Hay una ventaja importante de vivir muy alejado de los centros que fijan las prioridades de agenda en el mundo occidental: cuando todo aquello llega finalmente a nuestras costas, ya hubo tiempo de conocer profusas evaluaciones y pertinentes críticas que, si bien no relativizan el ímpetu de esos planteos globalistas, al menos permiten que miremos los aspavientos oenegeístas y multilateralistas con sosiego y hasta con la discreta y sabia desconfianza tan propia del ADN de nuestras pampas.
Pasa con el asunto de la participación paritaria de la mujer en política. Toda la campaña de ONU en este sentido es un desquicio de lugares comunes, errores conceptuales, estupideces que confunden correlaciones con causalidades, estimaciones arbitrarias y un tufillo de superioridad moral que apesta. La democracia uruguaya no precisa tutores partidistas ideologizados que impongan cuotas paritarias para el sistema político; y no debemos reconocer legitimidad alguna a ninguna agencia internacional económicamente interesada en el asunto, ni a ningún país de pretensión globalista (y mucho menos a la hoy tan debilitada democracia estadounidense) en la empresa de imponernos sus frágiles y torpes criterios sobre el tema.
Pasa con el asunto del medio ambiente. Hay una histeria occidental completamente pasada de rosca que cree dogmáticamente que si no dejamos de comer carne y de tener hijos, y si no andamos todos en bicicleta, sufriremos un apocalipsis ambiental generalizado. No hay semana que no nos atosiguen con informaciones de tragedias que involucran al clima, queriéndonos hacer creer que ellas son el resultado de nuestra forma de vida libre, capitalista y dispendiosa. Se trata, por supuesto, de un verso fenomenal y fácticamente equivocado: varios especialistas lo vienen mostrando con seriedad hace años, como por ejemplo en estas páginas, Bjørn Lomborg.
Pasa también con el asunto de las reivindicaciones de las minorías sexuales, al punto de que han empezado a condicionar, por ejemplo, préstamos de bancos internacionales a Estados independientes. Desde los disparates en países centrales de niños de 8 o 12 años eligiendo su sexo y sometiéndose por tanto a tratamientos hormonales y a operaciones con tal fin; pasando por modificar leyes en función de la ideología del patriarcado, que en nuestro país han generado irrecuperables desastres familiares; y terminando con la manija zurdo-feminista-victimista que liquida la sabia y civilizada presunción de inocencia, quizás sea esta la agenda que más haya avanzado entre nosotros y que más daño nos ha hecho.
Un debe de esta administración fue, sin duda, no haberse opuesto tajantemente a estas agendas ideologizadas y dogmáticas que en nada reflejan nuestra forma de vida, nuestra convivencia social y nuestros valores civilizatorios. Ciertamente, no es fácil: la izquierda regional repite esta agenda con vigor, los condicionamientos multilaterales son potentes, y hay en la Coalición Republicana (CR) quintacolumnistas pavorosamente convencidos (o interesadamente promotores) de todas estas sandeces importadas. Si la CR llegare a ganar en 2024, ojalá reivindique con énfasis los viejos y sabios valores liberales: representan lo mejor de Occidente y son el cimiento del mejor Uruguay.