Poco a poco -o no tan poco a poco- la vida política de nuestro país va adquiriendo una coloratura pre electoral. Coloratura significa elaboración de la melodía. En concreto: los políticos se van tornando candidatos, sus discursos se van vistiendo de compromisos y de promesas. Se dibujarán paisajes de lo que estaría faltando al país y de lo que ellos harían si resultan electos. La lista de todo eso tendrá los consabidos capítulos referidos a la obra pública, la educación, economía, salud pública, etc. Está bien. Pero, por lo que se ve, faltará en esa lista un ángulo de visión determinante. Ese ángulo de visión, que incide en todos los capítulos habituales, es: el Uruguay actual es un país dividido.
Cuando Luis Lacalle Pou era candidato a la Presidencia solía reunir a sus dirigentes de todo el país en la ciudad de Trinidad para un congreso anual. Allí, en una de esas ocasiones, dijo unas palabras que me impresionaron, conservé anotadas y reproduzco a continuación: “Un gobierno para un país dividido, que quiere dejar atrás una cantidad de cosas sin dejar por el camino un pedazo de país, ha de ser un gobierno que no esté sordo a ninguno de los reclamos, pero es consciente de que no puede hacer jugar el uno contra el otro”. (Trinidad, 2-XII-2018). Exhorto al sacrificado lector a leer dos veces esa frase.
La forma en que los candidatos -cualquiera de los candidatos- se coloque en relación con los otros candidatos y a los otros Partidos será reveladora de la visión que tiene -consciente o subconscientemente- sobre este país dividido que quiere efectivamente dejar atrás un montón de cosas, pero sin dejar por el camino un pedazo de país.
Y digo más: el candidato que en su discurso electoral utilice la división, la haga funcional a su discurso y agravie e insulte a los demás, ese candidato estará mostrando que sabe de antemano que perdió, que no tendrá que asumir el manejo de un país dividido. En la abundante literatura sobre política se puede encontrar el llamado teorema de Baglini. Dice así: “Cuanto más lejos se está del poder más irresponsables son los enunciados políticos: cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven”.
En el panorama actual, en las circunstancias que operan en el mapa político del país, la ciudadanía -sobre todo la llamada ciudadanía independiente, que es la que define los resultados electorales- se fijará en dos cosas, en dos condiciones esenciales para gobernar al Uruguay de hoy.
Una de esas condiciones es la disposición a la formación de acuerdos políticos, antes que cualquier preocupación por marcar una identidad construida sobre el énfasis en las diferencias.
La otra condición que, como la anterior, identificaría a los candidatos más aptos para gobernar al Uruguay actual será una demostrada destreza para articular coaliciones de gobierno y funcionar en coalición.
Los compromisos y las promesas electorales de todos los candidatos van a contener, como dije, lo que es habitual para cualquier época y circunstancia: planes económicos, de educación, salud, obra pública, relaciones internacionales, etc. Pero si a todo eso no se agregare explícitamente compromisos referidos tanto a atender la división del país como a un necesario e ineludible futuro gobierno de coalición, serían propuestas incompletas, rutinarias, sin visión de la realidad. Conciliación y coalición no pueden faltar en el discurso de un candidato creíble.