energía segura a su crecimiento industrial.

Es conocido ya que en trenes rápidos China también está a la vanguardia, ya que cuenta con la red ferroviaria de alta velocidad más grande y avanzada del mundo, capaz de hacer que un trayecto del largo de Montevideo-Artigas se efectúe solamente en algo más de una hora de tiempo en total. De esta manera también se expande su capacidad industrial, ya que avanza en exportaciones de sus tecnologías ferroviarias a países que las precisan en la región asiática, como por ejemplo Indonesia.

Si hubiera que resumir toda esta evolución de la última década en un solo dato, alcanza con decir que antes EE.UU. era el principal país en lo que refiere a solicitudes de patentes de invención en el mundo, y ahora ese lugar es ocupado por China con cerca del 40% del total.

Así las cosas, la preeminencia estadounidense forjada a la salida de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y ratificada con su triunfo en la Guerra Fría en 1991 ha sido totalmente puesta en tela de juicio por el espectacular desarrollo chino de la última década. Y no es que EE.UU. no tenga elementos como para no defender su posición de principal potencia mundial hoy en día, sino que la interpretación de la administración Trump es que ya no es posible seguir haciendo como que China es un país en desarrollo alejado de los parámetros de excelencia en la producción concerniente a sectores claves.

Estamos ante potencias equiparables en varias dimensiones estratégicas: tecnológicas, productivas y de riqueza. La reacción de Washington no es pues arbitraria. Con el realismo propio de una gran potencia, ha decidido enfrentar más fuertemente que antes el desafío civilizatorio que le impone el ascenso chino.

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