En 1984, Orwell imaginó un “Ministerio de la Verdad” que mentía sistemáticamente. Hoy, en Uruguay, la estrategia de algunos parece inspirarse en esa distopía: manipular datos para reescribir la realidad.
En la política local, a veces da la impresión de que el nuevo gobierno sigue ese mismo guion: crear relatos para construir una “nueva historia”. No importa si los datos son reales; lo importante es cómo se interpretan, cómo se usan. Primero fue Ancap. Ahora, el turno fue del Instituto Nacional de Estadística (INE), cuyos datos -válidos y técnicamente necesarios- fueron utilizados para instalar la idea de un supuesto colapso social.
Según la nueva medición de pobreza, 17,3% de los uruguayos es pobre y 32,2% de los menores de 6 años vive en hogares bajo la línea de pobreza. ¿Esto significa que Uruguay se empobreció de golpe? No. Significa que cambió la forma de medir, no la realidad.
La línea de pobreza utilizada desde 2006 se basaba en datos de Montevideo y en patrones de consumo hoy desactualizados. Era razonable actualizar esa medición. La nueva metodología incorporó precios regionales, hábitos de consumo recientes y ajustes metodológicos como la eliminación del valor locativo y de la imputación de cobertura médica. Lo que cambió fue el lente, no la película. Tenemos una foto más nítida del país, no una historia diferente.
Comparar sin matices los datos actuales con los de años anteriores no solo es erróneo: es falaz. Si se hubiera mantenido la metodología anterior, la pobreza en 2024 habría sido de 8,3%, prácticamente igual a la de 2019, que fue de 8,8%. La situación social del país no había cambiado abruptamente; lo que cambió fue el método con el que se mide.
Esa diferencia técnica, sin embargo, fue instrumentalizada con intencionalidad política. Se intentó instalar que la pobreza se disparó, especialmente la “infantil”, un concepto que, según numerosos especialistas, carece de rigor técnico.
Los niños no generan ingresos; viven en hogares que pueden ser pobres. La pobreza no es un atributo individual del niño, sino una característica del entorno familiar. Pero claro: decir “pobreza infantil” genera un impacto emocional más fuerte.
Mientras se agitaba ese relato, el gobierno anunciaba la compra de un campo por más de 30 millones de dólares a través del Instituto Nacional de Colonización. ¿Para qué? No está claro. ¿Para quién? Tampoco. El anuncio lo hizo el secretario de Presidencia a los gritos, en el velorio del expresidente Mujica y para la tribuna. Todo muy distinto de lo que proponía años atrás el propio Lacalle Pou, cuando sugería -con lógica sensata- destinar los fondos de Colonización a soluciones habitacionales para quienes viven en asentamientos.
¿La pobreza es una preocupación genuina o un recurso más en la caja de herramientas del vigente “Ministerio de la Verdad” orwelliano?
Manipular el análisis de datos es grave. Usarlos como instrumento de marketing político, aún más. La pobreza requiere políticas reales, sostenidas y coherentes, no narrativas de ocasión y nada resulta más cínico que instrumentalizarla para sacar rédito.
Y mientras algunos se obsesionaban con distorsionar el cambio metodológico del INE, pasó casi desapercibido un dato positivo: la desigualdad se redujo. El índice de Gini -que mide la concentración del ingreso- bajó de 0,417 en 2023 a 0,405 en 2024.
Esto no ocurrió por inercia, sino gracias a políticas concretas: transferencias extraordinarias, ampliación del seguro de paro, programas sociales focalizados y una gestión prudente del gasto. El resultado: los hogares de menores ingresos mejoraron su posición relativa y la brecha entre extremos se acortó.
También hubo una mejora sostenida en la distribución territorial, con impacto en zonas vulnerables y contención efectiva durante los momentos más duros de la pandemia y pospandemia. Lejos del “ajuste por abajo” que se quiso instalar, hubo capacidad de sostener a los más frágiles sin comprometer las cuentas públicas. Eso no es relato: son datos, son resultados.
Pero sí hay relato cuando se habla de pobreza mientras se elude la propia responsabilidad fiscal. Gobernar exige coherencia. Y no se puede hablar con “honestidad” sobre la primera infancia mientras se omite o se evade el pago de los impuestos destinados a su atención. Tal como hicieron la exministra de Vivienda y Ordenamiento Territorial Cecilia Cairo, el actual director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto Rodrigo Arim, además de otras figuras públicas que integran o han integrado espacios de responsabilidad política, en una lista que parece crecer día a día.
Todos adeudaron y/o evadieron años y de forma impune el impuesto a Primaria, que financia alimentos y materiales escolares. Ese es el verdadero escándalo: decir que te importa la pobreza mientras no cumplís con algo básico.
Orwell lo explicó con claridad en 1984:
“La realidad existe... solo en la mente del Partido, que es colectiva e inmortal.”
Pero en democracia, los datos deben ser de todos. Y la verdad, también.