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¿Hay una grieta? ¿Por qué?

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ignacio de posadas
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A diferencia de lo que ocurre en otros lados (caso Argentina, p. ej.) aquí hay quienes niegan su existencia.

¿Cuándo puede decirse que existe lo que se ha dado en llamar “grieta”? No hay definiciones académicas, pero se puede afirmar que cuando en una sociedad, el funcionamiento democrático y la convivencia social se caracterizan por grandes distanciamientos entre actores y por posturas cargadas de animosidad o hasta de odio, hay algo fracturado, agrietado. Después, los casos concretos tendrán sus matices particulares.

Pues, en nuestro país, el diálogo entre posiciones políticas y aún sociales, se ha hecho muy difícil, sustituido comúnmente por afirmaciones dogmáticas y discursos agresivos, frecuentemente cargados de odio. Las identificaciones se han endurecido y los pensamientos y las conductas son más hijos de la contra que de lo positivo.

¿Cómo es ese fenómeno (nada nuevo), y por qué se ha agudizado?

¿Cuáles son los elementos del lado izquierdo de la grieta? ¿Son uniformes? ¿Toda la “izquierda” piensa (o siente), más o menos igual?

Igual, no sé. Pero sí hay un sustrato amplio en clave de agravios y de reclamos. Es su nota constante y predominante.

¿Qué reclaman? ¿Por qué reclaman? ¿Por qué se sienten que están mal o, por qué creen que hay otros que están mejor?

Sin duda que hay muchas personas en nuestro país que están económica y socialmente muy mal. Desde hace mucho tiempo. Pero, tengo para mí, que no son esos los que configuran la postura política o social de duro reclamo y enfrentamiento. Ella viene más bien de quienes, sin estar tan mal, creen que otros están mejor y es eso lo que los agravia (y, muchas veces, amarga). Esos “otros” suelen venir “etiquetados”: son los ricos, los financieros, los patrones, todos ellos percudidos de neoliberalismo. Para completar la imagen, esos “otros”, son los que detentan el poder económico, social y político.

Quienes piensan y, sobre todo, sienten ese cuadro, suelen estar desconformes con su trabajo y/o con su remuneración y los hay de aquellos que, como dicen los franceses, ils se sentent mal dans sa peau.

Para esa composición de lugar, el Estado debe serle arrebatado a los “otros” y puesto al servicio de quienes se sienten perjudicados.

Los reclamos son mediatizados: es el Estado quien debe darme a mí, de lo que los “otros”, tienen, injustamente. El Estado tiene que estar a mí servicio y es mentira que no puede estarlo adecuadamente por falta de plata. Plata hay, la tienen los “otros”, mal habida y escondida.

Es interesante analizar hasta dónde llega esa postura. Con Marx el corolario era claro y coherente: hay que quitarle al “otro” la fuente de su riqueza y con Lenin se disiparon las dudas de cómo hacerlo: la dictadura (el control del Estado), por el proletariado.

Pero no es eso a lo que aspira la mayoría de quienes pueblan la orilla izquierda de la grieta. No sueñan con un Estado expropiador (probablemente porque, además de ser un poco excesivo, no lo ven como un camino muy eficiente). Básicamente, quieren igualdad y por la vía de la redistribución: más para mí, pero que venga de los que están mejor que yo.

¿Cómo es la cosa del otro lado de la grieta? También ahí hay animosidad. No interesa si es más o menos intensa. Y, también, hay caricatura: la animosidad está teñida (y motorizada) por el temor. “Esos” quieren sacarme lo que es mío. Son envidiosos y han conseguido muchísimo poder, político y social (sindicatos), que no dudan en ejercer, para igualar cuando pueden o para trancar cuando no pueden nivelar a prepo.

En ese esquema, ¿de qué pueden hablar unos con otros? Pueden gritarse de cada lado de la grieta y agrandarla, día a día. Pero esa sinergia conlleva una sola incógnita: ¿qué lado de la grieta se perjudica más? La resultante siempre será negativa. Según caigan los dados, a veces castigará más el lado izquierdo, otras al derecho. Pero la sumatoria nunca será de mejores niveles de vida (que se componen de todos los elementos que hacen a la felicidad del ser humano: los materiales y, por encima de ellos, los espirituales).

Afirmando cada uno sus posiciones, confirmando las imágenes en blanco y negro de uno y otro lado y escalando en la competencia de agravios y discursos afiebrados, jamás podremos acercarnos a la tolerancia que está en la esencia de la Democracia (desde Locke) y de la convivencia, (desde quince siglos antes).

¿Cómo se hace para achicar la grieta?

No es fácil. No es algo mecánico, una fórmula a descubrir. Implica los esfuerzos propios a toda corrección de la conducta humana y exige, como primer requisito, la admisión del problema, el diagnóstico correcto, pero también, aceptado. Diagnóstico completo: el Uruguay se está agrietando y es por causa de muchísimos orientales, por activa y por pasiva. No basta con admitir la existencia del cáncer. Si pasamos enseguida a culpar del mismo a los otros. Hay que reconocer el problema y la culpa: la nuestra primero. Ejercicio que cabe fundamental (pero no únicamente) a “los de arriba”, partícipes del poder, político y de presión.

Y no es tema para mañana. La cosa se está poniendo cada vez peor. Abramos los ojos mirándonos primero a nosotros y luego a la Argentina, no porque seamos superiores, sino porque allí, la enfermedad está más avanzada.

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