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La crisis de los misiles

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Hugo Burel
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Ayer se cumplieron 60 años del evento que puso al mundo al borde de la guerra nuclear.

La llamada crisis de los misiles fue el conflicto diplomático entre los Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba en octubre de 1962, y se generó a raíz del descubrimiento por parte de Estados Unidos de la existencia de bases de misiles nucleares de alcance medio instaladas por el ejército soviético en Cuba. Fue una de las mayores crisis entre ambas potencias durante la Guerra Fría y, en opinión de numerosos expertos, cuando más cerca se estuvo de un enfrentamiento con armas atómicas. La presencia de las bases fue descubierta gracias a los vuelos sobre Cuba del famoso avión espía U2, que pudo fotografíar las instalaciones de las bases soviéticas en la isla.

Entre el 17 de junio y el 22 de octubre, en el marco de la llamada Operación Anádir, la Unión Soviética remitió a Cuba 24 plataformas de lanzamiento, 42 cohetes R-12 , unas 45 ojivas nucleares, 42 bombarderos Ilyushin Il-28, un regimiento de aviones de caza que incluía 40 aeronaves MiG-21, dos divisiones de defensa antiaérea soviéticas, cuatro regimientos de infantería mecanizada, y otras unidades militares, sumando en total unos 47.000 soldados establecidos en Cuba. Nikita Jrushchov, líder del gobierno soviético, ordenó que ese despliegue bélico se realizara de la forma más secreta posible, en contra de los deseos de Fidel Castro, quien había solicitado que fuera público con fines de propaganda. El triunfo de Castro en la fallida invasión a Cuba de Bahía de Cochinos -realizada por paramilitares de cubanos exiliados y apoyada por Estados Unidos y liquidada en 72 horas- había reforzado el vínculo de Cuba con la Unión Soviética y el orgullo revolucionario de Fidel.

Todo hay que decirlo: en 1958 y 1959, en plena Guerra Fría y bajo el gobierno de Dwight D. Eisenhower, Estados Unidos desplegó misiles balísticos con ojivas nucleares en Italia y Turquía, países miembros de la OTAN que buscaba detener la expansión soviética. Se trataba de los misiles SM-78 Jupiter, con un alcance de 2.400 kilómetros. La ojiva nuclear que transportaba cada proyectil tenía un poder destructivo de 1,44 megatones, el equivalente a 100 “Little Boy”, la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima al final de la II Guerra Mundial. La respuesta soviética a esa amenaza se produjo, tres años después, en la isla del Caribe.

Como contraataque tras el desastre de Bahía de Cochinos, Estados Unidos había lanzado la Operación Mangosta en octubre de 1961, un plan secreto de invasión militar a Cuba, pero ahora hecha de manera frontal y directa utilizando el ejército estadounidense. El plan consistía en provocar el conflicto mediante una operación de falsa bandera al estilo de la explosión del USS Maine, el incidente en el puerto de la Habana en 1898, que inició la guerra con España. Se buscó un suceso similar que tuviera lugar en la Base Naval de Guantánamo o en las aguas jurisdiccionales de Cuba. Pero los servicios de Inteligencia de la Unión Soviética descubrieron el plan de invasión militar inminente y se lo notificaron a Cuba.

Desde que Estados Unidos supo de las bases soviéticas en territorio cubano, instaladas a solo 90 millas de sus costas, los acontecimientos se sucedieron sin tregua y el mundo entero contuvo la respiración. El enfrentamiento se personificó en John Kennedy, el presidente norteamericano y Nikita Jruschov, premier ruso. El tercero en discordia era Fidel Castro, líder de la revolución que solo tres años antes se había impuesto en Cuba. Ello determinó que la OEA también interviniese en el conflicto. Al principio todos jugaron fuerte: amenazas mutuas, más vuelos del U2 sobre Cuba a riesgo de ser derribado por un misil, bloqueo naval de Estados Unidos en torno a la isla con barcos de otros países latinoamericanos, negociaciones secretas entre el lider estadounidense y el ruso sin participación del cubano que, con suprema inconsciencia expuso al suelo cubano a una invasión extranjera o un ataque nuclear.

Por razones de espacio no me es posible detallar el proceso que culmina el 29 de octubre, cuando Nikita Jrushchov envía a Fidel Castro un informe comunicando los términos del protocolo que soviéticos y estadounidenses ya habían acordado sobre Cuba: el armamento nuclear soviético y los misiles balísticos de alcance medio se retirarían de la isla. Tiempo después, dos de los protagonistas del conflicto desaparecían de escena: Kennedy, asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963; Jruschov, separado de su cargo por el politburó el 14 de octubre de 1964. En cambio, Fidel Castro permaneció el poder 54 años más hasta su muerte en 2016.

Desde el fin de la crisis, el mundo ya no fue el mismo. Por empezar, el conflicto ambientó la línea directa entre Wshington y Moscú dando fama al famoso teléfono rojo. La amenaza nuclear sobrevoló el resto de la década prodigiosa y la Guerra Fría siguió formando parte de manera constante del menú político y militar del mundo. La escalada de los misiles en Cuba fue un símbolo de la época, en especial porque Cuba quedó definitivamente incorporada a la órbita soviética y el bloqueo, a raíz del avance ruso sobre el Caribe, ya no fue levantado. Fue claro que en la resolución del conflicto, Rusia no consideró relevante la posición de Cuba y la solución excluyó la opinión de su gobierno. Eso demostró la insensatez del regimen cubano prestándose a una operación que llevó al límite la tensión entre las dos grandes potencias del momento. El propio Che Guevara condenó ese desprecio ruso por su nuevo satélite.

Hoy el mundo es tan distinto que asombra. La Unión Soviética ya no existe y la Guerra Fría -que se creyó finalizada luego del desplome de uno de los contendores- parece reeditarse entre Rusia, convertido en un país terrorista e invasor y el Occidente todo. El comunismo, como regimen político, se perpetúa apenas en China, Corea del Norte y lo que queda de la revolución cubana. No obstante, el peligro nuclear no ha desaparecido. En algún momento tras la crisis de los misiles, las armas de mutua destrucción se convirtieron en un factor disuasorio para ambos bloques. El miedo se impuso sobre el desvarío bélico. La trabajosa política de desarme, que incluyó a más países con acuerdos celebrados al respecto, sumado el de Helsinski, de 1973, sobre la seguridad de las fronteras de los países europeos se ha visto amenazada por las Í disimuladas advertencias de Vladimir Putin sobre el uso de armas nucleares en la guerra de Ucrania.

¿Está el mundo al borde de otra crisis como la de 1962? ¿Está el arsenal nuclear disponible en el mundo en condiciones de ser controlado con criterio? Hace muy poco Zaporiyia, la central nuclear más grande de Europa ubicada en Ucrania, sufrió un incendio y está controlada por el ejército ruso invasor, a la vez que padeció la caída cercana de misiles. Si sufriera un accidente o un ataque que liberase su potencial radiactivo, el desastre de Chernobyl sería fuegos artificiales en comparación con lo que podría suceder con Zaporiyia.

Seis décadas después de lo sucedido en Cuba, la amenaza nuclear ha regresado: uno de los botones está bajo el dedo de un psicópata y el telefóno rojo ya no existe.

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