El Ciudadano | Montevideo
@|Libertad, desarrollo y dignidad para todos.
El liberalismo no es una moda ni una etiqueta electoral. Es una corriente de pensamiento político, social y económico que pone a la persona en el centro de la vida pública. Defiende la libertad para elegir, para producir, para vivir sin tutelas. Rechaza el estatismo asfixiante, el clientelismo perpetuo y la falsa justicia de la mediocridad impuesta.
En lo político, el liberalismo sostiene la democracia republicana, la separación de poderes, el Estado de derecho y las libertades individuales sin negociaciones. En lo social, promueve la igualdad ante la ley, la tolerancia y la diversidad real. En lo económico, impulsa la propiedad privada, el emprendimiento y el libre mercado. Pero no se trata de dejar hacer sin reglas: el liberalismo apoya la libre competencia en igualdad de condiciones, y exige que el Estado no ponga barreras, pero tampoco privilegios.
En Uruguay, el liberalismo adopta su propia forma. No copia modelos foráneos, aunque toma elementos útiles de otras experiencias exitosas, para adaptarlos a nuestra realidad histórica, social y productiva. No busca un Estado ausente, sino uno que esté donde debe: fuerte en seguridad, justo en leyes, ágil en servicios y transparente en sus actos.
Un Estado que no es una agencia de empleos para políticos desocupados ni un sistema de premios para pagar favores electorales con cargos públicos. Porque cuando el Estado se transforma en botín, la democracia se empobrece y la gente pierde confianza.
El liberalismo a la uruguaya cree en la libertad con responsabilidad. En la acción social enfocada, no en el asistencialismo crónico. Cuando los sectores más vulnerables necesitan apoyo, el Estado debe intervenir con programas temporales, metas claras y exigencia de contraprestaciones que los integren productivamente a la sociedad. Porque la verdadera solidaridad es ayudar a pararse, no enseñar a depender.
Esta visión del liberalismo no es improvisada ni prestada. Es mi guía y mi pensamiento. Una línea de acción clara, creada y sostenida para ofrecerle al país una alternativa distinta, firme y honesta. Porque creo que Uruguay necesita mucho más que retórica: necesita rumbo, coherencia y convicción.
Este es un llamado a quienes saben que Uruguay no está roto, pero sí retenido. A los que entienden que la pobreza no se combate con relatos, sino con trabajo digno, educación de verdad y libertad real. A los que están hartos del acomodo, del reparto de cargos, de la mentira planificada y del eterno “no se puede”. A los que aún creen —como yo— que sí se puede, y que este país merece mucho más que resignación.
El liberalismo no impone, propone. No adoctrina, libera. No divide, convoca. Y hoy, más que una corriente, es una necesidad nacional. Porque la libertad no se hereda: se elige, se defiende y se construye.