Luciano Álvarez
En la escuela y el liceo, el épico relato de las invasiones inglesas se apareaba con las frecuentadas matinés y las novelas de Emilio Salgari. ¿Cómo olvidar "La muy fiel y reconquistadora", el cobarde Sobremonte o los ingleses Home Popham (pronúnciese Jom Pópam, nos advertía H.D.), Auchmuty, Whitelocke o Beresford? Fue este último nombre el que me sorprendió al asomarme al libro "Uruguay, un destino incierto", de Jorge Otero Menéndez. Este autor asegura que no habría sido Carlos Frederico Lecor el hombre destinado a entrar en Montevideo al frente de las tropas portuguesas, en enero de 1817: "Lo hace él y no otro por un acto de prudencia del embajador británico en Río de Janeiro. Quien se encontraba pronto para desempeñar dicha tarea era […] William Carr Beresford (1768-1854)". ¿Qué hacía por estos lugares once años después de aquellas fracasadas invasiones? Entonces me dije que valdría la pena rastrear su peripecia.
William Carr Beresford nació en 1768, hijo bastardo del marqués de Waterford. Para asegurarle un cierto porvenir su padre lo hizo ingresar a la carrera militar. Durante tres décadas sirvió en el ejército británico alrededor del mundo y peleó con bravura. En las guerras napoleónicas, siendo ya un oficial de alta graduación, no eludió los combates cuerpo a cuerpo; en Salamanca encabezó una carga de caballería que detuvo un contraataque francés, pero fue gravemente herido. Alto, corpulento y cabezón, su apariencia siniestra era resaltada por la falta del ojo izquierdo, arrebatado por un balazo.
Su primer destino fue Canadá; luego teniente coronel en la India y coronel del 88º regimiento en una expedición a Egipto (1801), al mando de Sir Home Popham, otro personaje singular: militar, científico, político y activo comerciante que no siempre actuaba dentro del marco de las leyes y la honradez; todo a un tiempo. En 1803 Popham se relacionó con el venezolano Francisco Miranda -a través del primer Ministro William Pitt- y prometió apoyarlo en la independencia americana.
En la referida campaña de Egipto se encontraron por primera vez Popham, Beresford, David Baird, y Samuel Auchmuty. Los cuatro intervendrían juntos, poco tiempo después, en la ocupación de Sudáfrica y en la invasión al Río de la plata.
Consolidada la ocupación de la antigua colonia holandesa de El Cabo (1806), entró en escena William White, un comerciante y negrero norteamericano radicado en Buenos Aires con el que Popham había hecho negocios. Le propone asaltar el tesoro del Virreinato del Río de la Plata. Con el apoyo de Baird, nombrado gobernador del Cabo y Beresford como Jefe de expedición, 1.600 hombres se dirigieron hacia Buenos Aires y la ocuparon el 27 de junio de 1806. White tenía razón; se hicieron de un botín de seis toneladas de pesos de plata. Luego de distribuir lo que les correspondía según el régimen de presas vigente, fletaron cinco toneladas hacia Londres, que las recibió el 17 de septiembre de 1806 y las hizo desfilar en ocho carros, cada uno con seis engalanados caballos de tiro.
El resto no sucedió como esperaban. Solo una mínima parte de la población les trató como libertadores y la ocupación apenas duró 46 días. El 12 de agosto Beresford debió rendirse ante las tropas traídas por Liniers desde Montevideo, mientras Popham se hizo a la mar con la flota en busca de nuevos refuerzos, dejando 1500 prisioneros.
Detenidos en Luján, Beresford y sus principales oficiales, vivieron una larga vacación. Pasaban su tiempo cazando o en partidos de cricket y tenis. Algunos vecinos se quejaron, puesto que cuando una pelota caía sobre los techos, los ingleses solían romper las tejas al intentar recuperarlas. También afianzaron útiles relaciones.
El 3 de febrero de 1807 una nueva flota inglesa tomó Montevideo. Beresford y otros oficiales pudieron fugarse mediante una operación de la que participaron los hermanos Rodríguez Peña, Juan José Castelli, Hipólito Vieytes y Antonio Luis Beruti, todos futuros próceres; también el cochabambino Manuel Aniceto Padilla, luego redactor de The Southern Star en Montevideo. Londres les retribuyó convenientemente.
Ya en Montevideo, Beresford decide abrirse de la aventura platense y se embarca rumbo a Europa; antes envía una carta a Liniers donde le dice que se había evadido, violando su palabra de honor, "con la esperanza de poder hacer algo útil para ambas partes y evitar en lo posible los horrores de la guerra" y le aseguraba "… que no obstante todo lo sucedido, trabajaría para el bien de Buenos Aires...".
En 1808 está en Lisboa a las órdenes de Arthur Colley Wellesley, a quien la historia conocerá como el duque de Wellington; se convirtió en su jefe de confianza y alcanzó el grado de Mariscal. El teniente coronel José de San Martín estuvo entre sus oficiales. Encargado de la reorganización del ejército portugués, se mostró como un administrador enérgico, moderno, eficaz y severo. Pero llegó más allá. Con la corte instalada en Brasil, Beresford se convirtió en el verdadero gobernador de Portugal. En ese carácter preparó a Carlos Frederico Lecor, para extender el dominio portugués hasta las riberas orientales del Uruguay y el Plata. En 1817 está en Brasil, en 1820 Joao VI lo reenvía a Portugal con todos los poderes, pero la revolución liberal de Porto (agosto de 1820) frustra sus proyectos. En octubre se le impide desembarcar en Lisboa y decide regresar definitivamente a Londres. Ahora es inmensamente rico y luce títulos de vizconde, barón, marqués y duque. En cambio sus hermanastros habían dilapidado su fortuna y Beresford pudo comprar todas las propiedades que su bastardía le había negado por herencia. Siempre cercano a Wellington, ingresó a la cámara de los lores y ocupó importantes cargos. Falleció con 86 años en Bedgebury (Kent), en 1854.
Una revisión exhaustiva del itinerario de hombres como Beresford y la intrincada trama de sus relaciones nos permiten intuir una suerte de hilo de Ariadna capaz de explicar un nivel de complejidad en nuestra historia, inimaginable en las asépticas páginas de la Historia Patria.