Con los nubarrones que amenazan la economía cada vez más cerca, el tono del debate en materia económica comienza a elevarse. Y así las cosas, la negociación colectiva, la obra pública, y las mil y una formas de intervención (intromisión en nuestra vida y en nuestra libertad) que surgen de las creativas mentes que nos gobiernan, focalizan las discusiones y marcan la agenda política.
Con los nubarrones que amenazan la economía cada vez más cerca, el tono del debate en materia económica comienza a elevarse. Y así las cosas, la negociación colectiva, la obra pública, y las mil y una formas de intervención (intromisión en nuestra vida y en nuestra libertad) que surgen de las creativas mentes que nos gobiernan, focalizan las discusiones y marcan la agenda política.
Mientras el foco está en la economía, el debate sobre valores queda una vez más relegado ante la urgencia, sin importar que los mismos sean el bien más escaso en nuestra sociedad.
Es cuestión de agenda, y como es el gobierno el que hasta ahora la marca es este el que prioriza lo que le interesa. En este caso la economía, o mejor dicho, cómo hacer para que la economía no se vuelva en contra de sus futuros intereses electorales. Solo un pringao puede creer que por faltar aún buen tiempo para las próximas elecciones esto no está en los cálculos del complejo electoral progre…
Y esto es lo preocupante, dado que Uruguay se debe una respuesta colectiva a cuál es su posición frente a los valores. (Ya que son estos los que definen a una nación, y los que determinan cómo la misma se para ante la adversidad). Es decir: ¿son los valores de una sociedad verdades objetivas a las que gobernantes y gobernados deben ceñirse, o por el contrario son subjetivos, y pueden relativizarse a medida de lo que a cada uno se le ocurre o necesita en cada momento?
Independientemente de la respuesta a la pregunta anterior, los orientales deberíamos tener claros cuáles son los valores sobre los que nos interesa discutir, dado que como una discusión sobre estos siempre encierra polarización entre ellos, por lo menos deberíamos ponerlos en orden para saber sobre cuál queremos entendernos primero.
En el estado actual de nuestra sociedad, enumerar los valores individuales y colectivos sobre los que nos debemos una discusión puede ser un tanto extenso, por eso, y en virtud de la crisis que se avecina (la económica digo, la de valores ya echó el ancla hace rato), entiendo que el primero al que deberíamos atender sería “el bien público”.
Dejando de lado las discusiones teóricas sobre estos temas que plantearon Weber y Durkheim entre otros, podemos entender que para la política, el bien público es un valor.
El bien público es el valor que debe marcar la derrota que sigue un buen gobierno.
Precisamente esto deberían atender ya nuestros actuales gobernantes (y la oposición) a los efectos de anticiparse y capear la crisis económica y la de valores, cuidando en primera instancia el bien público, como valor supremo.
Mala cosa es enfrentar una crisis sin valores claros. Mala cosa es intentar cumplir con cuidar el bien público sin atender a los medios que se utilizan para ello.
Hemos visto con el ejemplo de España lo que es encarar una crisis sin tener claro cómo trabajar por el bien público. Sin tener claro que este es un valor. El fin, ni a la larga ni a la corta justifica los medios del voluntarismo asistencialista. Este no ve en el bien público un valor, sino un medio para obtener o mantener el objeto de sus desvelos: el poder.
Y la realidad siempre pasa factura al voluntarismo: la regulación laboral trae paro, el dirigismo económico estancamiento, más leyes, menos libertad, etcétera… La institucionalidad se puede perder de golpe (ya lo sabemos), pero también paulatinamente, como un casco que se corroe (también lo sabemos).
Así lo hizo Zapatero y ahí está su herencia: un país que era de las primeras economías del mundo ahora es la catorceava.
No obstante, hay que hacer justicia y reconocerle al presidente Rajoy su tenacidad de buen gallego (y buen torero, maestro de la media verónica), que a pesar de tener que bancarse la corrupción de pares y ajenos, la incomprensión de pares y ajenos, el embate independentista, la intachable abdicación de la figura política más importante de España en el siglo XX, y el surgimiento de una irresponsable izquierda bolivariana (que además nos ha tildado a los gallegos de paletos… nada menos), a puro trabajo, método, ortodoxia y seriedad, ha tirado pa’delante y logrado que España supere la mayor crisis económica en décadas.
Esto es trabajar por el valor del bien público (sin medir consecuencias electorales), y a pesar de que fue Rajoy quien estuvo y está al timón, el mérito de superar la crisis no es únicamente suyo, sino de todos los españoles, y del espíritu de superación y diálogo de este pueblo del que somos su herederos, y que tiene bien claro cómo cuidar este valor.
Los pactos de la Moncloa fueron y son un referente histórico global del diálogo, de cómo tiene que hacer una sociedad para avanzar sin miedos, para dejar atrás sus traumas, y mirar hacia el futuro con firmeza.
Con la economía en bajada, y una sociedad descompuesta y con los valores trastocados, Uruguay necesita un nuevo liderazgo, necesita un Adolfo Suárez que sea capaz de sentar a toda la sociedad a la mesa, lograr el diálogo y buscar el acuerdo que permita poner el foco de una vez por todas en el bien público. En el desarrollo como meta, no como eslogan, y priorizando la dignidad del hombre.
Las últimas elecciones nacionales nos dieron una gran esperanza en este sentido.
La aplanadora gobernante tembló y quedó desconcertada al ver un nuevo liderazgo en el principal partido de la oposición con capacidad de marcarle la agenda, capaz de hablar a todos los actores sociales sin lastres ideológicos, capaz de mirar al otro y entenderlo aun en la diferencia, capaz de dejar de lado lo que separa para atender lo que aglutina, capaz de escribir ahora la historia que se leerá en el futuro, y nunca soberbio como para reescribir la que ya fue.
Hoy esta oposición, por el bien público (ese valor que siempre le fue y le es tan caro) tiene el desafío de volver a marcar la agenda y de devolvernos la ilusión de ese liderazgo, de devolvernos la alegría, y tiene además el reto histórico de animar a la otra parte del país que no la votó a sentarse a la mesa. Por el bien de todos, los que estamos, y los que vendrán.
Como en la Moncloa, y para ir hacia delante, yo quiero un Suárez para mi país.