La principal divergencia política de nuestro tiempo no proviene de las diferencias entre la izquierda y la derecha, sino en la discrepancia fundamental entre el racionalismo y la espontaneidad. En la izquierda y en la derecha existen racionalistas que piensan que la sociedad puede moldearse a su antojo, desconocimiento la naturaleza del ser humano detrás de una utopía (o distopía). Del otro lado están los que piensan que la construcción social se basa en un proceso evolutivo, en el que a lo largo del tiempo se van buscando y encontrando soluciones a los problemas en base a la cooperación libre y voluntaria, de forma esencialmente descentralizada, con conocimiento concreto y de primera mano de la realidad y tomando como un dato la naturaleza humana.
Para entender el punto vale la pena exponer las diferencias que existen entre dos pensadores de enorme influencia: René Descartes y Edmund Burke. El contraste que vamos a plantear incluso se simplifica porque ambos utilizaron la misma metáfora edilicia. Afirma Descartes que: “Muchas veces sucede que no hay tanta perfección en las obras compuestas de varios trozos y hechas por diferentes maestros como en aquellas en que uno solo ha trabajado. Se ve, en efecto, que los edificios que ha emprendido y acabado un solo arquitecto suelen ser más bellos y mejor ordenados que aquellos otros que varios han tratado de restaurar, sirviéndose de antiguos muros construidos para otros fines”.
Por su parte, Burke compara la constitución británica con un edificio antiguo, que “se mantiene bastante bien, aunque es en parte gótico, en parte griego y en parte chino, hasta que se intente darle uniformidad. Entonces puede derrumbarse sobre nuestras cabezas por completo, en una gran uniformidad de ruina; y grande será esa ruina.” Donde Descartes identifica un problema Burke ve la fortaleza del edificio y, a la inversa, la solución que propone Descartes para Burke sería un completo desastre.
Yendo al terreno social, argumenta Descartes que Esparta llegó a ser una ciudad floreciente, “no por causa de la bondad de cada una de sus leyes en particular, pues muchas eran muy extrañas y hasta contrarias a las buenas costumbres, sino debido a que, por ser concebidas por un solo hombre, tendían todas a un mismo fin.” Mientras que Burke sostiene que: “La política no debe ajustarse a la razón humana, sino a la naturaleza humana, de la cual la razón es solo una parte, y de ninguna manera la parte más importante.”
El contraste entre ambas visiones es colosal y plantea preguntas claves: ¿Cómo funciona mejor una sociedad? ¿En base a un diseño uniformemente ejecutado de arriba hacia abajo o en base a una construcción descentralizada desde abajo hacia arriba? ¿Se puede diseñar una sociedad desde cero en base a la razón o debe tomarse en cuenta la información que aporta la tradición? Los enormes problemas de no admitir soluciones que no pasan por el tamiz de la razón cuando muchas instituciones que efectivamente funcionan en la práctica son producto de un largo proceso histórico y no fueron creadas por nadie en particular son evidentes. Pero la realidad es más contundente aún al constatar la evolución antirrevolucionaria de los países que prosperan y cómo el racionalismo ha inspirado los peores experimentos de ingeniería social de la historia.