Chinchulines y religiones

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Una de las buenas cosas que ocurrieron este año fue que el Parlamento no aprobó el torpe proyecto de ley sobre “feriados de las minorías religiosas”. Se trataba de una iniciativa que, con el pretexto de defender derechos humanos y libertades religiosas, buscaba que “aquel para quien no trabajar o no concurrir al centro educativo en un día de precepto de su religión es fundamental” no lo hiciera, y que compensara “dicha ausencia con horas o días concurriendo en otra oportunidad”, tal como argumentó la senadora blanca que lo defendió con vigor.

Un viejo dicho inglés dice que, si no está roto, no lo arregles. Este proyecto razonó en contrario. Supuso que aquí, hoy no somos lo suficientemente protectores de los derechos humanos en cuanto a libertades religiosas y que entonces es necesario legislar al respecto aprobando estos feriados. La verdad es que ese diagnóstico sobre la realidad del país es un disparate. Y que me ne frega el conjunto de sandeces internacionalistas à la carte que lo inspiran y que son presentados como argumentos de autoridad.

El principio de laicidad abstencionista es sabio: el Estado uruguayo se abstiene de sostener religiones y el espacio público -la escuela, el trabajo, la plaza, etcétera- no es un lugar en el que la convicción religiosa particular deba ser privilegiada en desmedro de las convicciones de los demás ciudadanos, que incluyen, claro está y por ejemplo, las de los ateos (o las de los adoradores del chinchulín, título de mi editorial que trató este tema en julio pasado). Quien defendió esa laicidad abstencionista fue Washington Beltrán (blanco) en la constituyente de 1917. Desde aquel entonces, inspira al artículo 5 de nuestra Constitución: “todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay. El Estado no sostiene religión alguna”.

Que lo religioso pasara a primar sobre la abstención provocaría varios problemas: ¿quién definiría si tal religión es legítima como para pedir licencia al trabajo por una razón basada en alguno de sus preceptos fundamentales? Si adhiero a una que me impone viajar todos los viernes a Punta del Este a meditar, ¿no trabajo más los viernes entonces? El ministro de educación, sabio, en su momento señaló que sería un error indexar una especie de lista de religiones con sus respectivos adeptos.

Pretender defender un derecho que no es atacado por nadie; adherir a argumentos internacionalistas que de ninguna manera atienden ni entienden la especificidad uruguaya, que resolvió hace más de un siglo estos asuntos de forma ejemplar y con éxito rotundo; rasgarse las vestiduras por la defensa de la libertad individual, sin valorar lo suficiente que para el caso religioso ella existe en su más amplio sentido al interior de los templos, es decir, en el ámbito privado, pero que debe resguardar una abstención tolerante en el ámbito público, es pretender arreglar un problema que no existe y es sostener una agenda política alejada de las preocupaciones del país.

Cada tanto, desde tiendas prorreligiosas que ocupan lugares políticos, con la afirmación desusada de que somos un país laicista y no laico, se ataca nuestra laicidad abstencionista. Llega el verano: que tales fanáticos disfruten de sus vacaciones en paz y dejen al resto disfrutar de sus asados con chinchulines.

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