En estos días se estrenó “No direction home” una película en homenaje a Bob Dylan, cantante americano que avizoraba la concreción de nuevos tiempos. Y de hecho ese homenaje no es aleatorio porque estamos viviendo nuevos y dinámicos tiempos.
La asunción de Trump configura un quiebre en la política exterior radical, rompiendo incluso con el orden establecido por los Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial y con su reconfiguración pos caída del muro de Berlín.
Para las naciones americanas esto es fundamental para entender nuestro camino y nuestro claro objetivo en el mundo. Luis Alberto de Herrera en la Misión Ponsonby plantea que las naciones americanas fueron forjadas bajo el influjo, la forma y las necesidades del Imperio Británico. Y esto es retomado luego por Methol Ferré, el cual explica en el relacionamiento de las distintas naciones sudamericanas en su pobre integración y en su integración directamente con la metrópoli británica.
El contacto en vez de ser entre sí en procesos de integración se dio en el eje Nación-Londres. Esto se estableció durante la Pax Britannica y luego el eje anglo fue legado por Washington en los Estados Unidos bajo la Pax Americana.
Pero con la política establecida ya en el 2016 por Donald Trump y ahora reafirmada en su segundo mandato, el gobernante estadounidense plantea en su visión un mundo multipolar con tres ejes claramente marcados que son Washington, Moscú, Beijing a los cuales se le suman otros jugadores importantes como pueden ser la India y Arabia Saudí entre otros.
En este repliegue estratégico americano en el cual la comunidad internacional se ve destrozada en ámbitos como por ejemplo la OMC, entre otros organismos internacionales, hace que el comercio internacional para naciones pequeñas como la nuestra, negociar con el mundo sea duro.
Entonces la integración regional en espacios como el Mercosur adquiere una relevancia fundamental.
Pensar que el mismo es un lastre, solo porque complica los acuerdos bilaterales de libre comercio es una estrechez de visión.
Porque estamos insertos en una cuenca en la cual tenemos desafíos, pero también muchas oportunidades.
Si se quiere la libre importación de combustibles, una conexión directa tanto con Argentina como con Brasil, para la obtención de energía barata es algo fundamental.
Lo caro de la canasta básica de bienes de consumo importados, podrían ingresar libremente con una homologación de estándares sanitarios a nivel Mercosur, esto haría descender enormemente el costo de la canasta básica. El Uruguay con Sao Paulo y Buenos Aires en la región, nunca va a ser un polo de producción de dichas manufacturas (que dicho sea de paso, todos los uruguayos compramos en el Chuy, incluso los gobernantes).
Mantener dichas barreras solo ahondan más la insostenibilidad del desarrollo de los ciudadanos en el Uruguay. Energía barata y bienes de consumo diario son claves para el desarrollo económico y demográfico del Uruguay.
Esto permitiría al Uruguay enfocarse en las áreas donde es más competitivo, desarrollar una agroindustria más eficiente, algo fundamental para un mundo en reconfiguración, pero también apuntar a la integración regional con el cambio tecnológico. Uruguay es de los países donde se exporta más software y tejer las redes regionales en las cuales los sistemas informáticos uruguayos mejoren la productividad de los procesos productivos de la región, es un plus.
También a nivel de seguridad en el combate al narcotráfico en clave de cuenca, con una mayor coordinación a nivel Mercosur de todas las policías, cooperando entre ellas. Sobre todo en las ciudades situadas en la hidrovía como Asunción, Rosario y Montevideo.
Entender al Uruguay como parte de un sistema de cuenca del Plata es crucial para su viabilidad, un país económicamente estancado, demográficamente en una situación compleja, su futuro no se ve nada prometedor. Con riesgo incluso de su viabilidad como proyecto político si no se inserta en la región.
No podemos darnos el lujo de enfrascarnos en diferencias políticas circunstanciales, sino ir en una dirección de integración. Y es el Uruguay quien tiene la responsabilidad como fiel de la balanza de dar el primer paso en los primeros dos aspectos mencionados.
Se entiende que se vea como un lastre desde el lado estrictamente comercial o incluso desde el aparataje burocrático de la forma de gobierno del Mercosur. Pero si algo tiene que entender la clase política uruguaya es que más que un lastre es una oportunidad, que no es un club político de amigos/enemigos circunstanciales sino una opción de viabilidad para el Uruguay.
Nuestra clase política tiene que ponerse en forma y entender el nuevo mundo y la nueva problemática.
Si algo nos enseña Lord Palmerston es que las naciones no tienen ni aliados ni enemigos, sino que tienen intereses comunes y su deber es seguirlos. Como dijo Dylan es mejor nadar que hundirse como una roca, porque los tiempos están cambiando.