Nada más surrealista que el Quijote. Acaso a sus cuatrocientos años la obra cumbre de la literatura castellana ha superado todas las condiciones clásicas y no clásicas, desde las bases lingüísticas del "Arte de la Lengua Castellana" de Nebrija, del mismo año del descubrimiento de América hasta nuestros días en que el mundo entero celebra el Cuarto Centenario del "Ingenioso Hidalgo" de Miguel de Cervantes y, en realidad, los valores de la creciente presencia de la lengua castellana en la literatura universal.
Pero el "Caballero de la Mancha", el de "La Triste Figura", tenía que entrar a sentirse más cómodo en los anales del surrealismo con más de ochenta años transcurridos desde el primer manifiesto de André Breton que en 1924, reafirmaba que la creación literaria y lo que brindara la imaginación constituían la verdadera noción de la literatura.
Y así halla su explicación definitiva o su razón de ser el caballero que personifica el ser hispánico y el hispanoamericano, ya no solamente en los campos de Montiel, sino en todos los matices de la singular historia de nuestros países en las eras aventureras de su descubrimiento, su conquista, su coloniaje, su independencia, su historia en fin de paradigma problemática y de sui géneris presencia en el concierto internacional de nuestro tiempo.
De tal suerte el caballero gentil, poético y valeroso que fuera Don Alonso Quijano, el Bueno, viene a dictarnos consejos a caballo en su Clavileño después de haber agotado la lectura de sus libros de Caballería, pasándose las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio hasta que tales desvelos acabaron por sorberle el seso. Y así el sin par Don Quijote tuvo el surrealismo de subir por el espacio ensartando su lanza en una de las aspas del molino de viento que, en esencia, son los brazos de la cruz.
Así penitentes y penados llevaban la cruz de aspas que hasta figurara en banderas de España y es heráldica.
Nada más surrealista que los recitales poético-literarios de los diálogos de Don Quijote y Sancho con situaciones imaginativas como el encuentro con los mercaderes a quienes don Quijote exige declarar que no hay en el mundo doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso, y le piden que les muestre un retratillo. Allí Don Quijote alega que eso no tendría mérito pues lo importante estaba en que lo declaren sin retratillos y confirmar verdad tan notoria y que ella no es ni tuerta ni corcovada y se lanza contra los burlones a pagar sus blasfemias.
Y está lo del fabuloso Clavileño, el Alígero que era de leño con una clavija en la frente y en el que cabalga Don Quijote en el jardín del duque y pone a su escudero Sancho en la grupa hasta que el armatoste vuela con sus cohetes tronadores para risa de todos, incluso los duques anfitriones que celebraban el viaje por el espacio del caballo de madera en la más donosa de las surrealistas aventuras.