Por lo menos desde la República de Platón en adelante, los filósofos siempre se ocuparon y preocuparon, aunque con diferentes nombres, de lo que hacen o deben hacer ellos mismos en la sociedad; qué influencia tienen o deben tener en las relaciones sociales para que tales relaciones no sean dejadas a la casualidad o al arbitrio de la voluntad del más fuerte.
En dos fragmentos célebres, Platón y Kant expresan con respecto a este problema dos posiciones opuestas, que pueden ser consideradas paradigmáticas y que demuestran al mismo tiempo la antigüedad y la vigencia del tema.
Platón:
- "A menos que en los Estados los filósofos se vuelvan reyes, o quienes hoy se dicen reyes o soberanos se conviertan en verdaderos y propios filósofos, y que se vean reunidos en un solo individuo el poder político y la filosofía; a menos que por otra parte éstos, que hoy separadamente se tensan, sean eliminados absolutamente, no habrá remedio alguno para los males de los Estados..., y, por tanto, tampoco para los males de la humanidad" ["República", 473 c-d].
En contraste, Kant expresa (con una referencia tácita pero clara a este fragmento platónico):
- "No hay que esperar que los reyes hagan filosofía o que los filósofos se conviertan en reyes, y ni siquiera es deseable, porque la posesión de la fuerza corrompe inevitablemente el libre juicio de la razón.
Los reyes o los pueblos soberanos no deben despreciar o confinar al silencio a la clase de los filósofos. Que la dejen hablar es indispensable para unos y otros, a efectos de tener luces sobre los asuntos que deben considerar. La clase de los filósofos, por su propia naturaleza, es inmune al espíritu faccioso e incapaz de conspirar; la clase de los filósofos no puede ser sospechosa de hacer propaganda. ("Per la pace perpetua", en "Scritti politici", Turín, 1956, p. 316).