El Ciudadano Montevideo
@|Entiendo perfectamente de dónde surge el escepticismo y la dureza, no nacen de un prejuicio vacío, sino de una memoria histórica cargada de heridas reales que muchos compartimos.
La razón para el diálogo está dada en varios puntos que nadie sensato puede negar:
- La mitad del país vota al Frente Amplio, y esa mitad no es enemiga del Uruguay: es parte inseparable de nuestra nación.
- Respetar la libre expresión no significa callar lo que pensamos ni aceptar lo que nos parece equivocado.
- La tibieza de “quejarse por Twitter y nada más” es tan dañina como el fanatismo.
- La corrupción y la ignorancia no tienen color partidario, las hemos padecido bajo todas las banderas.
- Y, sobre todo, el diálogo solo es posible con quienes piensan, no con quienes repiten consignas o utilizan la palabra diálogo como táctica para desgastar o engañar.
Dicho esto, quiero compartir por qué, aún con todas las cautelas que vos (y yo) tenemos, creo que el diálogo vale la pena y por qué no lo considero ingenuidad.
Sigo convencido de que el Frente Amplio arrastra un pecado original muy pesado, la tolerancia (y a veces la complicidad) con el autoritarismo de izquierda en el mundo. Sigo convencido de que hay sectores que usan el diálogo como táctica y no como convicción, y sigo convencido de que la gestión del gobierno deja mucho que desear en transparencia y eficiencia.
Pero justamente por eso creo que vale la pena hablar con quienes, dentro de ese espacio, están dispuestos a reconocer errores, a condenar la corrupción propia y a no demonizar a quienes pensamos distinto. Porque si solo hablamos entre nosotros, o si cerramos la puerta a toda una mitad del país, les estamos regalando poder a los que viven de la grieta eterna.
La propuesta no es ser permisivo.
Es ser combativo con la razón y firme en la libertad, pero sin renunciar a tender puentes con aquellos que, aún pensando distinto, demuestran que piensan y no solo repiten.
Y si queremos un Uruguay más libre y más fuerte, necesitamos reformas constitucionales que devuelvan protagonismo al ciudadano, que garanticen mecanismos de participación directa y que fortalezcan la transparencia, solo así alejaremos los extremismos y construiremos una democracia que favorezca la libertad individual y la responsabilidad compartida.
El liberalismo nos recuerda que la libertad responsable es el antídoto contra la grieta, diálogo sin sometimiento, crítica sin odio, puentes sin claudicación.
Ese es el camino hacia un Uruguay más justo, más participativo y más libre.