La leyenda del cobarde Sobremonte

LUCIANO ÁLVAREZ

En la Historia Patria abundan grandes eventos, héroes y villanos, leales y traidores. En cambio los personajes ridículos y las situaciones de comedia son excepcionales. El desgraciado marqués Rafael de Sobremonte es uno de los escasos ejemplos. Desde la escuela hemos aprendido los epítetos que forman un todo con su nombre: "El cobarde Sobremonte", que huyó antes de escuchar el primer disparo de las invasiones inglesas; el "inepto Sobremonte" que sumó órdenes, contraórdenes y desatinos durante esa guerra, mientras los heroicos habitantes de Buenos Aires y Montevideo se encargaban por su cuenta y riesgo de los ingleses. Hasta donde he podido rastrear fue Ignacio Núñez (1792 -1846), político e historiador porteño, quien usó reiteradamente ambos epítetos en sus "Noticias históricas de la República Argentina". Desde entonces se repiten con fruición y pocas variantes.

Su apresurada huida produjo tempranas coplillas como ésta: "¿Ves aquel bulto lejano / que se pierde tras el monte? / Es la carroza del miedo / con el virrey Sobremonte". También esta otra: "Al primer cañonazo de los valientes, / Disparó Sobremonte con sus parientes". El referido Núñez se burla: "El Virrey llegó al Monte Castro -una quinta en los arrabales de Buenos Aires- y tomó posesión de la señora virreina al mismo tiempo que el Mayor General Beresford llegó a la Fortaleza y tomó posesión del Virreinato". También se cuenta que un oficial le increpó por llevarse en su huida, los cañones del Parque del Retiro. Sobremonte argumentó que ya no eran útiles y el otro replicó: "Pues señor, si ya no se necesitan cuando está el enemigo al frente, será porque estamos perdidos o porque su Excelencia nos habrá vendido a todos".

Parece ser que el virrey perdió los cabales y medio desmayado comenzó a gritar: "Tírenle, mátenlo", a lo que el oficial contestó: "Que lo hagan; prefiero morir en este sitio a que me maten los enemigos sin hacer resistencia".

¿Vale la pena tentar una vindicación del desventurado virrey?

Rafael de Sobremonte era sevillano, nacido en 1745. Heredó de su padre el título de marqués. Luego de servir a la corona en Cartagena de Indias, Ceuta y Puerto Rico, llegó al Río de la Plata como secretario del virrey. Tenía 34 años. En 1782 se casó en Buenos Aires con una criolla -Juana María de Larrazábal- descendiente del conquistador Domingo Martínez de Irala; tuvieron doce hijos. El marqués era un hombre muy activo, observador y atento a las opiniones de sus colaboradores.

Todas estas virtudes las aplicó durante los diez años en los que fue Gobernador Intendente de Córdoba (1784 - 1794). Instaló el alumbrado público, se preocupó por la limpieza de las calles, mejoró el abasto de carne, construyó un acueducto y organizó las defensas contra las crecientes del río. También fundó un hospital de mujeres, creó nuevas cátedras en la Universidad y abrió escuelas gratuitas en la ciudad y la campaña; fundó pueblos, reforzó las líneas de fronteras e instaló fuertes; mejoró el sistema de Justicia y tomó medidas para desarrollar la minería y al mismo tiempo mejorar las condiciones de trabajo de los mineros.

También se dice que su carácter le hizo de "muchos enemigos o si se quiera mejor: que no supo ganar amigos". A la cabeza de la lista estuvo el influyente Gregorio Funes, Deán de la Catedral de Córdoba, quien desparramó maledicencias por todo el virreinato, entre ellas la que definiría su leyenda: Sobremonte era "un dandy de inclinaciones más pacíficas que militaristas". Resulta curioso el uso de éste neologismo que nació hacia 1780 en Inglaterra. De todos modos así lo registra Ignacio Núñez.

En 1804, fue nombrado virrey y todo indicaba que haría un gobierno progresista. Prueba de ello fue su diligencia para difundir en todo el virreinato la vacuna antivariólica, llegada a Montevideo en julio de 1805.

La historia ha repetido que las invasiones inglesas le tomaron por sorpresa. No es cierto. En cambio sí es cierto que el virreinato no estaba preparado adecuadamente para su defensa. Las tropas españolas habían menguado considerablemente; el armamento era escaso y malo. Por otro lado, Sobremonte, que desconfiaba de los criollos, se resistió a crear milicias nativas, pese a las recomendaciones metropolitanas. En la raíz de su desconfianza se encontraba la sospecha sobre la creciente actividad de las logias masónicas a las que pertenecían buena parte de los patricios que impulsarían más tarde la revolución. Cuando, en abril de 1805, se instruyó un sumario al catalán "Don José Presas y Marull por circular un papel referente a la independencia", el virrey encargó una investigación al oidor Juan Bazo y Berry, quien "le informó de lo poco que pudo husmear, debido al secreto, diciendo que eran `cosas horribles` de las que no tenía pruebas para proceder legalmente".

Por otro lado existía un protocolo de defensa, creado en 1797 por una Junta de Guerra reunida en Montevideo. Don Félix de Azara, uno de los redactores sostenía que aunque se cuadriplicasen las tropas, ni Buenos Aires ni Montevideo podrían defenderse más "de seis días contra un mediano o regular ataque". Por lo tanto proponía que "mucho mejor parece sería en tiempo de guerra el sacar de dichas Plazas todo lo preciso y útil y aún los habitantes que se pudiera. […] Es cierto que así se apoderarían de ellas los enemigos con gran facilidad, pero de nada les serviría. […] Por el contrario, nosotros, con las tropas veteranas y las milicias que tendríamos luego que juntar, seríamos dueños de las campañas, sin las cuales nada sirven, ni aún pueden existir dichas Plazas". Este fue, ni más ni menos, el plan que pretendió aplicar Sobremonte durante las invasiones inglesas: se retiró a Córdoba y desde allí planeó el contraataque. Pero no contó con que Buenos Aires y Montevideo tomarían a mal su estrategia; ignoraron todas sus órdenes y sorpresivamente triunfaron por su cuenta. Así se gestó la ruina del virrey Sobremonte y el origen de su leyenda negra.

"La historia ha repetido que las invasiones inglesas le tomaron por sorpresa. No es cierto. Sí es cierto que el virreinato no estaba preparado adecuadamente para su defensa".

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