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Diseñar instituciones

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PABLO DA SILVEIRA
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Una de las tareas centrales de quienes ejercen tareas de gobierno es diseñar instituciones. Llevadas a lo esencial, las instituciones son sistemas de reglas que nos ayudan a procesar las decisiones y conflictos colectivos.

Por eso es tan importante diseñarlas con cuidado. Cuando las instituciones fallan, entramos en el terreno de la imposición del más fuerte y de los enfrentamientos descontrolados.

Una primera condición para diseñar buenas instituciones es hacerlo con sentido de permanencia. No es que debamos asumir que las instituciones que vamos a crear durarán para siempre. Lo más probable es que sean modificadas muchas veces, y eventualmente sustituidas. Pero no es buena práctica usar el diseño institucional para resolver problemas coyunturales, ni mucho menos para favorecer (o perjudicar) a personas o grupos específicos. Las instituciones creadas ad hoc no ofrecen ninguna garantía de ser buenas a mediano plazo.

Tratándose de instituciones públicas, una segunda condición es respetar el diseño general del Estado. El orden jurídico tiene su lógica y sus principios generales. El uso de ciertos dispositivos (como la estructura orgánica de los ministerios o la exigencia de mayorías especiales en el Parlamento) no se hace de manera discrecional, sino siguiendo algunos criterios que es bueno respetar para dar coherencia al conjunto. Si cada decisión de diseño institucional se toma sin tener en cuenta todas las demás, más tarde o más temprano vamos a hundirnos en la confusión y la imprevisibilidad.

Una tercera condición siempre importante es analizar con cuidado las estructuras de incentivos que estamos creando. Dicho de manera sencilla, los incentivos son los estímulos y desestímulos que están incluidos en cualquier sistema de reglas. No se trata de algo que necesariamente sea dicho de manera explícita, sino, más frecuentemente, de señales implícitas que son percibidas por los actores.

Analizar los incentivos es esencial porque, de manera general, las personas tendemos a ajustar nuestro comportamiento en función de ellos. Si un sistema de reglas premia la antigüedad más que la innovación, es altamente probable que la mayor parte de quienes deban actuar en ese marco se dediquen a durar y no a innovar. Si un sistema de reglas crea la oportunidad de que un grupo de interés lo capture para hacerlo funcionar en su propio beneficio, es altamente probable que, más tarde o más temprano, eso termine por ocurrir. Puede que esta tendencia no hable muy bien de nosotros mismos, pero esa no es una razón para ignorarla. Y de hecho, el buen diseño institucional no lo hace. Por eso existen la contraposición de intereses, los controles y los equilibrios.

Toda esta complejidad recomienda que seamos parsimoniosos a la hora de embarcarnos en debates sobre diseño institucional. A muchos nos gusta tener opiniones sobre estos temas, pero tener opiniones fundadas exige reflexión y estudio. Y las repuestas casi nunca son obviamente equivocadas ni obviamente correctas. Por eso, si alguien que ha mostrado tener sentido de permanencia, respeto por el orden jurídico y capacidad de razonar en términos de incentivos nos hace una propuesta que a primera vista nos parece equivocada, no es mala idea darle un crédito y preguntarnos cuáles son las razones que pueden estar detrás de esa opción, y por qué se han desechado otras.

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