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La mugre como bandera

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Setiembre fue el mes de la diversidad. Y por eso la IMM vistió un buen tramo de la avenida 18 de Julio con los colores del arcoíris. De lo más colorida y de lo más gay quedó esa parte del centro montevideano. Gay en el sentido de alegre, animado. La principal avenida embanderada con el orgullo LGTB+ durante los 30 días del mes que despide al invierno y recibe a la primavera.

Hasta ahí todo muy bien. Todo muy open minded, muy tolerante y civilizado. Pero setiembre, como cada año, terminó a las 24 horas del día 30 y fue reemplazado, también como cada año, por su vecino octubre.

Que no es el mes de la diversidad, sino del Cáncer de Mama. Sin embargo, las banderas del arcoíris permanecieron, en los mismos sitios donde fueron instaladas, durante todos los días del décimo mes del calendario gregoriano. A continuación, como es natural, llegó noviembre, Mes de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.

Las banderas que celebraban el Mes de la Diversidad, que como se dijo antes, es setiembre, no fueron sustituidas por las del Mes del Cáncer de Mama ni por las del Mes de los Derechos de los Niños. En cambio, siguieron coloreando la avenida 18 de Julio como si octubre y noviembre nunca hubieran llegado.

Cuando usted lea esta columna, habrán pasado 45 días desde que finalizó el mes de la Diversidad, y al cabo de todo ese tiempo, los vientos que soplaron, las lluvias que cayeron, los humos de los caños de escape que subieron, el humo graso de las tortas fritas que se preparan en las esquinas y el otro dulzón que se eleva de las mantas con artesanías de la Plaza Libertad, han hecho que las banderas, banderines y pasacalles no sean los mismos que vimos en setiembre.

Ya no se ven tan gays como entonces, cuando las divisas estaban recién colgadas y nuevita la tela con la que fueron confeccionadas. Al contrario, el material se encuentra ajado, castigado por la intemperie. Y sus colores, imitando los que surgen de la descomposición de la luz a través de un prisma, se marchitaron. Las banderas ahora están cubiertas de suciedad. Y esa imagen gay, alegre, que supieron propagar, ha sido suplantada por la de la mugre y la desidia.

Pero aun así, nadie se ha tomado el trabajo de retirarlas de la vista del ciudadano contribuyente que deja parte de su esfuerzo diario para vivir en una ciudad limpia. Los símbolos multicolores aún cuelgan de nuestra principal avenida y le recuerdan al transeúnte esos afiches políticos que contaminan la estética urbana luego de una elección. A diferencia de estos afiches, colocados por los militantes donde les es posible, las banderas del mes de la diversidad están a una altura difícil de acceder. Fueron colocadas por operarios, munidos de maquinaria como grúas y equipos de seguridad para trabajar en alturas. Por eso quizá todavía nadie las haya arrancado y tirado a la basura. También será por eso que nadie las mira y si están ahí es porque al montevideano ya no le importa la suciedad o la contaminación visual de una capital a la que nos acostumbramos ver mugrienta y desprolija. Una ciudad gobernada por el mal gusto y el abandono.

O tal vez las banderas siguen ahí porque en esta bendita Montevideo no hay un solo tacho de basura donde tirarlas.

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