CIFRAS divulgadas por el Observatorio de Criminología que depende del Ministerio del Interior, abren toda una reflexión sobre los altibajos del delito en este país, y especialmente en su capital. Esas estimaciones dicen que en general los delitos se han mantenido casi estables, ya que por un lado las rapiñas han aumentado en un 18 por ciento con relación al año anterior y el crecimiento de los hurtos en ese mismo lapso ha sido del 4,5 por ciento. Pero por otro lado han disminuido los delitos sexuales, los homicidios y las lesiones, ocurriendo algo similar con los copamientos, que bajaron un 25,8 por ciento con respecto al ejercicio anterior, con lo cual aquellos crecimientos quedan compensados por estas reducciones.
El resultado de tales sumas y restas permite a las autoridades del Ministerio del Interior mantener cierta tranquilidad ante el fenómeno, aunque el auge delictivo en ciertas zonas de Montevideo determina que esos jerarcas anuncien el reforzamiento de sus medidas de patrullaje, el crecimiento de los cuerpos de acción inmediata (Brigada Puma, Guardia de Coraceros) y hasta la proyectada compra de caballos para equipar la vigilancia policial en barrios peligrosos. La política de seguridad practicada por el gobierno, sin embargo, ha merecido cuestionamientos de sectores de oposición y es justamente a esos grupos que las autoridades actuales reprochan haber asustado a la población con discursos sobre inseguridad que —según el oficialismo— no se corresponden con una realidad menos dramática que esos comentarios alarmistas, a los que atribuyen una motivación meramente política.
DENTRO del cuadro manejado por el Ministerio se aludió igualmente a la cantidad de reclusos en cárceles departamentales y nacionales: actualmente hay 1.100 reclusos menos que el año anterior. De los 675 presos liberados en 2005 bajo el dictado de la nueva ley (a los que se agregan otros 39 soltados en lo que va del 2006) hubo hasta el momento 46 reincidentes, lo cual es muy admisible si se toma en cuenta que la tasa de reincidencia en todo el Uruguay durante los últimos cinco años ha sido promedialmente de un 55 por ciento. En el combate contra el delito, algunos lo pasan peor que otros. El nivel más alto de actividad delictiva lo sufre la Seccional 1ra. de Montevideo (Ciudad Vieja y Centro) y curiosamente la Seccional 24 del Cerro ostenta la banda más baja de hurtos y rapiñas.
SIN embargo, la sensación que tiene desde hace un tiempo el ciudadano común sobre esta materia, es menos optimista que las cifras oficiales. No hace falta vivir en las zonas más temibles de la ciudad para sentirse acosado por una trama delictiva que se traduce diariamente en múltiples —aunque pequeños— episodios de arrebato o de rapiña que suceden en las calles ante peatones desprevenidos o dentro de los automóviles, por no hablar de las viviendas. Habría que decirle a los voceros del Ministerio del Interior que un gran número de tales episodios ni siquiera es denunciado a la policía, con lo cual esos actos de violencia y despojo no ingresan a la tabla de cómputos del organismo y pueden ser descontados en sus respectivas columnas, para que el saldo final (sobre el papel) resulte menos sombrío que el comentario popular, que no se alimenta de simples rumores sino de la declaración de testigos directos de los hechos.
Cualquier particular que pretenda tener una sensación al respecto no debe hacer mayores esfuerzos para informarse debidamente. Le basta con escuchar lo que dicen familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos u otros congéneres cercanos a propósito de los robos de que suelen ser víctimas, mientras el material que difunde la prensa o los demás medios está lleno de referencias a ese tipo de delitos, incluida la abundante información sobre menores infractores que rondan por las calles en busca de una víctima propicia, que suelen elegir entre peatones ancianos, turistas distraídos o mujeres solas. Una reciente denuncia periodística sobre el auge de los arrebatos en tres esquinas de la avenida 18 de Julio (Andes, Paraguay, Gaboto) fue tomada en serio por la Jefatura de Policía, que dispuso operativos en esos puntos y arrestó a seis individuos en pocas horas.
NO todo empieza ni termina en esa avenida, cuyas cuadras del Cordón también son temibles durante el aglomerado tránsito en horas del día. Otros lugares de Montevideo se quejan igualmente del crecimiento de la delincuencia juvenil, como ocurre con los comerciantes y vecinos de Colón, que han planteado su desesperación ante las autoridades y han formado brigadas para una autodefensa que remedie la escasa vigilancia uniformada. Según ese vecindario, "hay bandas de menores que aterrorizan al barrio con actos de vandalismo y robo que últimamente son constantes". Un panadero hizo saber que "le habían destrozado los vidrios de su negocio dos veces en cinco días", lo cual —insisten— no son casos aislados sino la desdicha habitual de buena parte de los que viven por allí. "La ola de robos se ha vuelto insoportable" advierte otro vecino y agrega que quienes roban son menores de 10, 11 y 12 años, de esos que tienen decenas de anotaciones por sus entradas en dependencias policiales. Algo similar se vive en la Unión o el Cerrito de la Victoria.
Hay factores demográficos detrás de ese panorama. Las clases sociales más modestas y los sectores marginales son quienes se reproducen más velozmente, como es notorio. Allí abundan las madres con cantidad hijos a quienes luego no suelen prestar la atención ni los controles deseables para mantener una buena conducta. La desventaja numérica de las clases trabajadoras y clases medias ante ese crecimiento de la población periférica, es cada día mayor por lo tanto. Si no hace falta más que el paso de diez o doce años para que un niño de barrios precarios o de asentamientos pase a vivir en condición de calle o pegue un probable salto al mundo del delito, la desventaja señalada se multiplicará en años próximos y de paso demostrará que la complejidad del fenómeno es mucho más intrincada y menos tranquilizadora que el cuadro de cifras y porcentajes que muestran las autoridades para serenar a una población que sin embargo está cada vez más perturbada.