Una importante definición de ciencia política acerca de nuestros partidos es que son “catch all”, es decir, atrápalo todo. Esto quiere decir que, en vez de quedar atados a una ideología determinada que condiciona su agenda de propuestas y sus énfasis discursivos, expresan diversos puntos de vista y hasta ideologías con matices importantes. Todas conviven en el mismo aparato partidario.
Esta forma de ser los ha puesto en el centro de la política del país, ya que así alcanzan a toda la población, tanto geográficamente como en su estructura de clases sociales. Son pues representantes y portavoces de distintos intereses, incluso por momentos contrapuestos. El Partido Colorado en este sentido fue en el siglo XX excelente ilustración de un partido atrápalo todo: las diferencias entre la lista 15 y la lista 14 no fueron solamente por cuestiones de liderazgos, por ejemplo, sino que también había distintas concepciones de políticas públicas a ser aplicadas. A pesar de ellas, todos eran colorados. Al momento de votar, con el arbitraje del apoyo popular, se definía qué corriente y qué perfil terminaba siendo el mayoritario para implementar una acción de gobierno que, de todas maneras, debía de contemplar también a los sectores partidarios minoritarios de manera de cohesionar una mayoría parlamentaria.
Toda esta forma de estructurar partidos, sectores y disensos, que requería de una gran capacidad en los elencos negociadores, fue duramente criticada desde la intelectualidad de izquierda y en tiempos de crisis económica. Se entendía que el asunto del atrápalo todo terminaba traicionando a la voluntad popular. Para el caso de 1989, la crítica llevaba este tono: “Ud. vota por el socialdemócrata Zumarán a la presidencia, y termina ganando el neoliberal Lacalle Herrera”. Y lo importante es que caló hondo: la reforma de 1997, con su elección interna y su candidatura única presidencial por partido, se pensó para disciplinar a los partidos; darles coherencia discursiva; y favorecer así la gobernabilidad de todo el sistema.
Ocurrió empero algo tan imprevisto como formidable. Mientras los partidos tradicionales actuaron de manera de entrecerrar su abanico de opciones internas, quien adoptó radicalmente el modelo del abanico atrápalo todo fue el Frente Amplio (FA) -hay que reconocer allí el protagonismo de la vieja formación estratégica, de filiación blanco-herrerista montevideana de los años 1950, de José Mujica-. La izquierda creció electoralmente en este siglo XXI gracias a que usó un instrumento adaptado a la forma histórica de concebir la política en el Uruguay: se transformó en una coalición catch all amplísima. Y en octubre de 2024, el que dentro del FA adoptó esa receta fue el MPP, y por eso arrasó en la interna izquierdista.
La lógica de la Coalición Republicana es un abanico que puede hacer crecer a los partidos que la conforman y sumar nuevos actores. Para ello, blancos y colorados deben asumir que sus pasados de potencias electorales ocurrieron cuando fueron atrápalo todo. En concreto, eso implica convivir sin dramas con matices ideológicos internos bien amplios, tanto dentro de cada partido como de la propia coalición. El misterio del abanico, que permanece oculto, es por qué, sabiendo todo esto, no lo implementarían a futuro.