Luciano Álvarez
Una palabra puede tener muchos sentidos. En los últimos años nos hemos acostumbrado a que "burbuja" (glóbulo de aire o gas que se forma dentro de un líquido y sube a la superficie o flota en el aire) en realidad designa los reiterados fenómenos bursátiles ocurridos en los últimos años, en los que se "negocia altos volúmenes a precios que difieren considerablemente de los valores intrínsecos".
Así tuvimos la burbuja japonesa de la década de 1980, la asiática o del FMI, de 1997, la "burbuja.com" (1997- 2001), o la de "las hipotecas subprime" del 2008. Los economistas estudian estos fenómenos, pero no se ponen de acuerdo en sus causas y menos aún en los medios para preverlas.
Las burbujas no son un fenómeno del último siglo y medio. Parece ser que la primera estalló un 6 de febrero de 1637 y el objeto de especulación fueron lo tulipanes holandeses.
Carolus Clusius (1525-1609) era médico de la corte y responsable del jardín imperial de Maximiliano II. Viajó por toda Europa, recogiendo y estudiando plantas, entre ellas, el tulipán, originaria de Asia Central, que los turcos cultivaban desde el siglo XI en Anatolia. Clusius abandonó Viena en 1587, se instaló en la Universidad de Leiden (Holanda) y fundó un jardín botánico en el que se incluía su preciosa colección de tulipanes.
En aquellos principios del siglo XVII, el puerto de Amsterdam era el eje de un incesante comercio hacia el Báltico, el Mediterráneo, y el Lejano Oriente y los corsarios holandeses hacían fluir el oro que saqueaban a los españoles y portugueses.
En 1602 se creó la poderosa Compañía de las Indias Orientales y en 1609, el Banco de Amsterdam (Wisselbank). A su vez el Estado se ocupaba de trasformar en monedas legítimas todo el oro que se le llevara, cobrando apenas el precio de costo y una modesta comisión.
Esta política atrajo a todos aquellos que querían librarse de los considerables impuestos que pagaban en sus países. La producción monetaria aumentó en un 150% entre 1630 y 1638, y las reservas en metal del Banco de Amsterdam crecieron 42% a lo largo de 1636.
Los holandeses no sabían qué hacer con tanto dinero. Fue cuando nació la moda de los jardines, hasta entonces una costumbre exclusiva de reyes y aristócratas y, en particular, la de los tulipanes.
Al principio, la curiosa planta del jardín de Carolus Clusius había producido escaso interés: los tulipanes no tienen propiedades medicinales, no despiden olor y florecen tan sólo dos semanas al año.
Sin embargo, mágicamente comenzaron a sufrir mutaciones en sus formas y colores; el patito feo se convirtió en cisne. El mago era un pulgón que transmitía un virus (Tulip Breaking Potyvirus).
Los bulbos de tulipán se convirtieron en piezas de coleccionista, los pintores se desesperaban por captar su belleza, los agricultores por crear nuevos híbridos y los intermediarios por desarrollar el mercado. "La rareza, la hermosura y el beneficio, van juntos", escribió Anne Goldgar. Los tulipanes se convirtieron en índice de riqueza y estatus.
Los precios crecían día a día y los cuentos corrían por todo el país. Se decía que se pagaron 100.000 florines por 40 bulbos, que un rico mercader casó a su hija entregando un bulbo como única dote, que una "Semper Augustus" se habían vendido en 30 mil florines, tres veces el precio de una residencia cara en Amsterdam.
Lo cierto es que, el 3 de febrero de 1637, los precios se habían multiplicado por veinte en sólo tres meses.
Habían surgido también las compras a futuro, a la que llamaron "windhandel", "comercio de viento". Se vende en invierno para entregar en verano. Hay quienes venden más de lo que podrán entregar.
En "Diálogos entre Gaergoedt y Waermondt" (1637), el primero intenta convencer al segundo del gran negocio: "Podrás tener ganancias de un 10, de un 100 y hasta de un 1000 por ciento". Waermondt responde: "Entonces ¿Qué sentido tiene trabajar duro, el sacrificio de nuestros padres, enseñar a nuestros hijos un oficio? ¿Qué sentido tiene que haya fabricantes dispuestos a arriesgar sus mercaderías en los mares o paisanos que siembren la tierra o soldados dispuestos a arriesgar sus vidas, si se puede ganar tanto dinero así de fácil?
El 5 de febrero, se compra a futuro un lote de 99 tulipanes de gran rareza por 90.000 florines. Pero al día siguiente, un lote de medio kilo ofrecido por 1.250 florines no encontró comprador y la burbuja estalló.
Desde entonces economistas tan prestigiosos como John Kenneth Galbraith la han citado como la primera burbuja económica, aunque todos se remitían a citar la versión del inglés Charles Mackay (1841) cuya fuente se remontaba a los citados "Diálogos entre Gaergoedt y Waermondt", un texto que tenía una fuerte intención moral y religiosa.
Recientemente, la historiadora inglesa Anne Goldgar (Tulipmania, 2007) demostró que la burbuja no tuvo la amplitud ni las consecuencias que se han repetido incansablemente.
Los precios más altos fueron de 5.200 florines, la fiebre se redujo a unos cientos de especuladores y por fin la organización de floristas liquidó los papeles de compras a futuro, mediante un interés de 3,5 por ciento sobre lo pactado.
De todos modos, algunos aforismos a propósito de esta primera burbuja, merecen ser recordadas: Walter Bagehot (1826-1877), economista inglés habló de los peligros del "dinero estúpido" y Charles MacKay escribió: "Los hombres piensan en manada; se ha visto que enloquecen como si fueran ganado, mientras que recuperan el buen sentido lentamente, y de uno en uno".