El Ciudadano | Montevideo
@|Yo no duermo. Vivo entre discursos, pancartas y decretos. Entre promesas repetidas y silencios estratégicos. Y aunque me quieran fuera, sigo ahí: en la oreja de la historia, recordando lo que otros prefieren olvidar.
Hoy vine a hablar del nuevo disfraz del viejo engaño: el populismo de izquierda, esa máquina de regalar lo que no tiene, con plata ajena, a cambio de obediencia y voto.
Los vi tomar el poder con el puño en alto y la bandera de los débiles. Pero no para liberarlos, sino para convertirlos en rehenes de un sistema que los necesita pobres, dependientes y agradecidos. Cambiaron la lucha por justicia por un manual de subsidios. Cambiaron la idea de trabajo por el orgullo de no trabajar. ¿Y todo en nombre de qué? De una nueva religión sin Dios: la ideología Woke.
En esta patria de cristal, no se puede hablar. Todo hiere, todo ofende, todo debe ser revisado y cancelado. El pasado es enemigo. La biología es opresora. La identidad es una etiqueta que cambia según el viento. Ya no importa el mérito, ni el esfuerzo, ni el valor. Importa si sufriste. Si pertenecés. Si repetís el libreto de la corrección política.
Vi cómo el Estado se convirtió en guardián del lenguaje. Cómo las Intendencias del FA no limpian las calles, pero sí limpian palabras de los programas. Cómo no hay saneamiento en los barrios, pero sí cursos de género para funcionarios sin función. Vi cómo la bandera de la igualdad se transformó en trinchera de privilegios. Y cómo los verdaderos pobres, los Juan y María de siempre, los que madrugan sin ideología, quedan fuera de todo.
El populismo necesita enemigos: los ricos, los patrones, los blancos, los hombres, los que piensan distinto. Pero no para combatirlos con ideas, sino para culparlos de todo. Porque si no hay culpa, no hay coartada para su poder.
Y cuando alguien se atreve a decirlo -cuando aparece una voz libre, incómoda, que no canta su canción-, le gritan “facho”, “retrógrado”, “inhumano”. Pero yo, lo susurro con claridad: esto no es justicia, es revancha con disfraz. No es inclusión, es manipulación. No es progreso, es un nuevo oscurantismo.
Uruguay no necesita un Estado que dé órdenes sobre cómo sentir, hablar y vivir. Necesita un Estado que garantice libertad, seguridad, oportunidades y respeto a la diferencia -la de verdad, no la uniformada por una ideología.
No se puede construir una sociedad fuerte sobre la base del victimismo eterno. Porque una patria no se construye de cristal, sino de convicciones, dignidad y verdad. Porque sin libertad, no hay igualdad; y sin verdad, no hay futuro.