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Una guerra de guerrillas

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martín aguirre
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Para Uruguay, fue una semana de grandes noticias en la lucha contra el virus.

Por primera vez, el promedio semanal arrojó apenas 3 casos nuevos por día. Además, el comité de expertos informó que la enfermedad está bajo “relativo control” y el presidente Lacalle Pou anunció un cronograma para el regreso de las clases en todo el sistema educativo. Algo como para hacer festejar a padres, niños y, en general, a todo uruguayo. Pero no.

El mismo día que estaba pautada la conferencia de prensa del Presidente sobre el tema clases (postergada 24 horas para no herir sensibilidades por el tema desaparecidos), apenas después de la presentación de los expertos, el rector de la Udelar, Rodrigo Arim, salió a la prensa a decir que su institución de ninguna manera iniciaría las clases a corto plazo.

Hay argumentos para entender la postura del rector. La universidad pública en Uruguay suele funcionar en régimen de lata de sardinas, circula gran cantidad de gente y es imposible controlar el movimiento. Ok. Ahora el momento elegido para el comentario, así como el tono enojoso y escéptico, resultaron significativos. Y ni hablar si vemos los antecedentes.

Es que desde el primer día en que el gobierno empezó a lidiar con este problema, ha venido enfrentando una verdadera guerra de guerrillas de parte de instituciones alineadas con la oposición.

Primero fue el Sindicato Médico, aliado con el Pit-Cnt, y la casual reaparición de Tabaré Vázquez, poniendo al nuevo gobierno contra la pared, exigiendo una cuarentena obligatoria. Luego, cuando se retomó la construcción, el Sunca alertando que era demasiado pronto. Después, cuando le tocó a las escuelas rurales, los sindicalistas de la enseñanza que alertaban que sería casi que un genocidio. Lo mismo que dicen ahora con el regreso del resto de las clases, pese a que en todos los casos previos, la realidad le dio la razón al gobierno.

Siempre, cada vez que el gobierno busca dar un paso, con respaldo científico y de los antecedentes, resulta que tiene que salir al público alguna figura próxima a la oposición a contradecirlo y a tirarle la gente en contra.

Algo que tiene resultados funestos, como queda en evidencia en las encuestas difundidas esta semana. Un 38% de los encuestados, casi lo mismo que votó al FA en octubre, no cree que sea adecuado reiniciar las clases. La consecuencia de esta prédica se ve en el diálogo mano a mano. El amable señor del almacén cerca de casa decía “yo prefiero que mi hija pierda el año antes que se enferme”. En todo el país, en estos casi tres meses ha habido 10 menores de 15 años infectados, y ninguno precisó apoyo médico.

Pero volvamos al rector de la Udelar, ya que una crítica sarcástica lanzada en twitter estos días, provocó una andanada de deseos de muerte de parte del núcleo de “Arimaníacos”, que con la amplitud y el sentido del humor de cualquier fanático (y de su ídolo... ¿se acuerda del escrache al café que no aceptaba mexicanos?), asimilan todo a un ataque a la institución y al estado.

Hace pocos días, y cuando el comité de expertos aseguraba que los tests aleatorios son un gasto de recursos innecesario, un tridente formado por Arim, el presidente del SMU, y el intendente Di Candia, lanzaban un programa de tests aleatorios en la capital, financiado por la IMM. A quien parece que le sobra la plata. Tan evidente era la idea de generar un polo alternativo al oficial, que el propio Grecco del SMU dijo que “esto de ninguna manera significa hacer cosas en paralelo o superpuestas con el gobierno”. Noo, claro ¿a quién se le ocurriría?

Cuando uno ve estas cosas, cuando oye comentarios como el de la dirigente de los maestros Daysi Iglesias diciendo que “nos sentimos muy inseguros” ante el regreso de las clases, de comunicadores “compañeros” resaltando que el primer día de las escuelas rurales había ido poca gente, o hasta de la hija del exministro Astori clamando por ser “adoptados” por el presidente argentino, no puede menos que sospechar que hay gente que desearía que las cosas acá estuvieran mal.

Y es algo que surge cada vez que uno intenta intercambiar ideas con algún amigo autodefinido como “de izquierda”. Lo primero que ve es que la lealtad a las reglas de juego generales, solo parece servir cuando les toca gobernar a cierta gente. Si no, cualquier cosa vale para embarrarle la cancha al rival de turno. ¿Se acuerda del default en 2002?. La otra, el tono épico y de superioridad moral que aplican a cualquier debate, y que convierte de inmediato al contendiente, en un ser despreciable, cuya postura solo se explica porque defiende intereses mezquinos, egoístas. Los efectos concretos de las propuestas de unos y otros, son secundarios.

Si con los resultados que ha tenido este gobierno en la lucha contra esta plaga, sigue padeciendo una guerra de guerrillas permanente, y en un tema donde está en juego nada menos que la salud pública, ¿qué se puede esperar en el resto? Así, la democracia, difícil que funcione de manera saludable.

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