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El relato de Putin

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MATÍAS CHLAPOWSKI
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Hasta hace poco, el denostado pacto Ribbentrop-Molotov, negociado en Moscú -entre Alemania y la URSS y finalmente firmado el 23 de agosto de 1939 con llamativa celeridad- era considerado como un acto de brutal y rebuscada perfidia.

Aparte de enunciar vacuos sentimientos de amistad ente sus pueblos, promesas de no agresión, deseos de cooperación, anuncios de compra de materias primas e intercambio comercial, el tratado contenía cláusulas secretas, por ejemplo y concretamente cómo se repartirían, entre ellos, Europa del Este y sus zonas de dominio e influencias.

Como primer plato estaba la invasión de Polonia. Por ahí comenzaron los alemanes, el 1° de septiembre y los rusos el 17 del mismo mes, al observar cómo reaccionaban los aliados (Gran Bretaña y Francia) quienes, aparte de declarar la guerra, no atacaron ni bombardearon el territorio del tercer Reich mientras los polacos abandonados a su suerte, debían luchar solos contra la agresión de ambos. (*) Ahora, muy suelto de cuerpo, Vladimir Putin ha justificado públicamente ese pacto a pesar que ese hecho desencadenó la segunda guerra mundial. Y para peor, culpa a los polacos de no haberse aliado con ellos y haber permitido la entrada de sus tropas en defensa de su frontera, en caso de un eventual ataque alemán.

También les achaca haber tenido relaciones pacíficas con Alemania antes de ser atacados y a sus aliados, de haber hecho el cataclismo inevitable. Termina afirmando que Rusia no le había sacado nada a Polonia.

Ocupado el territorio polaco, la URSS se apropió de las provincias del este de Polonia. (Esas tierras nunca volvieron a formar parte del país). Los primeros pasos fueron arrestar a docenas de miles de ciudadanos polacos: comerciantes, granjeros, industriales, profesores y maestros, profesionales, propietarios y ahorristas/rentistas, en fin, toda la carroña de la sociedad burguesa capitalista a los cuales añadieron unos ciento ochenta a doscientos mil soldados desmovilizados. (El PC polaco colaboró en esa faena). Estas pobres víctimas fueron “trasladadas” a Siberia en horribles condiciones, en trenes de carga y en largas marchas a campos de concentración, como esclavos. El total de la población extirpada del ceno de la sociedad sumó aproximadamente un millón y medio de personas. Muchos no sobrevivieron los trabajos forzados ni lograron resistir el cautiverio. Estos, no eran campos de exterminio, como algunos de los campos alemanes, pero la diferencia para los que murieron exhaustos, de hambre y frío o víctimas de terribles castigos, no era mucha.

Cabría recordar que unos veinte mil oficiales y policías fueron directamente asesinados entre abril y mayo de 1940 por la NKVD (**) la policía política. Después de ser deportados no se supo más nada de ellos hasta que el ejército alemán, mientras se replegaba de la Unión Soviética en 1943, descubrió por azar un gran número de fosas colectivas. Los primeros 4.400 oficiales fueron hallados en la foresta de Katyn, cerca de Smolensk, con las manos atadas con alambre atrás y con un balazo en la nuca. El ejército alemán denunció el hallazgo a la Cruz Roja y a las autoridades suizas, pero los rusos culparon a los nazis de este crimen si bien la documentación hallada en los cadáveres y otras pruebas forenses claramente indicaba que el exterminio había sido cometido por ellos.

La noticia tuvo un fuerte impacto en el gobierno polaco en el exilio en Londres que pidió una investigación. La reacción rusa no se hizo esperar. Stalin comunicó al embajador británico en Moscú que estaba harto del hostigamiento de los polacos fascistas en Londres y que, si no cesaban esas preguntas, firmaría un armisticio con Hitler. El Primer Ministro Polaco, el general Sikorski, confrontado con este terrible descubrimiento, decidió viajar a El Cairo, para hablar con Churchill, quien allí se encontraba. Llevaba consigo numerosas pruebas incriminatorias que habían sido trabajosamente obtenidas y que terminaron oportunamente para los culpables en las profundidades del mar. Su avión, que había hecho escala Gibraltar, apenas despegar se estrelló en el mar. Toda clase se suposiciones se han barajado sobre este sospechoso accidente. Los aliados, incluidos ya los EE.UU. no querían ni oír de este espinoso asunto. Los rusos siguieron negando su autoría. Durante los juicios de Núremberg, finalizada la guerra, los fiscales soviéticos trataron de culpar a los nazis de esa masacre, sin éxito. Inclusive construyeron un monumento a las víctimas de Katyn, atribuyendo el crimen a los alemanes.

Recién a fines de 1992, durante el gobierno de Yeltsin, se hicieron públicos los documentos donde consta que la masacre fue ordenada por Stalin y refrendada por el Politburó. Lamentablemente tampoco fue la única matanza. Por eso hay que recordar hechos como este cuando se leen declaraciones mentirosas o se lanzan campañas de desinformación como la actual.

Rusia continúa tratando de aislar a Polonia y tensar sus relaciones con el resto de la UE e inclusive con Israel. El estilo y sesgo político del actual gobierno polaco no ayuda. Tampoco es el único país que está en su mira. Grandes son las ambiciones de V. Putin.

Cabe resaltar que el primero de setiembre del año pasado, en el ochenta aniversario de la segunda guerra mundial, Alemania pidió perdón a Polonia por las víctimas causadas en ese conflicto bélico y el Parlamento Europeo aprobó una resolución ratificando estos conceptos. El documento resaltaba la importancia de la memoria histórica europea, culpando al Pacto Ribbentrop-Molotov y los protocolos adjuntos de ser los causantes del comienzo de la cruenta conflagración.

Es interesante hacer notar que ni la Unión Soviética, ni la Rusia de hoy hayan reconocido su responsabilidad o hayan pedido disculpas por sus atrocidades.

(*) GB y Francia no se declararon en guerra con la URSS a pesar de que los rusos también la invadieron. No formaba parte del pacto.

(**) Antes CHEKA, GPU y luego KGB. Ahora se llama FSB.

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