Marcelo Gioscia Civitate | Montevideo
@|El deterioro que ha venido sufriendo nuestra ciudad de Montevideo en los últimos años es, a todas luces, evidente.
Al endémico problema de la recolección de residuos domiciliarios, se han sumado el estado de las veredas y la falta de buena iluminación.
El descuido de plazas y espacios públicos muestra a los que aquí vivimos y a quienes nos visitan, una falta de cuidado que cada vez se torna más preocupante (bueno es señalar que, el patrimonio edilicio sigue siendo destacable, así como la formidable rambla de granito rosado que bordea la costa sobre el Río de la Plata, es lo que ciertamente nos distingue) y si a esto le agregamos la problemática de quienes bajo los efectos del alcohol o drogas literalmente “acampan” en esos espacios, así como en cuanto zaguán o alero se les presente -durmiendo entre cartones-, el panorama resulta por demás sórdido, caótico y por cierto, inaceptable.
Los planes de refugios transitorios -pese a los ingentes recursos destinados- no han logrado resolver esa problemática multicausal.
De promesa en promesa, quienes han tenido la oportunidad de llegar al gobierno departamental, se han ocupado más de mantener su infraestructura burocrática, proyectar su carrera política y su clientela electoral, que de brindarle a los contribuyentes mejores servicios.
Se trata de una ciudad cara, ya que no devuelve en obras ni en servicios ni siquiera la mitad de lo que obtiene por las imposiciones tributarias que inexorablemente exige. De planes, evaluaciones y proyectos de desarrollo urbano se alimentan muchos, pero luego, los resultados no satisfacen y las soluciones no llegan.
Triste es comprobar que, período a período, la ciudadanía ha brindado su apoyo más por afinidad ideológica que por amor a la ciudad capital; al parecer a nadie -o a muy pocos- les llega a importar el deterioro que se advierte y que afecta “silenciosamente” la propia calidad de vida.
Los daños patrimoniales que se han venido dando han afectado los presupuestos de los propietarios, pero ahora resulta que no se respetan monumentos, ni las obras de arte que, colocadas en espacios y paseos de nuestra ciudad, se dañan y mutilan con la finalidad de vender el bronce con que están realizadas.
Tal lo que ocurrió hace unos meses con una de las figuras de uno de los peregrinos del monumento a Rodó, que terminó tumbada en el suelo, o hace unos días la mutilación de la figura del cóndor del escultor Luis Cantú, colocada en el Parque Rodó desde 1937, de la que se llevaran la cabeza y una de sus alas para seguramente venderlas al kilo. Su restauración saldrá también del bolsillo de los contribuyentes.
Resulta no sólo increíble, sino bochornoso que, pese a las altas contribuciones que exige el gobierno departamental, no se pueda vigilar debidamente ese patrimonio y bienes culturales que hacen a la identidad de nuestra ciudad y debieran servir para fortalecer el sentido de pertenencia.
Quienes perpetran estos daños con la finalidad de hurto, así como quienes adquieren esas piezas de metal, debieran ser castigados con la mayor severidad, para desestimular este tipo de acciones que muestran a las claras la pérdida de valores ciudadanos.