Perdimos la elección. Y perdimos bien. Ahora a bancar y reflexionar. Con actitud estoica, esa de la que hablaban Séneca, Epicteto o Marco Aurelio y que establecía que la aceptación era la clave de la felicidad y el progreso, pero sin resignación pasiva. O sea, el estoicismo habla de aceptar pero también enfocarse en aquello que está en una órbita de control. Así que el análisis debe ir acompañado de acciones, con menos gritos a la tribuna y más vestuario.
Es maravilloso leer rápidos diagnósticos y soluciones la misma noche del domingo o el lunes de mañana. De por qué perdimos, por qué motivos sí y por cuales razones no. Es gratificante ver gente más inteligente que uno encarar estas situaciones. Yo van dos semanas y tengo aún más preguntas que cuando cayó ese número impactante que le dio el triunfo al Frente Amplio.
Me siento como un médico intentando encontrar un diagnóstico (que es una tarea compleja) para luego recién ahí encarar la tarea de encontrar y ejecutar un tratamiento (que es aún más complejo). Por eso me resulta increíble que haya gente que tenga todo tan claro con el cuerpo aún caliente. Tal vez los problemas radiquen en parte en el simplismo y en la soberbia intelectual de creer que se las saben todas y creer que todo es sencillo.
¿Cómo saber cuál es el camino si no sabemos cuales fueron los errores? Es una obviedad lo que planteo, lo sé. Pero pareciera que no está demás la obviedad en estos días. Porque para un barco sin rumbo cualquier viento es el correcto, y hay que encontrar un rumbo. No a los ponchazos ni para cumplir, en profundidad y con criterio, con autocrítica humilde, sin llevarla a la antropofagia política de salir con el dedo acusador a buscar culpables.
Gobernar no implica no hacer política. A veces se incurre en el error de creer que son excluyentes. Y probablemente quienes incurren en ese error son quienes obviamente tampoco harán política en los próximos tiempos de oposición. Si hay quienes no estuvieron en las maduras, nada hace pensar que estarán en las verdes. Hay quienes no entendieron que el mayor compromiso que se puede tener con el gobierno es el compromiso de acción con su continuidad. Gobernar de manera de seguir gobernando.
No me quiero poner existencialista ni jugar al Jean Paul Sartre, pero ¿qué somos políticamente?, ¿qué significamos?. Transmitir gestión no es lo mismo que transmitir política. La Política es valores, principios, sueños, ideas. No solo son números, estadísticas y gráficas.
Hay que tener una causa, clara, definida. Que la gente sepa quienes somos por lo que defendemos, sin tener que explicarlo. Que emane del corazón más que de la razón.
Hay que tener vocación de gobierno, no de oposición. Gobernamos, pero no ganamos. Eso implica reconocer que la causa común y la orgánica política están por encima de los egos y las veleidades personales, requiere la humildad de reconocer que somos un eslabón parte de una misión mayor que nos trasciende. Y que quienes tienen que dar esa batalla se enamoren más de la causa que de ellos mismos.
Los próximos tiempos requieren liderazgos incuestionables. La reconstrucción de la coalición o la construcción de una nueva entidad solo la puede comandar alguien con una espalda política enorme y una ascendencia social inobjetable, y ese es Luis Lacalle Pou.
Ojalá asuma como senador, y desde ahí lidere a la oposición y su nueva orgánica, que debe reconfigurarse sin dudas, en sus formas y sus contenidos.
Luis Lacalle Pou como presidente supo y sabe lo que somos. Y por eso su enorme aprobación ciudadana.
El desafío está en colectivizar ese capital político. Que trascienda lo personal para serlo de un colectivo, o mejor aún de una idea. Que sean los principios y el contenido los que hagan carne. La forma se dará de manera inevitable si sabemos lo que somos y lo que representamos.
La tan mentada batalla cultural tiene mil caras y ninguna definición clara. Pero probablemente una de las que más erosiona es la de la capacidad de etiquetar (estigmatizar) que tiene la izquierda. Si son ellos quienes nos definen, ya perdimos de arranque.
Nos debemos definir, pero para eso debemos conocernos primero y reconocer nuestras virtudes, nuestros defectos, nuestras crisis y nuestras oportunidades.
Hace muchos años, allá por el 2008, participé en el libro Crisis de la Democracia con Ignacio de Posadas y Tomás Teijeiro, y en un capítulo que escribí llamado “Populismo versus democracia” reflexionaba sobre la capacidad de la izquierda para generar relatos utilizando una estrategia de “vender el paraíso mientras se habla de un infierno”. Hoy, dieciséis años después sigue igual o más vigente aún. Y ahí está la madre de las batallas, contra los relatos infames y mentirosos.
Los políticos nos acostumbramos a ser resilientes y empujar permanentemente. Son muy pocos los que se quedan llorando sobre la leche derramada. Frente a un revolcón nos sacudimos la tierra, levantamos la cabeza y seguimos batallando. Pero cuidado que a veces sin darnos cuenta esa vorágine nos puede hacer caer en el campo de la negación. La pausa para la reflexión debe existir. La que emana de la humildad, no la automática, no la reflexión de bolsillo que se saca para salir del paso de forma autocomplaciente.
Borges decía que la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce. Seamos dignos, pues. Sin enfrentamientos que nada aportan y que son más del ego que del alma. Seamos, como decía Wilson Ferreira, un partido no de uno contra otro sino de todos juntos a favor de la Patria.
Seamos dignos, seamos estoicos.