Debatiendo sobre Margaret Thatcher

El resultado de la elección argentina del próximo domingo no puede preverse. Lo que está claro es que hay una distancia abismal entre la calidad estratégica de las campañas de ambos candidatos.

Hace unas semanas apunté que la imagen trasmitida por Massa y Milei, cuando fueron elegidos para el balotaje, fue absolutamente antitética. Los festejos mostraron a un Massa llamando a la unidad nacional y al “abrazo”, con una bandera argentina detrás, y a un Milei que vociferaba contra “la casta”, incapaz de comprender que desde ese momento debía apelar a los votantes de la adversaria a la que tanto había insultado.

El debate televisivo del domingo hizo más notoria la inquietante diferencia entre el amateurismo de uno y el profesionalismo del otro. En años de ver debates, no creo recordar ninguno donde uno de los contendientes demostrara tan escasa preparación para dicha instancia.

Sobre la base de que no hay mejor defensa que un buen ataque, Massa arremetió contra su adversario pidiéndole explicaciones “por sí o por no” de sus múltiples dichos. En lugar de contraatacar, Milei se metió solito en ese corral de ramas y se puso a responder cada pregunta, como si fuera un alumno que se las revuelve ante el docente en el examen oral.

Cuando a los directores técnicos de fútbol les toca jugar contra un equipo difícil, tengo entendido que se dedican a mirar partidos anteriores de ese cuadro para develar sus tácticas. Se ve que los asesores de Milei no hicieron lo mismo, porque ya se sabía que el comando de Massa estaba integrado por los expertos brasileños que trabajaron para Lula, y el actual presidente de Brasil usó exactamente la misma fórmula contra Bolsonaro en un recordado debate preelectoral.

Da la sensación, mirando de afuera lo del domingo, que lo único que preocupó a los asesores de Milei fue que su candidato no se saliera de las casillas. Tanta mesura obró en su contra, porque su principal misión era dejar en claro a votantes de otros partidos e indecisos que él representa el cambio y Massa la continuidad, algo obvio pero que quedó totalmente desdibujado. ¿Puede haber algo más insólito que el actual ministro de Economía de un país en llamas formule en su publicidad que “El cambio se construye con trabajo”?

El momento más delirante fue cuando Massa le tiró a Milei el nombre de Margaret Thatcher.

¿Era necesario que el desafiante argumentara por qué la elogió? ¿Lo era que comparara la derrota de la guerra de las Malvinas con los cuatro goles que le hizo Alemania a la selección argentina en un Mundial? ¿No tuvo Milei a nadie al lado que le explicara que cuando te lanzan con eso es para desacomodarte y que tu respuesta debe ser contrapreguntar, reubicar el foco en los mil deméritos que tiene tu adversario como ministro de un gobierno tan desacreditado?

Como hace el boxeador, el debatiente siempre elegirá el corte sangrante de nuestro rostro donde pegar repetidamente para desestabilizarnos. ¡Y vaya si Massa golpeó en todas y cada una de las heridas expuestas de Milei! Después del desastre, no había lugar para quejarse de los tosidos del público ni para ufanarse por no haberse enojado. La instancia del debate es una oportunidad principalísima para mostrar en los hechos la condición de estadista. No puede librarse al azar.

Hay una carencia muy habitual en ciertos asesores de imagen a la moda. Suelen creer que lo importante de un candidato es que luzca prolijo, respondiendo a un canon de corrección que nada tiene que ver con las demandas del votante. En Uruguay fue dos veces presidente un político con cejas extremadamente largas. Nunca se las recortó, sabedor de que la gente no vota por una característica fisonómica sino por su capacidad percibida para liderar el país. En lo que respecta a los debates, se dice que en 1960 Kennedy le ganó a Nixon porque usaba un traje más claro y estaba mejor maquillado. Una tontería. La victoria en una instancia de estas se da por lo conceptual y a la vez por la convicción que demuestra el candidato en la defensa de sus argumentos: por la seguridad que trasmite, que no es otra cosa que un correlato simbólico de la que exhibirá si llega a ejercer la presidencia.

El resbalón de Milei no necesariamente lo condena a la derrota electoral, porque habrá que ver hasta qué punto los argentinos están dispuestos a perdonárselo, en su hartazgo del kirchnerismo.

Pero es una muy buena advertencia para los candidatos que se medirán en nuestro país el año que viene. Hay que entender y aplicar las reglas de la retórica. Comprender a qué público se dirigen y hablarle de manera que este comprenda y empatice. Nunca dejarse arrinconar por el adversario, intentando vanamente responder cada una de sus críticas, sino a la inversa. En suma, el candidato debe tener bien claro lo que en la teoría de la propaganda se llama objetivos de comunicación: qué quiero decir y qué quiero lograr con lo que digo.

Las buenas intenciones importan, pero sin una estrategia solvente y aplicada con rigor, quedarán en eso, en meras intenciones.

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