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Libertades contradictorias

Nicolás Etcheverry Estrázulas | Montevideo
@|Conversábamos hace poco con un amigo y abogado acerca de la clara contradicción en la forma de interpretar a veces el concepto de libertad de las personas:

¿Por qué hay que limitar la libertad de quien está viviendo en la calle y contra su voluntad hay que llevarlo a un refugio durante las crudas y heladas noches de invierno, y por otro lado no hay que limitar la libertad de quien está padeciendo una dura y dolorosa enfermedad y pide que se le dé un fin a su existencia? ¿No tiene derecho quien está en la calle a negarse a ir al refugio y permanecer a la intemperie porque se le da la real gana de no aceptar ayuda? ¿No es libre de elegir quedarse, luego de escuchar las posibles razones de la conveniencia de ir a un hospedaje? ¿Por qué limitar y constreñir su libertad? En el otro caso, ¿por qué darle tanta y toda la libertad para elegir su momento de morir con la intervención, no ya del frío u otros factores naturales, sino de inyecciones u otros productos farmacológicos y químicos?

La única diferencia podría encontrarse en que en el primer caso alcanzaría con la pasividad de los agentes públicos para permitir que permanezca a la intemperie, mientras que en el segundo se necesitaría una intervención más directa y activa por parte de un tercero, en concreto un médico o enfermero, que, curiosamente debería haber realizado el juramente hipocrático de no matar a ningún paciente…

O sea, en la primer situación habría algo así como un “Está bien, hacé lo que quieras, allá tú si prefieres quedarte aquí y si te mueres es cosa tuya…”, mientras que en la segunda habría algo así como un “¿Quieres morirte porque no aguantas más? Está bien, te voy a ayudar a hacerlo”.

Cuestión de matices dirán algunos… Si se trata de medir el grado o intensidad de libertad que tiene la persona en cada una de las situaciones, justamente el que está en la calle la posee en mayor escala que aquel que puede estar nublado en su libertad por el dolor o sufrimiento que padece en ese momento. Paradoja: al más libre se le obliga a contrariar su voluntad, mientras que al menos libre se le empuja a tomar decisiones irrevocables…

Lo cierto e innegable es que estos dos casos parecen mostrar una visión contradictoria e incoherente de cómo interpretar la libertad. Salvo que alguien pueda explicar, con argumentos fuertes, que no existe tal contradicción.

En mi caso, para intentar superarla, busqué un motivo que la resolviera y lo encontré en el siguiente: hay suficientes motivos para limitar esa libertad y obligar a las personas en situación de calle a ir a los refugios; la razón es que la vida humana, la vida y la salud de cada persona, está primero.

Sin vida, no hay libertad ni salud que sirva para nada. Estos derechos derivados se fundamentan en el primero, que es la vida y dignidad de todos y cada uno, sin distinción de clase alguna. No hay vidas ni dignidades de primera o segunda clase, aunque a veces erróneamente lo veamos así. Y si la libertad de vivir en la calle se puede limitar (para no afectar además las libertades y derechos de otros), también ha de negarse la libertad de poder matarse cuando cada uno quiera o sienta la necesidad de hacerlo, y menos que menos con una supuesta ayuda médica.

No hay un derecho a matar a los inocentes, a los indefensos ni a los sufrientes. ¿No le alcanza al país con la creciente tasa de suicidios anuales?

En definitiva, se trata tanto de evitar el frío y dar calor y alimentos, como de evitar o disminuir el dolor y el sufrimiento a los enfermos terminales. Bienvenidos los refugios, la asistencia social, el cariño y los cuidados paliativos. Lo demás es interpretar mal la libertad, la vida y la dignidad humana.

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