¿El anti-sistema avanza hacia la presidencia de Colombia? Lo que logró llegar al ballotage, desplazando a la dirigencia tradicional ¿es el anti-sistema?
Que se esté hablando de la irrupción del anti-sistema en Colombia por el resultado de la primera vuelta, quizá prueba la banalización del término. Un uso más profundo de ese concepto que comenzó a crecer desde la última década del siglo pasado, debiera ir más allá de los autoritarismos y de los liderazgos que no surgen de las fuerzas políticas tradicionales. Por supuesto que, en los sistemas democráticos, todo autoritarismo es enemigo de las reglas y la institucionalidad. Pero no todo liderazgo anti-sistema es autoritario y, por ende, negativo.
En las democracias, el anti-sistema es el autoritarismo de izquierda y derecha, que es un liderazgo negativo y retardatario; pero también hay un anti-sistema positivo y superador: el liderazgo que se sitúa por fuera de la dicotomía izquierda-derecha.
Que Gustavo Petro sea izquierdista y que Rodolfo Hernández no pertenezca a ninguno de los partidos tradicionales, no significa que sean anti-sistema. Al menos hasta ahora, ninguno de ellos ha propuesto desarticular las reglas de la democracia liberal y la pulseada en la que dirimen el futuro del gobierno se da en el escenario de la dicotomía que siempre ha gravitado sobre la política en Colombia.
Hoy nadie duda de que, en la segunda vuelta, se enfrentan la derecha y la izquierda.
El de Petro es un discurso medianamente aggiornado de izquierda, mientras que el de Hernández es un discurso tumultuoso, impreciso, simplificador, que habla casi exclusivamente de corrupción. No es un discurso populista, ni autoritario ni anti-sistema; es un discurso confuso y superficial.
Un gran ejemplo de esa especie política tan mentada en este tiempo, apareció precisamente en Colombia, pero no ahora sino en la década del noventa: Antanas Mockus.
Cuando ese filósofo y matemático saltó de la dimensión académica al escenario político, fue una genuina expresión de la versión positiva del anti-sistema.
En esa misma década, hubo en Latinoamérica otra señal del fenómeno político que años más tarde se mundializaría. En Perú, el decano de una facultad de Agronomía ingresaba a la política como candidato a presidente y, con un discurso novedoso, derrotaba a la clase política tradicional y a la celebridad literaria que la centroderecha llevó como candidato: Mario Vargas Llosa.
Hasta el momento, la política peruana en democracia había transitado entre el conservadurismo liberal de Acción Popular, el partido de Fernando Belaunde Terry, y la centroizquierda del Partido Aprista. Quien dio vuelta la página fue el ingeniero agrónomo que trabajaba en la Universidad Agraria, Alberto Fujimori.
Belaúnde Terry también había sido decano de una facultad, la de Arquitectura, pero provenía de una familia con tradición política y desde joven actuó en la vida partidaria. En cambio Fujimori no venía de la política y sus mensajes lo diferenciaban. Fue la primera irrupción de la anti-política en América Latina y derivó en un autoritarismo oscuro y criminal.
La contracara fue el anti-sistema que representó Antanas Mockus cuando ingresó al escenario político. Este rector de la Universidad Nacional y miembro fundador de la Sociedad de Epistemología, con sus doctorados y maestrías en universidades colombianas y extranjeras, introdujo un ángulo distinto de enfoque a la política y la sociedad.
Todo era extraño para la política colombiana. Desde su nombre lituano, Aurelijus Rutenis Antanas Mockus Sivickas, hasta su forma de hablar y sus ideas. También tuvo políticas novedosas como alcalde de Bogotá y como senador, hasta que el mal de Parkinson lo sacó de la política.
Más allá de si tuvo o no tuvo éxito, ese filósofo y matemático representó en su momento la irrupción de algo verdaderamente ajeno al sistema de políticos imperante.
No es el caso, al menos hasta ahora, de quienes disputarán la presidencia en el ballotage. De momento, lo que se percibe es que la opción en las urnas es izquierda o derecha. Y aunque la izquierda no haya ocupado nunca la cúspide del gobierno, la dicotomía izquierda-derecha es en sí misma el sistema.